Se negaba a salir de viaje para “no arruinar la luna de miel”, pero le dije que debido a mi trabajo sería difícil estar en ella, así que tras un gran suspiro se rindió. El lugar a donde fuésemos no era importante, quería disfrutar de sus sonrisas, su dulce mirada, de todo el amor que nos prometimos hace años y que desafortunadamente no podría quedar sellado.
— ¿Por qué me miras así? — Preguntaba avergonzado.
— Es sólo que me gusta recordar de vez en cuando que tengo a mi lado al hombre más guapo de todo el mundo.
— Se supone que soy yo quien debería ser cursi y alagarte.
— ¿Has escuchado sobre el feminismo? Hombres y mujeres, todos iguales, en todas partes, permíteme alagarte al menos una vez.
Desde que salimos, borré de mi memoria lo que me esperaba al regresar, quería disfrutarlo como nunca antes, quería un recuerdo, una historia, quería su felicidad.
Regresamos para pasar la última semana en casa, había planeado una sorpresa para él; YongGuk, su mejor amigo, mi hermano, me ayudó a despistarlo para que yo pudiese preparar todo, arreglé el departamento, preparé la cena y me puse el vestido corto con flores, aquel que usé cuando me pidió matrimonio, aquel que había quedado empapado porque el encargado de los aspersores olvidó que estábamos ahí, aquel que había sido testigo de nuestra promesa.
Recuerdo su rostro al verme, sorprendido y con lágrimas asomándose en sus ojos, pues alguna vez me había contado, cuando aún éramos amigos, que el mejor día de su vida sería cuando la mujer que amaba lo recibiera en la noche, con una linda cena lista, sonriente y una exquisita copa de vino.