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-¡Corre, Julia, corre, carajo!- Le grito Ignacio desesperadamente a su mujer mientras un psicópata patológico que se nombra a sí mismo Ángel les apunto con el rifle de caza.

Los dos aunque estén exhaustos no se detenían. Ni una vez. En cambio, corrían cómo si fuese un maratón. Los enamorados parecían ser competidores de carreras olímpicas. Pero en vez de ganar alguna estúpida medalla, iban a ganar un día más de vida.

Corrían por este laberinto enigmático en medio del cementerio.

No se detenían. Ni un instante.

Y desde lo lejos se escuchó la escalofriante voz de Ángel, que decía a todo pulmón, cómo si fuese un rey enojado:

-¡Corran, conejitos, corran! Pero no llegarán lejos-

Cuando oyeron las palabras atemorizantes de ese psicópata se estremecieron por el miedo, y el sudor más frio del mundo les recorrió su desnuda piel.

En ese instante, el cielo negro perdió su color, y la luna se estrelló en medio de la húmeda tierra.

Desde los confines de la tierra, se escuchó el sonido acojonante de aquella trompeta, y eso provoco un terremoto.

Las lápidas con tan solo el principio del ruido se destruyeron.

Y la tierra había temblado como nunca antes lo había hecho.

Después de esto el cielo se abrió, y por primera vez se oyó el sonido de truenos y relámpagos. A pesar de que no se veían.

Los ruidos aumentaban más y más.

El miedo era protagonista.

Y en eso, hubo granizo y fuego mezclados con sangre, fueron arrojados detrás de ellos.

-¿Otra vez esto?- Preguntó Ignacio a quien sabe quién -¡No te alejes de mí!- Le grito a su amada mientras veía como todo ardía como antorcha.

La tercera parte de la vegetación fue consumida, junto con las lápidas y los polvos de los huesos de los muertos que habitaban en ellas.

También murieron todos los habitantes de los mares.

Y una enorme parte de las estrellas cayeron de los cielos. El humo comenzó a subir, al igual que el de un gran horno. El aire se contaminó. Asfixiándolos.

La tierra parecía morir pero todo lo que quedaba se cristalizaba.

Desde los más lejos, aquel psicópata los perseguía.

Los corría como nunca antes lo había hecho. Iba directo a ellos al igual que un león acecha a sus presas.

-¿Qué cojones le sucede a este maldito sodomita?- Se preguntó Julia a sí misma mientras sentía que su aliento se partía en dos.

Su alma se quebranta, y sus ojos no paran de llorar.

Todo lo que quedaba alrededor estaba a punto de desaparecer pero nuevamente volvería a la normalidad. Semejante a un eterno retorno. Un maldito Big Crunch.

De lejos se observa una camioneta que gracias a ella podrían escapar.

En eso, Julia Ivanovich no se percata que delante de ella se encontraba lo que pronto le haría estremecer los huesos.

Cuando quiso acercase más a su enamorado, se tropezó con una rama que sobresalía de la tierra.

Cayó violentamente contra el suelo. Su mentón rebalsó en sangre y su cuerpo quedo débil, casi a punto de rendirse. Hasta que vio que se le acercó su salvación. Se trataba de Ignacio.

-¡Vamos, no te quedes atrás!- Le grito a su mujer mientras la sostenía por debajo de las axilas con sus manos. Atrayéndola hacia él. Nuevamente se puso en pie -No nos podemos rendir ahora. Ya estamos cerca del final-

Después de unos segundos, a unos pasos de la camioneta, se escucha un disparo.

Ahí, fue cuando Ivanovich cayó atrozmente en el suelo.

Un grito agudo que raspa la garganta se escuchó. Se trataba de ella. Su mujer, Julia, había recibido un disparo en la pierna. A dos dedos cerca de la rodilla. La sangre fue protagonista.

Ángel le había atinado con el tiro. Ya se cansó de esperar. Estaba dispuesto a matarlos.

Esa mujer en el suelo se empezó arrastrar para alcanzar a su marido. Sus dedos se marcaban en la tierra. El lodo se envolvía en ella. Sus lágrimas no hacían más que atrasarla. La sangre que chorreaba de su pierna dejaba un rastro. Algunos pedazos de tierra entraban dentro de la herida que no hacía más que gima de dolor. Y las piedras que sobresalía del suelo le multiplicaban el sufrimiento. Su aliento estaba a punto de desvanecerse. Y en su último momento soltó sus últimas palabras:

-¡Ayúdame, cariño!- Pero cuando Ignacio iba a socorrerla Ángel le apunto como advertencia de que si se movía recibiría un disparo. Ya cuando sabía que no podría hacer nada. Reposo el rifle en el suelo. El psicópata sacó su hacha afilada que la portaba en su espalda, y se la clavó brutalmente en la pierna a Julia donde estaba la herida de bala. Se la corto a la mitad -¡Mierda! Para por favor... por favor- Contesto Ivanovich mientras sus lágrimas no hacían más que enrojecer sus ojos llegando a cegarla. Su gemido casi moría.

Fue ahí cuando Igancio Ian quiso darle un golpe desprevenido pero para su mala suerte el sociópata saco un revolver y disparo a su lado como signo de advertencia de que no cometa nada estúpido porque terminaría igual que su mujer.

-¡Hijo de puta! Date por muerto- Su ira aumentaba al no poderla ayudar -¡Levántate, Cariño! Vamos, Julia, no te rindas... ¡puedes enfrentarlo!-

En eso, Ángel agarra a la mujer de una forma bastante lasciva, amarrándola más a su lado. Daba la impresión de que sería violada enfrente de su esposo. La jala fuertemente de la coleta que ella tiene, acerca su rostro a las mejillas de Julia, y le susurra:

-No te preocupes, chiquilla, todo estará bien- Ahí coloca el cañón del revolver en la cabeza... y su sucede lo esperado.

Su cuerpo desplomado en el suelo dejo de brillar. Sus ojos azules iguales al mar dejaron de resplandecer. Y esos labios rojizos por el labial que siempre usaba se apagaron.

Ian se desplomó de rodillas cerca del cadáver de su amada; y lloro amargamente por ella.

Todo lo que había vivido con ella se desvaneció. Le dolía recordar su casamiento, las risas que siempre estaban por las tardes cuando veían una película, y los planes de viajes que tenían. Se acabó. Se cumplió la promesa: "Hasta que la muerte los separe".

Sus ojos no podían ni mirar al cielo. En él había una represa que estaba a punto de estallar. Temblaba su cuerpo. Ardía en dolor. Su alma se desgarraba, y en el fondo de él, deseaba que todo esto solo fuera un sueño. Una pesada pesadilla.

El lunático se le aproximó. Sin antes coger su rifle. Y dejar a la vista el hacha clavada en la pierna de Julia.

-Detente, por favor, solo detente- Le dijo el protagonista. Su voz raspaba su garganta por el llanto que estaba a punto de rebalsar en él -¿Qué es lo que quieres? ¡¿Qué buscas?!- Grito, y lo que una vez fue una voz aterciopelada, hoy era ronca y seca, casi muerta.

Ángel se lo quedo observando. No exhibía ningún gesto. Era inerte.

-No es lo que yo busco... es lo que nosotros dos buscamos. Tú pediste esto, o ¿No lo recuerdas?-

El Laberinto de la Muerte © (EN PAUSA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora