Cinco meses.

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— ¡Gol por el número 4! ¡Moormeier jugador de los Rockers marca el gol decisivo! ¡Su gol le otorga la victoria al equipo! — dice el comentarista.

Bueno... sí. Acababa de marcar un gol decisivo, que hizo que mi equipo ganara el partido contra los Sweetcats, nuestro rival. Todos vitoreaban, las chicas me miraban derretidas por mí, y yo sonreía, dando vueltas alrededor del campo. Efectivamente, era la estrella del partido.

Desde que mi madre me prohibió ver a aquella chica, pasaron cinco meses. Con el tiempo tuve que olvidarla. No me dejaban ir a verla.

Tuve un mes de mala relación con mi madre, hasta que decidí ignorarlo por completo. Estuve un tiempo enganchado al alcohol y al tabaco, cosa que solo mis amigos sabían. A quién engaño, todo el instituto lo sabía, excepto mi madre. Ahora hay gente que sigue pensando que fumo.

Me reconcilié, pero obviamente dejé de ser el Payton de antes.

No quise ir a ningún psicólogo, pero creo que caí en depresión durante ese mes. Ese miedo que sentía por acabar encerrado era más grande que todo.

Ahora ya no era amable con cualquiera, ni un simplón. Me convertí en uno de los más populares de mi escuela, me apunté al equipo de fútbol y soy uno de los jugadores más valorados, aunque esté mal que yo lo diga.

Ahora digamos que juego con las chicas, pero oficialmente todo fue por esa chica, aunque no la culpo a ella, si no a la egocéntrica de mi madre.

Joanne Moormeier tiene el valor de decirme que no las trate mal, cuando ella misma no permitió que fuera una buena persona. Definitivamente mi forma de ser ha cambiado. Lo vuelvo a repetir.

Muchos flashbacks de aquel momento del accidente invadían mi cabeza de vez en cuando. No sé por qué no me lo quito de la cabeza. Todas esas circunstancias han supuesto un cambio muy radical.

[Erin Harrington]

Tras cuatro meses en coma, desperté, y no sabía cómo ponerme al día. Recordaba todo lo que pasó. En ese tiempo, solo me quedé con unas palabras, las del chico que me salvó. Recuerdo que el doctor me dijo que no volvió a visitarme, aunque no entendí muy bien por qué, comprendí que no tenía que andar visitando a una extraña.

En ese mes estuve ingresada por si recaía en crisis de nuevo. Lo más grave fue la depresión. Estaba tirada por los pasillos del hospital, sentía que nada avanzaba, que nada mejoraba.

Si no hubiera estado en el hospital, creo que habría acabado haciendo cosas para desahogar mis problemas. Ellos me impedían suicidarme, beber o fumar.

Al empezar ese mes, a la segunda semana, los doctores me introdujeron en un programa de rehabilitación adolescente. Pastillas, charlas, y obviamente la cicatrización de mis heridas físicas, y psicológicas.

Sé perfectamente que mis padres no se dignaron ni a venir una vez, solo me recogieron cuando ya me podían dar el alta.

Aquel chico, que según los enfermeros, fue mi salvador, aquel misterioso adolescente, no volvió a venir, como he dicho antes.
Eso me entristeció bastante.

Pero repito, lo entiendo, no tiene que ir visitando a una extraña.

Un mes después, en la actualidad, mis preciosos padres deciden que nos mudemos a Carolina del Norte, a un pequeño pueblo.

Mis amigos... me trataron como si hubiera muerto, recuerdo que un día vinieron llorando, y dijeron que no volverían a venir, ya que perdieron toda esperanza en que despertara.

Para los que pregunten, en estado de coma escuchas todo, pero estás en un sueño, y no puedes despertar, ni hablar, ni moverte.

Así, sin amigos y con una familia en la que desconfío, me mudo a un nuevo lugar.

Nos metimos en el coche, y al llegar, toda la casa estaba ya amueblada. Era un chalet. Al subir a mi cuarto, veo lo bonito que está, justo exactamente igual que el de mi antigua casa.

Observo una ventana, que se encuentra en la habitación, descorro un poco las cortinas, y puedo ver a mi vecino. No podía ver con claridad quién era, pero estaba tocando la batería en un ambiente de luces led color rojo.

Simplemente dejo de pensar en eso, y salgo a la calle. Voy andando cuando...

— ¡Auch! — dice una chica morena. Pelo castaño.
— Ay, yo... lo siento. — digo mirando al suelo.
— No pasa nada, tranquila. — dice, levanta su mirada y finalmente habla. —¡Anda! ¿Tú debes de ser mi nueva vecina? Te vi entrando con unas maletas.

— Oh, pensé que era la vecina de un chico que anda tocando la batería en una cueva roja. — digo riendo.
— Ahhh, también eres su vecina, ese es mi hermano. — dice acompañando mi risa. — Soy Faith, encantada. — me sonríe y me abraza.
— Yo soy Erin, igualmente. — digo para despedirme.

(...)

Me voy a dormir, apago la luz, y pienso cómo será todo mañana.

[Payton Moormeier]

Estoy tocando la batería, cuando mi hermana entra en la habitación.

— Hola Paytatochip. — dice sonriente. Sabe que odio que me llame así.

Dice que se parece a "potato chip", y yo simplemente me he hartado de decirla incontables veces que deje de llamarme así.

— ¿Qué quieres Fajita? — la llamo de esa forma para molestarla.
— ¡Tenemos vecinos! He hablado con una chica. — dice emocionada.
— Wow, suena apasionante, ¿Cómo dices que se llama? — digo sarcásticamente sin esperar respuesta mientras bebo un trago de agua.
— Erin. Si miras por la ventana verás su cuarto. — dice con una amplia sonrisa, y yo me atraganto con el agua que andaba bebiendo. Nunca pensé volver a oír ese nombre.

¿Será ella? No Payton. Ella probablemente no haya despertado, y aún así sería demasiada casualidad.

Miré a la ventana, y pude ver a una chica, de espaldas, rubia. No creo que sea ella. En ese momento, se mete en su cama, y apaga la luz, pero enciende su móvil y queda observándolo.

¿Irá a la misma escuela?

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- 𝙰 ❤️

[edited chapter]

© 𝐚𝐧𝐠𝐞𝐥𝐬𝟸𝟺𝟽𝟻𝟾 - 𝐀𝐋𝐄
"pulsa la estreshita"

𝐂𝐀𝐑 𝐁𝐎𝐈, pytn.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora