Oigo pasos de alguien que no llega nunca. Miro a mi alrededor y solo veo almas en pena que caminan en una misma dirección. ¿A dónde? Ni ellos mismos lo saben.
No encuentro el sentido por mucho que lo busco. ¿Dónde se supone que llega ese camino, en el que solo el que mata, vive y el que vive, deambula con una venda para no ver más allá de la punta de sus zapatos?
Miro la cara de todos los que caminan a mi alrededor. La calle está llena. Ninguno es parecido a otro, pero todos tienen algo en común: bolsas.
Es normal; Navidad, Reyes Magos, vestido para Fin de Año, almuerzos, cenas, reservas en restaurantes para veinte familiares... Parecen lobos hambrientos de consumo.
Sin dudarlo dos veces, me acerco al hombre y le doy una moneda de dos euros. Parece mentira que nadie se haya dado cuenta de que ese hombre está tumbado en un banco intentando dormir.
Todos decimos que en estas fiestas nos volvemos más nostálgicos y empáticos, cuando realmente en lo que nos convertimos es en seres hipócritas y desalmados. Hay mucha crisis, pero bien que gastamos en regalos.
Sigo oyendo los pasos. Levanto la cabeza y miro al frente. Los oigo cada vez más cerca. Miro a mi alrededor. ¿Estaré volviendome loca? No.
Al final de la calle veo a alguien. Sus pasos...suenan como... él.