18. El Juego De La Pelota

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Andreu había conseguido escabullirse nuevamente. Mamá terminó por ceder ante las súplicas del pequeño y tendría un ratito más para jugar hasta la cena. 

—Gracias, mami. Enseguida voy.

 —Cinco minutos. Ni uno más, ¿eh? Te lavas las manos y a cenar.

 —Vale mami. ¡Gracias!

 Desde que encontró ésa pelotita de cuero, se había olvidado de todos los demás juguetes. Incluso la videoconsola había dejado de ser su mejor compañera de juegos y acumulaba capas de polvo junto al televisor del salón. Si bien la inventiva no era la mejor virtud de Andreu, sí que era un niño persistente, y su solitario juego, aparentemente anodino, de pasarse la pelota de una a otra mano o de botarla en la calle sin la menor intención de patearla le mantenía entretenido horas. Ya en el salón, mamá se lo volvió a repetir. 

—Aprovecha esos cinco minutos para recoger, Andreu.

—Vale, vale... 

El pequeño, entornó sigilosamente la puerta mientras escuchaba a mamá colocar sus cubiertos en la mesa. Andreu abrazó su pelotita, se agachó, y la dejó en el suelo quieta. Se sentó junto a ella e instantes después, comenzó a rodar muy lentamente abriéndose a su paso la puerta de su habitación para salir de ella y llegar a la cocina. Segundos después, el grito ahogado de una mujer y una vajilla haciéndose añicos rompieron la tranquilidad de la noche. Andreu, sonrió traviesamente y miró bajo su cama preguntando. 

—Y ahora, ¿a qué quieres que juguemos?

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