En una pequeña casa alejada de las demás vivía una familia conformada por ambos padres con sus dos hijos.
Los hijos no pasaban en edad de los doce años, eran pequeños regordotes con mejillas sonrojadas tal cuales manzanas, energía nunca les faltaban, vivían correteando por los pasillos predominando en el hogar sus risas de juegos.
El matrimonio parecía sacado de esas típicas revistas e incluso anuncios de publicidad sobre la familia feliz, una madre poseyente de un cuerpo de modelo, su dentadura perfecta mostrando la sonrisa más falsa pero a la vez creíble que podías imaginar, cabello perfecto recogido en un moño como buena ama de casa, con sus fieles zapatos de tacón acompañante de repiquetear al caminar fundiéndose con las risas de sus hijos en el hogar.
Padre con sus buenos pantalones beige y zapatos de cuero lustrados, tal parecía que en su armario cada prenda era igual a la anterior, rostro jovial representativo de unos treinta años cuando la realidad era otra, aún sus cabellos castaño oscuro estaban intactos a como los tenía en su juventud, siempre con pipa en boca leyendo el periódico en su sofá individual.
La radio sonaba una dulce melodía desde la cocina, los niños reían, la madre cocinaba caminando con sus tacones de punta fina de aquí para allá y el padre seguía su rutina de leer las noticias tratando de descifrar un pedazo de papel.
Esa era la rutina de todos los días presente en los veranos de la familia Blake. Rutina bastante aburrida a decir verdad, pero no para ellos, describían presentar una vida perfecta.
Nunca les preocupó la niebla abundante en los alrededores de su hogar.
—¡Ese es el calentamiento global haciendo de las suyas! —exclamaba el padre haciendo alarde de sus supuestos conocimientos.
Nunca les preocupó la nula presencia de vecinos habitando en el resto de casas.
—Seguro se mudaron a esos nuevos apartamentos de los cuales hablaba todo el mundo y el resto pasa sus vacaciones en aquellas casas de campo a las que hacían alarde ¿No deberíamos ver panfletos de mudanza cariño? Los niños tendrían un mejor hogar digno de nuestra familia —afirmaba la madre secándose sus pálidas manos en un paño desde la cocina.
La casa presentaba una fachada victoriana, sus paredes exteriores de un azul muy sutil, su porche rodeado de plantas en los maceteros junto a un sofá de dos plazas, techos altos, grandes ventanales permitiendo el paso de la luz natural. En su interior contaba con ocho habitaciones, en la planta inferior se ubicaba un baño, la cocina, el comedor, la sala, un estudio. La planta superior contaba con dos dormitorios y un baño.
Una gran casa para personas de clase media pero en opinión de la fémina, no portaba la clase suficiente llevada por personas de su porte y elegancia.
Al los padres dormir una noche donde el viento frío azotaba contra las ventanas, despertaron abruptamente con los gritos de sus retoños. Con rapidez calzándose las pantuflas y vistiendo sus pijamas corrieron a dicha habitación percatándose de algo inusual, la puerta se encontraba abierta, ellos nunca solían dejar la puerta a la hora de dormir abierta.
Le hicieron un interrogatorio a los niños preguntando si habían salido y al regreso habían dejado el objeto de madera abierto, ambos negaron con la cabeza afirmando, que no habían abandonado de sus camas.
Explicaron el motivo de tanto grito acompañado con llanto, sintieron los chirridos de la puerta y al abrir sus párpados diciéndole adiós a su descansar, apreciaron como se iba abriendo esta misma sola.
Por supuesto, el matrimonio negó rotundamente tales teorías y atribuyeron las mentiras de sus hijos a un comportamiento berrinchudo de su parte al no querer admitir la salida del dormitorio.
Con un castigo impuesto para los menores regresaron a sus aposentos dando finalizado el día junto al molesto suceso.
Cosas extrañas se desencadenaron desde ese día en el hogar, mobiliario cambiado de lugar, puertas cerradas bajo llave cuando no deberían estarlo, paredes de otro color destruyendo la armonía creada en el hogar para sus habitantes.
Nada tenía sentido.
—¡Fantasmas deben ser! —esos eran los gritos de la madre con desesperación en su voz, su moño perfecto estaba deshecho, ya no mantenía la sonrisa de "todo está bien" en su rostro.
—No seas terca mujer, es hora de tus medicamentos, ya estás delirando — con tono rudo y mordaz el padre la encierra en la habitación halandola del brazo dejando allí marcas de sus dedos en la pálida piel de su mujer.
Todo iba perdiendo color, lo que una vez portaba tonos cálidos ahora eran tan fríos como aquel aire gélido chocando contra los ventanales.
Pelo desmarañado pareciendo un nido de pájaros, aquel cuerpo parecido al de una modelo ahora era escuálido, más esqueleto viviente con mirada pérdida en un punto muerto. Actual aspecto de la esposa, tachada de loca que un día decide acabar con su existencia lanzándose por la ventana del dormitorio.
Cristales en el suelo junto a un cadáver sin vida, testigo sus hijos del suicidio de aquella persona llamada madre al estar ubicados en el patio trasero haciendo de las suyas.
Ráfagas de recuerdos abordan sus mentes, dos pequeños cuerpos apuñalados en el patio, un tercero haciéndoles compañía al caer por la ventana y el culpable de toda desgracia con cuchillo en mano viendo toda la escena luego de alzar el revólver contra su nuca apretando el gatillo acabando así con su vida.
Los fantasmas existían, eran reales y habitaban la casa, lástima que aquellos fantasmas acusaran a los vivos de representar el papel erróneo.
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Los otros
ParanormalLos fantasmas (del griego φάντασμα, "aparición"), en el folclore de muchas culturas, son supuestos espíritus o almas errantes de seres muertos (más raramente aún vivos) que se manifiestan entre los vivos de forma perceptible (por ejemplo; visual, a...