Capítulo único

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Los fantasmas se dejan ver a la noche solamente, nunca puedes alcanzarlos a plena luz del sol. Eso es lo que aprendes cuando pasas demasiado tiempo jugando entre la línea del cielo y el infierno; entre lo que está bien y está mal. Tan delgada, pero tan provocadora.

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Su mente estaba perdida entre pensamientos confusos y luces que venían de todas direcciones. Blancas y fuertes, tanto que parecían explosiones de algo que se le hacía vagamente conocido pero no podía identificar el qué. Ni siquiera podía pensar con claridad ni ponerse de pie con normalidad; todo su cuerpo y mente estaban siendo invadidos. Arrasados. Fracturados. Y todo por algo que no era real, que venía de su vívida imaginación.

Pasó su delgada mano por los cabellos que le caían como cascada por la frente. Notó como el sudor iba descendiendo por toda su piel; se sentía como si pequeños bichos la estuvieran succionando. Ese vago detalle lo molestó y puso su incomodidad al máximo, así que con un gesto brusco apartó las lisas hebras celestes y trató de desprender aquel líquido asqueroso que venía con más potencia. Se sentía como un cerdo que estaba siendo enviado directo al matadero. Odiaba esa sensación, mas lo distraía de lo que pasaba por su cabeza. Era como un calmante para el dolor.

Su espalda dolía como el infierno, no sabía si era por la dura pared en la que se encontraba apoyado o la posición de ésta. Trató de ponerse de pie nuevamente sin éxito alguno. Las luces venían como flashes, pero no había señal de que se fueran pronto. ¿Donde estaba su teléfono? Miró sus piernas extendidas en el frío y áspero suelo y con la mirada empezó a buscar el objeto. ¿Se lo habían robado? No se acordaba.

Silencio.

Un insoportable silencio.

Una pregunta. 

Era como si en aquel callejón oscuro ni un alma se atreviera a asomar la vista.

Y era cierto, pensó de manera vaga, puesto que le habían hablado de aquel lugar. Recordó todos los rumores, todos los susurros, todas las leyendas. Obviamente había exageraciones respecto a diferentes historias que él había decidido no creer. Era irónico, puesto que se sentía más cerca de la realidad que de la ficción aquel desolado momento que experimentaba con mucha intensidad.

Se decía por las calles de los barrios más pobres de la zona que había un lugar "maldito" cerca del vertedero de basura. Específicamente un callejón estrecho, que podías contemplar al doblar la esquina del lugar. Sin dudas era muy peculiar la manera en la que estaba estructurado, y esa era una de las muchas razones por las cuales la gente inventaba historias raras. El basurero se caracterizaba por ser muy amplio y al aire libre, tranquilamente podías ver lo que se hallaba en él, puesto que sólo lo tapaba unas vallas de alambre muy deplorables de aspecto. A un lado, se alzaba un edificio gris muy alto, también digno de miradas cuestionables. Por supuesto que estaba sucio, a punto de caerse y abandonado; pero lo que más llamaba la atención es que ni siquiera tenía una entrada. No había manera de ingresar en aquel lugar, y no era un dicho, era que literal no poseía puertas ni ventanas. Era como si alguien se las hubiera quitado o el mismo edificio había decidido no tenerlas. Esa era una teoría muy estúpida, pensó el muchacho.

De ahí nacía aquel callejón popular. Un estrecho espacio entre las paredes de aquel edificio y un bar abandonado que, para pesar de muchos, había cerrado varios años atrás después de que los rumores de lo que pasaba ahí alertó a los dueños. Nadie quería tener nada que ver con esos relatos. Solo la gente morbosa.

Y para su mala suerte, el chico que apenas podía pensar con lucidez se involucró sin haberlo querido. Se maldijo una y otra vez, pues sabía que no tenía escapatoria.

La manera retorcida de ver las cosas [DabiShiga]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora