P r ó l o g o

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A story after reset

¿Quién pensaría que su alma quedaría ligada a ese lugar? La última batalla, aquella donde pereció hace ya más de 23 años. Todo había sucedido tan increíblemente rápido que aún no podía asimilar la imágen de sus entrañas saliendo de su cuerpo, el agua helada de aquel tanque y la desesperación por transmitir su último mensaje de forma exitosa. 

Se estremeció al recordar aquella dolorosa experiencia, lloró al recordar la soledad que le azotó poco después. Desgarró su garganta llamando a nombres que jamás volvieron a contestar.

Deseó con fervor poder ver a sus amigos otra vez, deseó poder marcharse de una vez por todas de ese monótono paisaje desértico. Se abrazó buscando calmar los temblores que le invadieron, deseó poder ver a Jotaro una vez más...

Sin embargo, ninguna de esas cosas se habían cumplido, su alma fue condenada a permanecer en aquel desértico lugar lejos de su hogar, amigos y familia, además, ya no le acompañaba Hierophant Green como en vida, haciendo la soledad más dura de sobrellevar.

¿Cómo podría hacerlo, si un stand era la materialización del alma del usuario? Kakyoin ahora era un simple espíritu errante en las interminables y siempre cambiantes dunas de Egipto desde ese 17 de enero de 1989. Consideraba un milagro no haber perdido la cabeza después de tanto tiempo.

Los años pasaron mientras el recuerdo de su existencia era llevado con el pesado aire del desierto de Abu Dhabi, alzaba la vista al cielo por las noches admirándo las estrellas, a veces con lágrimas bajando por sus mejillas, otras con la nostalgia empañando sus orbes.
Descubrió que su llanto y lamentos podían ser transmitidas por el viento como psicofonías a los pobres viajeros que se atrevían a atravesar la inmensidad del desierto, eso le dió una vaga esperanza para terminar con aquella solitaria condena, así que liberaba su voz, esperando y rogando que alguien fuese capaz de escucharle... 

Durante sus soliloquios llegaba a preguntarse si Jotaro se culpaba de lo que pasó tiempo atrás, su mirada violácea bajaba con cierta culpabilidad, quería decirle que todo estaba bien, que seguir adelante era lo correcto y agradecerle por volverse su primer amigo. 

Actuó y repasó su "reencuentro" vez tras vez para que no hubiese fallas, imaginó la grave voz del moreno quebrada por las culpas que le ahogaban y también la jugarreta que le haría para hacer más ameno ese momento.

Imaginó un sinfín de escenarios utópicos donde, después de 23 años, era libre al fin. Dónde sus asuntos pendientes quedaban absueltos y, si el destino se lo permitía, renacer. 

Pero… aquello era imposible para un alma encadenada a las interminables arenas africanas. Aunque su orgullo le impedía admitirlo, si el moreno no regresaba a Egipto, él no tenía posibilidades de resolver aquello por su cuenta. 

La esperanza de volverlo a ver pereció hace ya bastantes años, no lo culpaba, de hecho era bastante lógico que evitara a toda costa el lugar que pudo provocarle un posible trauma.

… Sin embargo, un día algo extraño ocurrió…

Los astros comenzaron a girar a una velocidad increíble, dejando marcado en el cielo finos hilos de luz orbitando en dirección hacia el oeste. La noche y el día transcurrían en cuestión de un suspiro, todo se deterioraba a una velocidad vertiginosa, los cadáveres se volvían polvo sin tiempo a percibir la cadaverina emanando de sus putrefactas entrañas y los animales eran arrastrados a una inmensa vorágine en mitad de la nada.

Los espíritus errantes como él, fueron obligados a rememorar el lacerante dolor de su muerte, una y otra y otra vez hasta que cada fragmento restante de su ser se destruyó y fue reducido a simples partículas de luz, que lentamente fueron integradas a la infinidad del cosmos.

Lo último que recordaba era ser arrastrado a algún remoto lugar lejos de Egipto, cargando únicamente con el anhelo de ver a Jojo una última vez antes de partir.

Y todo, absolutamente todo, perdió el sentido que alguna vez tuvo...  

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Sus ojos se abrieron y fue consciente de las corrientes heladas que surcaban su traslúcida piel, los leves rastros de sangre y carne pertenecientes a alguna criatura agonizante que comenzaban a diluirse por la inmensa cantidad de agua que les rodeaba. 

Su primer pensamiento no fue cuestionar el lugar donde se hallaba, ni mucho menos preguntar su identidad a la criatura que acababa de alumbrarlo. Sino que su instinto innato le advertía moverse, comenzar a agitar su entumida aleta y salir, lo más rápido que pudiera, de aquel oscuro lugar si es que quería sobrevivir. 

Aprender a moverse en su nuevo entorno era esencial para ello, pero la desesperación comenzaba a albergarlo al ver inútiles sus intentos por impulsarse o desplazarse, sus movimientos erráticos sólo provocaban que el polvo que se hallaba asentado se levantara en una densa nube que dificultaba su visión, sintió el empuje del agua chocando suavemente contra su nuca y cuando volteó observó a aquella criatura con silueta femenina y cabello rojizo, moviéndose con parsimonia pese a su debilitado estado por el esfuerzo de traerle al mundo. 

Imitó el movimiento que aquella criatura le mostraba, logrando desplazarse pequeñas distancias hasta acostumbrarse a la sensación y movimiento. 

Nadó a su lado y ambos finalmente salieron de aquella cueva submarina, una vez se hubo cerciorado que ningún depredador los acechaba nadó hasta el pecho de aquella criatura aferrándose a su seno, buscando calmar la sensación de hambruna que le embargó en cuanto la impresión de peligro disminuyó.

La silueta femenina le afianzó a su torso rodeando su diminuto cuerpo con sus brazos mientras nadaba hacia la infinidad del océano. 

A story after resetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora