El extraño entró apresuradamente a la cafetería, ubicada en la esquina que formaban las calles de Economía y Odontología. Sin detenerse un solo momento cruzó entre las mesas, con la mirada clavada siempre en el frente, en dirección de los sanitarios.
Era un hombre de mediana estatura, de unos treinta años, que vestía una extravagante gabardina de piel gastada, color negro, que le daba casi hasta los tobillos. Por la parte posterior, la gabardina tenía bordado un enorme escudo de armas. Y sobre las anchas solapas llevaba prendidos otros escudos de metal con vistosos diseños en relieve.
Las botas de cuero que calzaba producían fuertes pisadas al andar, que llamaron enseguida la atención de los clientes. En una mano sostenía un bastón corto, con la empuñadura tallada en forma de cabeza de dragón. Un bastón que, por su reducido tamaño, no podía servir para apoyarse en él; a menos que lo empleara un enano.
Un joven estudiante de arquitectura que estaba sentado a una de las mesas, ubicada a un lado del pasillo que conducía a los sanitarios, se lo quedó viendo también con extrañeza al pasar, como el resto de los comensales, y no le quitó la vista de encima hasta que desapareció por la puerta del baño de caballeros.
Pasado un buen rato, Fabio Arias se extrañó de no verlo retornar del sanitario, atento para mirarle bien cuando pasara de regreso. Pero nunca volvió.
Fabio trató de no darle mayor importancia al suceso y terminó de consumir el café con crema y la crepa de queso que le habían servido poco antes.
Cuando estaba formado en la caja para pagar, unos minutos después, otra extraña joven entró aprisa también por el portón de la cafetería vistiendo una gabardina similar, pero teñida de un anómalo color rosado. Sobre la espalda le colgaba un estuche oblongo, cuya bandolera de cuero le cruzaba sobre el pecho.
Al pasar junto a Fabio, la misteriosa joven de expresivos ojos castaños giró la cabeza un instante y le sonrió con gesto provocativo. El sutil aroma de su transpiración emanaba de su cuerpo esbelto, y algunas gotas de sudor perlaban su frente como si se hubiera agitado. Fabio la siguió con la mirada hasta que se perdió al fondo del pasillo en dirección asimismo de los sanitarios, atento al movimiento cadencioso de sus caderas, que se destacaban por encima del vuelo de la gabardina.
El resto de las personas que estaban formadas detrás de él comenzaron a impacientarse al ver que no avanzaba hacia la cajera desocupada, absorto todavía con el cadencioso andar de la joven.
-¿Va a pagar? -advirtió el hombre que estaba detrás de él.
Fabio salió de golpe de su atolondramiento, avanzó hacia la cajera y pagó, sin verificar la operación. Cogió el cambio, y apretándolo con el puño, se encaminó anonadado hacia los sanitarios, en persecución de la chica. La cafetería de la calle de Economía lucía atestada a esa hora. Eran las siete y treinta de la noche, del 7 de agosto de 2019.
Cuando Fabio llegó al fondo del pasillo, se acercó con cautela a la puerta del sanitario de las damas. Una mujer salió justo en ese momento, y Fabio se giró en redondo fingiendo una confusión.
Alejado unos pasos de la puerta del sanitario, aguardó hasta que ninguna mujer saliese por la puerta, mientras tomaba valor y se decidía a asomar la cabeza al interior para averiguar lo que había pasado con la muchacha de la gabardina rosada; que tampoco había vuelto del sanitario como el sujeto anterior.
Excitado por una irrefrenable curiosidad, se aproximó de nuevo y empujó suavemente la puerta de resorte para meterse a hurtadillas en el baño de las damas en busca de la misteriosa mujer. El baño lucía desolado. Sobre la barra de granito del lavamanos había algunos cosméticos olvidados, y una botella de crema para las manos.
Fabio avanzó temeroso por el interior y se inclinó un poco para echar un vistazo debajo de las puertas de los gabinetes. En el ultimo descubrió por fin las puntas de un calzado negro, semejante a las botas que calzaba aquella extraña joven. Pero de inmediato se enderezó con turbación, para no ser descubierto por la dama que estaba sentada en el retrete.
Una mujer entró repentinamente al baño y lo descubrió parado junto al lavamanos.
-¿Qué hace aquí? -le preguntó la mujer, entre airada y sorprendida-. Voy a informar al gerente.
Ofuscado, Fabio trato de justificar su intrusión.
-Discúlpeme, señora. Solo buscaba a una amiga que no ha salido.
Y nervioso se dirigió hacia la puerta, avanzando con la cabeza abatida.
El pestillo de la puerta del gabinete ocupado sonó a sus espaldas, y la mujer que estaba dentro salió con cara de espanto. Girando la cabeza, Fabio comprobó que no se trataba de la joven que buscaba.
Turbado, no dijo nada más y dio unos pasos hacia la puerta para salir de inmediato del sanitario. La mujer que acababa de entrar se apartó de su camino para permitirle el paso, y fue entonces cuando el estudiante de arquitectura se encontró de frente con aquel espejo de cuerpo entero, adherido a la puerta del baño por la parte interior. Sin poder evitarlo, contempló su reflejo unos instantes antes de tomar la perilla dorada para salir de allí. Le pareció que el espejo se agitaba, como la superficie de un estanque de agua. Estupefacto, abrió y cerro los parpados para aclarar su vista; pero el efecto se repitió y su reflejo volvió a distorsionarse con el sutil movimiento de la superficie de azogue líquido.
Apurado por las dos mujeres, que permanecían rabiosas a su espalda, Fabio bajó la mirada para tomar la perilla con una mano. Cuando volvió a asomarse al espejo, apenas una fracción de segundo después, la superficie del espejo lució enteramente normal. Más nervioso todavía, sacudió confundido la cabeza y abandonó finalmente el baño, sin entender bien a bien por qué hacia todo aquello.
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La guerra del tiempo.
Science FictionNovela de ciencia ficción que explora las implicaciones que tendría para la supervivencia de todo cuanto existe, el control y el dominio de unos cuantos sobre las oscilaciones del tiempo. Los cuatro relojes temporales que rigen el orden del cosmos h...