El final

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Lyon, 12 de noviembre de 1997

Juré en el altar entregar mi corazón a la única mujer que amaría el resto de mi vida. Juré que sería el mejor padre cuando sostuve el cuerpecito de Olivia en mis brazos. En efecto, estaba seguro de que no todo sería perfecto; llegarían las tormentas y las difíciles decisiones para salir de ellas; estaría dispuesto a que llegara lo que fuese y me mantendría ahí, como un caballero esperando la batalla. Cualquier esposo y padre que ame tanto a su familia diría lo mismo indiscutiblemente. Sin embargo, una afección arterial al corazón se va formando luego de cumplidos los dos años, algo tan pequeño e insignificante como una bacteria en el cuerpo, puede quizá ser mortal. Y puede quizá también desmoronar toda la fuerza que había dentro de ti. Se trataba de una enfermedad coronaria degenerativa, Olivia vivió sus siete años de la mejor manera; los peores años llegaron después, cuando ella ya no estaba. Antes de que nos dejase me negaba a aceptar que tarde o temprano su ausencia sería parte de nosotros. Con el tiempo mi cabeza gesticulaba la idea de convertirla en un recuerdo. Mi corazón no podía. Muchas veces nos preguntamos por qué suceden estas cosas, o, peor, ¿por qué le suceden a las personas que no lo merecen? ¿Por qué no a otras cuyos padres no quisieron ser padres? «Lo superaremos juntos» eran las palabras que deseaba oír por lo menos. Rebeca entró en una gran depresión luego de Olivia partir. No sabía si me dolía más no ver a Olivia o verla a ella en ese aciago estado. Pero un «lo superaremos juntos» y juro por Dios —si existe— que era lo único que necesitaba. Casi nunca hablábamos, de vez en vez me preguntaba "¿Qué día es hoy?", palabras limitadas hasta aquel octubre triste. Esperaba el «lo superaremos juntos» pero en vez de decir "¿Qué día es hoy?" Sólo me dijo "Ya han pasado cuatro meses". Sí, cuatro eternos y dolorosos meses; ciento veintidós días sin escuchar la suave voz de Olivia en las mañanas. Le dije, con mi débil voz y tristeza en los ojos "Lo superaremos juntos". Ella me miró por un momento y sólo hubo una respuesta: "Lo siento, Jack". No lo entendí en ese momento hasta el día siguiente que llegué a casa y encontré su cuerpo descansando en la cama de Olivia. Por desgracia sólo era un cuerpo inerte con un frasco de pastillas vacío que sujetaba su mano. Fue en ese momento cuando comprendí que lo había perdido todo; todo me había sido arrebatado por la muerte, por el destino o quizá por un Dios. Eso jamás lo sabremos con plenitud. No sé a quién le escribo esta carta, tal vez a quien primero la encuentre, tal vez a quien se sienta identificado y haya experimentado el indescriptible sufrimiento de una pérdida. Tal vez nadie la encuentre y, en ese caso esta carta irá de manera intangible para la muerte que se ha llevado todo lo que tenía en el mundo. ¿Qué espero de ello? No lo sé, quizá para que sepa que he sido otra de sus víctimas.

Jack Miller.

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⏰ Última actualización: Aug 28, 2020 ⏰

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CARTA PARA LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora