Mientras terminaba de cruzar por los larguísimos, tortuosos y abarrotados pasadizos que suelen conformar los aeropuertos internacionales, Andrea no pudo evitar fijarse en el enorme cartelón que un grupo de personas había preparado como recibimiento a otra. El texto apenas abarcaba un «Bienvenida» en mayúsculas, y era adornado con flores de papel, dibujos de estrellas, excluyendo algún que otro detalle más.
No es que el cartel fuera lo más hermoso que hubiera visto, y mucho menos lo mejor, sin embargo, le resultó llamativo el detalle que todas esas personas se habían tomado al hacerlo, y en alguna parte, muy en el fondo de si, deseó tener a alguien que le diera esa clase de bienvenidas alegres, o aquellas miradas cargadas de sentimiento que trasmitían un mudo «cuanto te he extrañado». Sus padres la amaban, claro, como cualquier padre ama a su única hija, sin embargo la añoranza de Andrea siempre había sido diferente, más como una especie de hambre que nunca lograba saciar.
Permaneció tan solo unos segundos viendo a aquel grupo de personas cuando saludaban a la recién llegada, y al ver como esas personas se abrazaban entre ellas, no pudo evitar sentir una punzada de dolor en el pecho, la cual no hizo más que acrecentarse doce exactos minutos después cuando hubo terminado de recoger las dos maletas que componían su equipaje, cuando se encontró totalmente sola en las puertas del aeropuerto y esperando el bus que se supone la debía llevar hasta el pueblo al que sus padres la enviaban con la excusa de que “pasara unas buenas vacaciones”.
–Pasar felices vacaciones –Repitió para sí misma con cierto resentimiento– Tan solo tenían que ser honestos y admitir que estaban divorciándose.
Con una nueva ola de fastidio, esta vez dirigido hacia los incesantes mosquitos que habían empezado a rodearla y zumbarle en los oídos, dejó escapar un suspiro y recogió sus maletas. El bus no tardó demasiado en llegar, pero para molestia de Andrea, cuando lo hizo, llegó completamente lleno, y no hacía falta imaginarse lo mal que lo pasaría estando apretada como sardina, sin embargo Andrea no tuvo más opción que abordarlo.
Ya trascurridas varias horas de viaje, los pasajeros fueron desocupando el bus, lo que permitió a Andrea sentarse y por fin fijarse en lo que la rodeaba. El asombro fue imposible de contener cuando se dio cuenta de que la estaban transportando a través de un frondoso bosque al mejor estilo de Gravity Falls.
Por un momento quedó embelezada con el lugar, las copas de los arboles eran tupidas, pero de algún modo dejaban entrar la luz solar suficiente para darle al camino aquel curiosamente mágico encanto que tan solo suele verse en las pinturas o películas de fantasía, y mientras en su mente florecía el asombro a la par con cierto cosquilleo dejavú, una pregunta surgió en su mente.
– ¿Por qué mi madre me envió a este lugar? ¿Qué es aquello por lo que tan interesada estaba en que viera?
Tal vez su madre había querido llevarla ahí de un intento de hacerla salir de casa, tal vez había algo más detrás del extraño comportamiento que había tenido su padre al momento de informarle –informarle, no preguntarle si quería– que tendría que ir durante las vacaciones a aquel pueblito alejado de todo lo humanamente conocido, quizás fuera cierto aquello de unas felices vacaciones, o tal vez todo fueran imaginaciones de Andrea. Lo cierto es que ya casi nada quedaba de la anterior certeza que, minutos antes, la había guiado a pensar en el divorcio de sus padres.
–Temo que si no te buscas ropa más adecuada al clima de aquí, acabarás severamente deshidratada.
Un joven interrumpió sus meditaciones, casi al tiempo en que le ofrecía una botella con agua, y propinándole una cálida sonrisa que por un segundo o dos, provocó cosquilleos en el estómago de Andrea.
–¿Ropa más adecuada? –Con molestia contra sí misma, empujó a lo más profundo de sí que pudo aquel cosquilleo, y respondió con toda la frialdad que pudo– ¿Hay algún problema en los vestidos?
Respondió malpronunciando levemente la “R”, un modismo inconscientemente aprendido y alargado por su familia a causa de haber aprendido el inglés a la par que su idioma materno. No es que aquello la incomodara, sino el porqué, pues, mayormente, ella sentía que pronunciaba mal durante los momentos de tensión o nerviosismo.
Con un leve disimulo, Andrea bajó la vista hacia sí, y tuvo que admitir que si bien el vestido que llevaba estaba destinado a ser usado en días calurosos, la observación del desconocido tampoco estaba fuera de lugar, pues este empezaba a ser un poco incómodo tras las horas de viaje, y los estampados tampoco eran de lo que as orgullosa pudiera estar.
–No es que lo haya o no – Él se encogió ligeramente en hombros en lo que nuevamente ofrecía la botella– Solo señalaba el hecho de que es extraño ver gente usar un vestido cuando viene a un lugar predominantemente boscoso.
–Sí, bueno. La verdad es que estoy acostumbrada a los vestidos, y me siento más cómoda así.
Un suspiro algo escapó de sus labios, cuando aceptó la botella y le dio un sorbo, aunque ni ella misma pudo saber si fue de cansancio por el viaje y todo, o por poder calmar finalmente la terrible sed que la empezaba a aquejar.
–Aja.
Andrea notó cierta ironía en el acento y voz del extraño.
–¿Qué me dices de ti, extraño? ¿Te sientes cómodo yendo a sentarte junto a cualquier extraña que te encuentras al paso?
–Solo si son bonitas. La verdad es que moría de miedo de que me mandaras a volar, así que de verdad agradezco que no me echaras.
–Aun no decido si hacerlo o no.
Inesperadamente, Andrea se encontró a si misma riendo alegremente junto al extraño durante las siguientes dos horas que duró el viaje, algo muy extraño considerando que en su escuela, Andrea siempre había sido considerada como aquel tipo de chica a la cual se puede pasar por alto durante días enteros si es que ésta no habla en ningún momento.
En ese corto periodo de tiempo, y más que nada gracias a sus cuidadosamente perfilados dotes de periodista chismosa escolar, Andrea pudo enterarse de que el desconocido chico se llamaba Dorian, que tenía una hermana menor; y que conocía de algo a su madre y al tío al que iba a visitar.
–Dorian. Como el bohemio personaje de la literatura.
Bromeó el chico haciendo una cómica pantomima imitando al personaje del que hablaba, logrando de paso sacarle otra sonrisa más a Andrea, quien sin poder evitarlo, no apartaba la vista de los llamativos ojos verdes de su interlocutor.
–Sí, eso me ayudará a recordar tu nombre –Sonrió ella una vez más, logrando apartar por fin la vista del chico cuando éste giró a ver al exterior.
– Ya casi estamos por llegar. ¿Hace cuánto me dijiste que no vienes?
–Bueno, no lo dije… la verdad es que yo nunca había venido, y tampoco me he visto con mi tío, así que no sé muy bien que debería esperar.
O bueno, él si me ha visto, yo soy la que no lo recuerda, pensó para sus adentros sintiendo nuevamente aquel malestar que le provocaba el pensar en todas las memorias que había perdido aquel día hacía once años.
–Pues creo que se llevarán bastante bien –Nuevamente el ojiverde la sacó de sus ensoñaciones– No es que él sea con quien mejor me lleve en el pueblo, pero creo que si no llegas a echarle avispas encima…
–¿Avispas?
–Un tontería – Admitió con una sonrisa pícara– Sin querer hice que un nido de avispas aterrizara en el centro del bote donde él estaba sentado pescando.
Por segunda vez, Andrea se encontró a si misma riendo con las ocurrencias del chico a su lado, y por un segundo se permitió soñar sintiendo su vida como parte de un capitulo escrito en la historia de alguno de los escritores que solía leer en su celular.
–Era un crío entonces, pero sospecho que nunca me perdonó el haberlo hecho saltar de cabeza a un lago infestado de sanguijuelas.
Con una nueva risa, Andrea no pudo quitar de su mente la idea de que tal vez… solo tal vez, podría divertirse en este pueblito.
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New town, old town
FantasyAndrea por decisión de sus Padres, se muda a un pueblito bastante lejano de todo, donde piensa que se aburrirá, pero pronto acaba conociendo personas que nunca pensó conocer, y viviendo algo que nunca pudo imaginar que pasaría.