Lurelia Eternamente.

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(Sha la la la)

Lucía García lo tenía todo preparado. Estaba muy nerviosa, pero absolutamente convencida de que lo quería hacer, de lo que necesitaba hacer, en realidad.

Desde que Aurelia volvió de Florencia, de perseguir su sueño de ser una reputada pintora, las cosas entre ellas habían sido complicadas y reconocía que, gran parte de toda esa situación confusa y difícil, había sido por no poder quitarse de encima el miedo que tenía a darlo todo por ella de nuevo y que Aurelia, se volviera a marchar.

En la absurda huida de sus sentimientos, incluso, había hecho daño al bueno de Segismundo, con el que tuvo un amor de adolescencia y al que había dado esperanzas de retomar aquella relación, aunque, en su interior, Lucía siempre supo que le sería imposible arrancarse a Aurelia de su corazón.

La pintora le dijo que lucharía por ella, que se quedaría a su lado hasta que ella decidiera echarla, y así lo hizo y, la coraza que se autoimpuso Lucía, se fue resquebrajando poco a poco. Hasta el día en que Aurelia se presentó en su casa con una caja y una luna pintada a mano por ella en un lienzo. Era su luna. La que les había cobijado en su primer baile en el Queen's, la que les había ayudado a la hija de los Extremeños a recuperarla cuando casi la pierde por culpa de su padre, la que le había acompañado durante todos los momentos importantes de la relación... allí estaba, en sus manos de nuevo.

Cuando Lucía levantó sus acuosos ojos del lienzo y vio a la pintora sonreírle como solo Aurelia era capaz de hacerlo, cuando la vio mirarla como solo ella la miraba, lo supo. No podía vivir un solo minuto más sin abrazar a la mujer que le había dado la vuelta a su vida, no podía esperar más para volver a tocarla, a besarla, a amarla.

Desde ese momento, no habían podido separarse ni un solo minuto. Aurelia volvió a su trabajo en el hotel en el que trabajaba cuando ambas se conocieron. Para ella, volver a aquel lugar no era algo que quisiera hacer, pero necesitaba el dinero. Y, para colmo, estaba dirigido por el empresario Contreras, un mal bicho que estaba en contra de todo lo que la pintora representaba. Aunque Lucía vio una ventaja en todo esto... verla de nuevo con el uniforme. Aquella visión, le provocaba nostalgia y... bueno, otras cosas menos decorosas... para qué engañarse a estas alturas. Ese maldito y bendito uniforme, que le había hecho colarse en ese hotel, solo para poder verla con él puesto y robarle unos besos escondidas en cualquier habitación.

No tardaron mucho en volver a vivir juntas. Se extrañaban. La cotidianidad, el sentir la piel de la otra cada noche, verse despeinadas y sin maquillaje a primera hora de la mañana, dormirse juntas en el sofá viendo cualquier programa, en su pequeña televisión, que no le interesaba a ninguna de las dos... eso era lo que las dos querían. Lo que las dos necesitaban. Necesitaban vivirse.

Meses más tarde llegó a casa el nuevo miembro de la familia. Lo habían hablado mucho y querían compartir el amor que las dos se tenían con otro ser vivo, así que en cuanto la vieron solita en la calle, decidieron llevarla a casa y darle todos los mimos y los cuidados que se merecía. Galleta con chocolate, la llamaron, a veces le llamaban Galle para abreviar, otras Lleta y otras "Malditagatadejadearañarelsofá". Era una gatita marrón claro con motitas negras por el lomo que no paraba quieta un segundo y les había destrozado los cojines del sofá dos veces en el tiempo que llevaba en la casa con ellas.

Y, aun sabiendo que su historia era imparable, que estaban destinadas a estar juntas, Lucía no era capaz de quitarse los nervios que llevaba arrastrando los últimos días.

Había quedado con ella en el Queen's, el local que las vio conocerse, enamorarse y besarse por primera y por segunda vez. Lo iban a vender pronto y la García, quería despedirlo como se merecía. El lugar estaba vacío y no abriría hasta el día siguiente, así que tenían su adorado Queen's Road Club para ellas dos solas.

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