𝗲𝗽𝗶𝗹𝗼𝗴𝘂𝗲

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Mi madre

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Mi madre.

Esa figura cariñosa y compasiva que cuidaba de mi las noches de truenos aterradores que no me dejaban descansar en paz. La que nos planchaba la ropa a todos los que habitamos en la casa y hacía que oliese a lavanda. Si, aquella, la que hacía deliciosa comida por las tardes y la que no lloraba para no preocuparnos a mis hermanos y a mí cuando mi padre nos abandonó por irse con una estúpida bailarina que participaba en sus conciertos.

Todos tenemos una. Algunos tienen mejores que otros, pero todo ser tiene una. Y, para los que tenemos la suerte de habernos sentido queridos por ella, siempre será la mejor. Pero mi madre realmente era especial. Muy especial.

Siempre recordaré esa frase que me decía, cuando la contaba que mis compañeros de clase no me entendían ni querían estar conmigo, por alguna razón desconocida en ese entonces.

"Pues es una pena. Porque se están perdiendo a una niña extraordinaria. Con una mente abierta a nuevas aventuras, con grandes cualidades artísticas, inteligente y cariñosa. Si ellos no quieren hablar contigo, algún día se arrepentirán de ello. Pero, nunca debes cambiar. Si alguien necesita cambiar para que tú encajes, deben ser ellos. Nunca dejes que te cambien, Lily. Nunca lo permitas ".

Y obedecí, nunca jamás cambié mi forma de ser con los demás. Aunque mi madre dejase de decirme que no cambiase, seguí sin hacerlo. Incluso cuando ella murió.

Lo que ella no tenía en cuenta, era que yo, con mis compañeros de clase, no era como cuando estaba con ella. Yo en mi casa era como ella decía: alegre, cariñosa... Pero con la gran mayoría de personas; las personas fuera de mi confianza y de las que no me fiaba ni conocía; yo era triste y tímida.

Corrijo, soy triste y tímida. Y supongo que siempre lo seré, de alguna manera.

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Ni siquiera lo hacía a propósito pero, seguramente si les preguntarás a los alumnos del colegio por Lily Miller, no la reconocerían por su nombre o descripción, pues nadie la conocía realmente y había mucha gente con aquel fisico. Ella solo se sentaba al fondo de la clase y se quedaba callada durante las cinco horas de colegio más la media del recreo.
        
Y así continuó siendo, increíblemente antisocial, durante mucho tiempo. Hasta cuando se mudó al piso de su abuelo, con sus tres hermanos menores, al quedarse huérfanos, siguió con ese habito.

Su madre tuvo un accidente de coche, mientras volvía del trabajo. La pobre mujer tuvo mala suerte y perdió el control del coche. Chocó contra un árbol y el vehículo se incendió inexplicablemente con ella dentro. Una desgracia y un golpe demasiado duro para Lily, sobre todo.

Su abuelo era la única familia que les quedaba.

Su querido abuelo... Tan amable y cariñoso. Con una luz que, poco a poco, se apagaba por su edad. Pero aún no. Por ahora, seguía de pie y con ganas de que sus nietos se quedasen a su cuidado. No con la misma energía que antes, cuando tenía a su hija siendo una niña, pero con la misma gran ilusión. Él se había mudado a Estados Unidos para estar más cerca de su hija y nietos hacía unos años, pero su yerno no lo había dejado mudarse a Boston— donde ellos vivían— y, como tenía mal genio y no quería que lo pagara con su hija, decidió mudarse a Las Vegas. Un mal sitio aparentemente para un anciano, pero en realidad, era bastante tranquilo. Y además, eso tentaría más al padre de Lily a ir a verlo por navidad o lo más a menudo que podía. Su padre amaba todo lo que tuviese que ver con ganar dinero y tener poder, era un hombre demasiado ambicioso. Y los niños amaban más a su abuelo que a su propio padre.

Así fue como los cuatro jóvenes Miller llegaron a ese desierto casi inhabilitado, a la conociada ciudad del pecado.

La niña empezó a la escuela allí. Pasaba las mañanas en el edificio para después, por la tarde, cuidar de su abuelo y de sus hermanos pequeños.

No por que no pudiesen cuidarse solos, porque, Klaus, el vecino de su abuelo, venía todos los días a su casa para hacerlos compañía, y además, sus hermanos ya no eran bebés. Eran preadolescentes responsables y una niña bastante lista de nueve años .

Pero, ella era así. Tenía algo en su interior que la invitaba a cuidar de ellos genuinamente. Como una madre. Les veía indefensos, aunque no lo fuesen. Y le daba miedo que a su abuelo le pasase algo y que ella no estuviera allí para ayudarlo. Era una sensación que tenía solo con la gente a la que tenía cariño. Gente a la que amaba y que no quería que se fuesen de su lado, como su madre. Simplemente, su cabeza no la dejaba. Además, tampoco tenía algo mejor que hacer en todo el día. No tenía amigos y sus compañeros hacían comentarios dañinos sobre ella y su vida.

Que si era muda, que si era sorda, que si tenía alguna enfermedad, que si era una psicópata la cual tenía un diario secreto en el que escribía los nombres de la gente que odiaba para desearles desgracia y muerte...

Pero nadie se había parado a hablar con ella y, aunque solo sea por pura curiosidad, preguntar por como era su vida. Por qué es más fácil comentar e insultar a la gente sin conocerlos primero. Total, ¿que importan los sentimientos de las personas?

La única persona de su clase que no se creía esos susurros que hacía la gente a sus espaldas —los cuales no valían de mucho, pues ella más de una vez los había escuchado—, era Boris Pavlikovski, mejor conocido como "el niño ruso" o "el drogadicto". Lo segundo, era cierto. Le gustaba meterse asquerosidades al cuerpo, porque así, creía que su vida acabaría antes y,  lo poco que le quedaba de esta, la pasaría entre subidas de ánimo y luego bajones en picado. Pero lo primero, no era cierto.

Había vivido en Rusia y hablaba ruso. Pero, no era de ese país . Nadie sabía de cual, así que, por el aspecto y la reputación de narco, se quedó como "niño ruso".

Él no se lo creía, lo que decían de ella, simplemente porque sabía que la gente inventaba cosas cuando no entendían o no sabían de algo. Al ser humano le asusta lo desconocido, y por ello, insisten en buscar una explicación alternativa a la realidad. Era una chica especial, distinta. Y a la gente le gustaba hacer historias macabras, fúnebres o satánicas sobre el porque no hablaba o se relacionaba con nadie.

Lo mismo que le hacían a él desde que llegó. Sus vidas era más parecidas de lo que parecían.

Habían hablado un par de veces en clase y en el comedor. Podría decirse que eran medianamente "amigos". Bueno, más bien, conocidos. Y, además, a Lily le encantaba él. Era como las historias cliché. Una chica espía al chico que le vuelve loca, pero nunca habla con él. Era algo tan visto... Pero eso no era culpa de Lily. Y, no, la culpa tampoco era de Boris. Era algo que se encuentra en todo adolescente. La vergüenza. Sólo que, en este caso, la vergüenza de Lily era demasiado grande como para caber en el cuerpo de una sola persona. Quizá se necesitaban dos o tres personas normales para tener una vergüenza normal en cada cuerpo.

Se daba pena a sí misma por ello, era algo triste.

Pero eso cambiaría en poco tiempo. Todo porque un niño rubio, bajito, con gafas y con un gran parecido a Harry Potter, vino a sus vidas. A las de ambos. Y no solo logró juntarlos, sino también ponerlo todo patas arriba.

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Hola. Este es un libro distinto a los que hago normalmente. Este va a ser algo más serio y complejo que los otros. No soy muy buena en este tipo de narración, pues nunca lo he hecho, pero haré lo que pueda para que os guste igual.

Gracias ❤️

𝐒𝐈𝐋𝐄𝐍𝐓 𝐆𝐈𝐑𝐋; the goldfinchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora