Capítulo único

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Desde que era un niño había estado rodeado de lo que hoy por hoy, día tras día estaba cerca de él. No era inocente, nunca se había considerado inocente porque desde pequeño había visto lo cruel que podía ser el mundo... lo cruel que podían ser las personas humanas y lo corrupto que estaba el mundo. Desde que era un niño el único punto de inocencia que tenía lo perdió cuando sus padres lo vendieron como ganado porque no les llegaba el poco dinero que tenían para alimentar a todas las bocas, por lo tanto lo vendieron porque era débil y pequeño para su edad por apenas dos o tres monedas de bronce y una de plata. Cuando iba a regresar con sus progenitores, tomaron su muñeca con fuerza y lo separaron de ellos, lo lanzaron en aquella fábrica vieja extraña en la que había otros muchos niños que no se acercaron para preguntar su nombre o jugar con él, siguieron trabajando, con sus heridas en las manos y en los pies según el tiempo que llevaban allí. Las caras de tristeza y sin inocencia estaban presentes en todos ellos. Corrió el mismo destino en desenredar hilos de los ovillos grandes para poder hacer las telas de la fábrica, pasaba trabajando dieciséis horas sin descanso alguno, ni siquiera para ir al baño, que era entonces cuando lo lanzaban a la calle hasta el día siguiente y pobre de él que llegase tarde como le pasó una vez... y no le volvió a pasar, porque aquel temible hombre al cual lo vendieron lo tomó del hombro y lo arrastró de malas maneras a una oscura habitación a la cual nunca más quería volver, así que a partir de ahí, con la misma cara de desilusión, desesperanza y tristeza que todos los niños que estaban allí, trabajaba día tras día... encerrado en aquella fábrica sin oportunidad de ser algo más o poder escaparse, en una pobreza absoluta, con una tristeza y depresión que nadie podría curar o calmar.

Pasando los años como si fuesen minutos, porque antes de darse cuenta ya tenía los dieciséis años, ya habían pasado diez largos años, una década entera, desde que había sido vendido por su familia, ahora le pertenecía a ese hombre. Había conseguido un techo en el que dormir, junto a uno de los sus compañeros, cuyo hijo trabajaba a su lado en el telar mecanizado donde ese mismo niño había perdido un dedo y parte del otro, pero no había piedad, él podía seguir trabajando, por lo tanto le daba igual que estuviera sangrando, mientras no manchase el género no le pasaría nada. Con el tiempo aquella herida se le infectó y acabó perdiendo el segundo dedo, ahora solo tenía el pulgar, el índice y el corazón, y con esos estaba obligado a trabajar, vigilando bien sus manos para no volver a pasar por aquel terrible accidente que lo traumático de por vida, pero menos mal que fue la mano izquierda.

Podría decirse que era su único amigo, y la verdad, cuando salían de allí después de tantas horas, daba gusto tener alguien con quien hablar sobre anécdotas divertidas, porque ambos habían aprendido por errores de otros de que no debían hablar mientras trabajaban. El hombre que lo compró solo quería escuchar el tintineo de las máquinas trabajando y los hilos creando prendas caras que vendía a la alta burguesía, y que todo el dinero se lo quedaba él, a los jóvenes trabajadores apenas les daba misera. Después de diez años en la misma fábrica conocía los secretos de la misma como la palma de su mano. Era una fábrica extremadamente grande, pero una vez la conocías se reducía a un laberinto de pasillos reconocibles y grandes almacenes. Con el tiempo había pasado de desenredar los hilos sucios para hilarlos, a limpiador de lana recién llegada del campo, después pasó a una máquina con su compañero que casi perdió la mano, después lo pasaron a teñidor de lana antes de coserla con los grandes tejedores, y finalmente, volvió a reencontrarse con su compañero en las máquinas, volviendo a coser juntos, pero ahora en dos máquinas diferentes, puesto que ya tenían suficiente edad para poder trabajar solos. Aunque él solía tener dificultades para manejar la máquina, y la verdad, con solo tres dedos era complicado manejar aquellas nuevas y modernas máquinas que les habían llegado recientemente. Pero para todos era lo mismo, todos estaban en proceso de aprendizaje, y la verdad es que se había quemado más de una vez con los hilos cuando tenía que colocarlos, pero ya estaba acostumbrado y más cayos como las que ya tenía no podría tener.

137.- Marjorine (Bunny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora