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Apariencias

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Apariencias. Falsas. Ardientes. Rojas. Duras. Maldecidas.

Falacias. Aquella era su vida. En una sociedad donde no había nada que descubrir y solo se podía aparentar. Era como un gran teatro, el guión narraba sus líneas como poseía, pero se sentía como horror. ¿Por qué no puedo salir? No debes ser vista. ¿Por qué no puedo conocer gente? Debes ser inocente y pura.

Hasta el matrimonio. Aquella firma narrada en sangre que debía quedarse pegada a su vida si no quería ser maldecida. Aquella temible, temible fecha, que se acercaba. Se acercaba, ¡y ella no sabía qué era, pero estaba asustada! ¿Un internado? ¿Un gran edificio? Fachada bonita, pero cada vez que alguien lo abandonaba parecía haber dejado su alma enterrada en él.

— Quedan dos meses para tu cumpleaños número diecinueve, Mia —la voz suave de su madre arrullaba sus oídos, mientras sus suaves y largos dedos sostenían aquel peine dorado que desenredaba sus cabellos.

Era como una princesa, atrapada en un castillo. Pero ella no quería un príncipe.

— Ese día, luego de tu fiesta, ¿sabes qué sucederá, mi amor? —cuestionó, aunque sabía que no recibiría respuesta—. Vas a extender tus alas, y saldrás de tu nido. ¡Serás libre, mi pajarito! ¿Sabes lo mucho que me emociona? —su progenitora la tomó por los hombros, girando su cuerpo para ver sus ojos. Una cálida sonrisa saludó su mirada, mientras sus dedos acomodaron el cabello que cubría su frente—. Descubrirás el amor, el mundo fuera. Mi niña se convertirá en una mujer. No habrá escuela, ¡no habrá reglas! Serás sólo tú, y el amor de tu vida. Saldrán bajo la luz de la luna y darán una cabalgata hasta que el bendito venga. ¿Sabes lo bello que eso es, mi princesa?

Ella no lo sabía. ¿La luna? Ella la veía danzando por su ventana cada noche. Pero ella no entendía, ¡no lo entendía! ¿Por qué la luna marchaba por el cielo y besaba los tejados de todas las casas mientras ella estaba encerrada bajo llave en aquellas cuatro paredes? ¿Qué significaba amor? Porque ella no lo sabía. ¿Cómo iba a saber ella, un pequeño cordero, lo que era volar? Era tan joven, tan ilusa, torpe, ¿cómo iba ella a saber qué debía hacer? ¿qué debía decir? ¡Qué locura! Ella no podría sobrevivir a estar lejos de su madre por el resto de su vida, como ella narraba.

— Todas las noches... Hablas de lo bello que es salir de aquí hasta ese lugar. Hablas del amor, de la sonrisa, de felicidad eterna, pero... ¿No es Jennie mayor que yo? ¿No ha cumplido ella recientemente los veinticinco años? ¿Por qué ella sigue aquí, y yo tendré que irme? —la pequeña rubia dejó que su lengua se liberara, sus ojos mirando fijamente el rostro de su madre. Jamás hablaba, pero ella quería saber. Jamás había tenido la oportunidad de aprender, de entender, de saber qué sucedía. Su madre, ella se veía tan entendida, tan elegante, tan feliz, ¡tan llena de vida! ¿Por qué ella no podía aprender, tal y como su madre lo había hecho?

— Tu hermana... —la voz de la mayor se sentía fría, capaz de cortar un témpano de hielo con tan solo un intento. Sus ojos negros habían oscurecido, como si estuviera recordando el peor evento de su vida—. Ella cometió un error, uno que la perseguirá de por vida —sus ojos abandonaron el rostro de su hija menor, viajando hasta la pelinegra apoyada en el marco de la puerta—. Ella desperdició su oportunidad de ser libre, de ser feliz. ¡Ella pensó, Mia! ¿Sabes lo que eso significa? Pensar, ¡vaya locura! Pensó que podía desafiar el bien y salir victoriosa, pensó, como si ella fuera capaz de saber. Nosotros no sabemos nada, hija. El único que sabe... Ese es Dios. Ni tú, ni tu padre, ni yo, ¡mucho menos Jennie! Ninguno de nosotros sabe. El único que sabe es quien rige los cielos. Recuérdalo, ¡jamás cometas ese error! No te dejes llevar por la voz del demonio que endulza tu oído. Eres tú quien debe brindar por la alegría, y seguir el destino. El orden de las cosas.

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⏰ Última actualización: Aug 13, 2020 ⏰

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