Confesiones de un alma en pena

69 5 2
                                    

Otro día termina. Otra jornada de salir del encierro de la pequeña oficina. El bullicio  de las calles, la incomprensión de la humanidad.

Hacía ya mucho tiempo que siempre me desentendía de mis amigos. Era el único que trabajaba sin parar, y nunca me sentía de humor cómo para estar con ellos.

Mucho antes ya había quedado sólo, el día que mi viejo amor de aquella distante infancia me abandonó, porque entendía que el trabajo tiene su tiempo, y que ella también merecía el suyo. Durante muchos meses compraba ese tiempo que no le daba con regalos, hasta que la relación terminó por marchitar.

Otro día de trabajo más. Otras 24 horas que se desvanecen de mi vida sin que pueda yo hacer nada.

Había llegado a casa, todo estaba como siempre. Las mismas paredes grises, los muebles viejos, el mismo aire que sólo respiro en la comodidad de mi hogar, mi rincón en el mundo, mi paradójica jaula de libertad.

Me senté en la computadora, busqué algo con que entretenerme, cuando sentí hambre.

Fui a la cocina, tomé un trozo de carne de la heladera, otros ingredientes y mientras preparaba la cena, descorché un vino.

Nada era distinto de lo acostumbrado, hasta que sentí aquello.

Es difícil de describirlo. Como una presencia, como si me observaran.

Es gracioso pensar con que paranoia andaba de un lugar al otro, y cuando no hallé nada fuera de lo común, me dispuse a comer en paz.

Todo esto quedaría en una tonta historia, si no fuera por lo que pasó al día siguiente.

Luego de otra jornada igual a las demás, volví a mi casa.

Mi habitación con sus paredes grises me dio la tradicional bienvenida. Encendí la computadora, y cuando estaba quitándome la corbata, oí romperse un cristal.

Tomé con fuerza una figura de madera que adornaba mi biblioteca, y lentamente, evitando hacer algún sonido, fui hasta la cocina.

Aquel pasillo de 3 metros fue más largo que de costumbre, y en las paredes podía escuchar el eco de mi corazón atormentado por el miedo.

Como un ladrón apenas abrí la puerta que comunicaba a la cocina.

Nada fuera de lugar.

Cuando estaba por reír, tras el estado de nerviosismo, y la confusión que sentía descubrí que algo faltaba. Un pequeño detalle en la mesa. En efecto, el portarretratos donde estaba la última foto de mis padres había desaparecido.

Tan rápido como pude, verifiqué todas las puertas y ventanas de la casa. Cerradas.

Pero escuché el cristal romperse, ¡debe estar en algún lado!.

Luego de buscar, lo encontré. Estaba detrás de la heladera, a unos 5 metros de su mesa, y desde donde estaba, hasta donde apareció, no existía forma lógica que pudiera llegar. Eso sumado a que la foto desapareció.

Luego de mucho batallar conseguí que aquel viejo amor viniera a cenar conmigo, y también, gracias al vino, durmiera conmigo.

Y no siento vergüenza de decir que me sentía un niño asustado.

Esa noche no pude dormir bien, por cómodo o feliz que me sintiera con aquella tan agradable compañía.

El día siguiente fue un infierno en el trabajo, un día sin paz como nunca había padecido.

Fue tanto el terror de volver sólo a mi casa, que quedé a cenar en un restaurante, y solamente cuando me sentía desvanecer en las mesa, junté coraje, pagué y me fui.

Llegue apenas con fuerzas de alcanzar la cama, y rendido me hundí en un sueño que rosaba a la muerte.

Durante semanas no pasó nada. Eran días y días calcados unos de otros, y cuando mi alma volvía a su ritmo normal ocurrió lo que les vengo a contar.

Me acosté, eran las 23:30, y el cielo era una masa gris. Llovía mucho para esa época del año, y los rayos hacían difícil que uno pueda escuchar sus propios pensamientos.

Todo estaba a oscuras de pronto. "No es raro que corten la electricidad con este clima" pensé.

Hasta que me percaté de una luz, una luz tenue que entraba por debajo de mi puerta.

Armado una vez más con la figura de madera, salí lentamente al pasillo. Era la luz amarillenta de una vela aparentemente.

Cuando por fin se terminaron aquellos metros del pasillo pude ver aquello que iluminaba tenuemente desde la cocina de mi casa.

Sentado frente a la cabecera de la mesa estaba mi padre. A su derecha mi madre. Una pequeña vela iluminaba sus rostros.

No sentí medio. Tampoco felicidad. Me sentía confundido, y aunque sabía que era imposible, allí estaban los dos.

"Carlos -dijo mi padre- te vinimos a buscar. Ya es el momento de que nos acompañes en la eternidad."

No pude hablar. Él se levantó, caminó hasta mi, y después de años de extrañarlo pude volver a sentir él calor de su mano en mi hombro.

Mi madre, desde su silla dijo "no tengas miedo, porque a donde vamos no hay dolor. Perdón que te hayamos robado esa foto, pero era la única forma de avisarte que estábamos por venir a buscarte pronto."

No sufrí, pero recuerdo ver cómo la llama de esa vela alcanzaba él portarretratos con la foto de mis padres. Lentamente vi cómo la mesa, los demás muebles las puertas y ventanas se consumían. La biblioteca de mi habitación se desplomó sobre la cama donde alguien parecido a mi estaba acostado.

Es curioso que vemos la vida entera pasar frente a nosotros, y ahora veo cómo la muerte viene a buscarme ante mis propios ojos.

Y tal vez ese habría sido un final feliz, si no fuera por la curiosidad de ver cómo los bomberos apagaban el incendio.

Ver cómo mi hermana intentaba reconocerme.

Cómo mis amigos se lamentaban.

Y cómo aquel viejo amor lloraba.

La vida era para disfrutarla, y entendí tarde todo esto. Espero ser el último que no aprendió a cómo se  debe vivir sino después de muerto.

Pequeña Historia CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora