Luna siempre se ha sentido sola, son muchas las veces que juega o que ella misma se consuela para sacarle sustento a la noche o para q sus días no sean de pena.
A Luna nada la intimidad, solo la mirada de ese hombre que noche tras noche se sienta en el tejado contando las estrellas. Son muchos los intentos que ha hecho Luna de atraer al desconocido, pero aún así el hombre siempre sigue la cuenta de sus estrellas. Luna no comprende, cuan grande sea su brillo el sujeto prefiere a las menos bellas. El hombre, aturdido, a medida que Luna surca el cielo, más lento parpadea y al techo de espaldas recibe repentino. Luna no entiende que sucede, por qué siempre que está a su espalda el hombre cae tendido.
Vuelven las noches y con ellas Luna inventa nuevos trucos para que la mire el desconocido, como es de esperarse sus intentos son fallidos pues aquel sujeto poco sabe de lo ocurrido. Así pasan los días, semanas incluso meses y la tristeza de Luna aún más crece. Se siente fea, aberrante y sin sentido, ahora no habla con las estrellas, pues se siente inferior a ellas. Ya a Luna no le agradan las noches y por deber solo es que regala su brillo. Luego de un tiempo sin Luna ver al sujeto, perdió cualquier esperanza de una vez más ver su espectro.
Luna seguía sola y eso le molestaba, no se daba cuenta que todas las estrellas su atención a ella prestaban. Luna anhelaba la mirada de un desconocido que admiraba las estrellas por la forma en la que a Luna intentaban dar consuelo en este universo infinito.