Capítulo l

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Gustabo y Horacio siempre fueron mejores amigos.

Su niñez fue como la de cualquier niño, jugaban, correteaban por calles pobladas, jugaban a las escondidas y confiaban uno en el otro.

Gustabo siempre protegía a Horacio de cualquier persona que pudiera hacerle daño. 

En una ocasión, un hombre alto y robusto le robó su diminuta paleta dulce de sus pequeñas y delicadas manos a Horacio, Gustabo se percató de la situación y golpeó fuertemente al hombre en su rostro tumbándolo al suelo. Horacio lo observó con admiración y lo abrazó.

Ambos sabían que su destino era permanecer juntos por sobre todas las cosas. Su amistad perduraría y jamás se rompería. Gustabo protegería a su más querido amigo mientras que Horacio lo apoyaría en sus grandes hazañas y metas.

Horacio no tenía familia.

A su corta edad, sus padres fueron asesinados justo frente a él.

Horacio había quedado solo, por lo tanto lo encerraron en un reformatorio hasta su encuentro con una nueva familia.

En ese lugar Gustabo lo conoció.

Un pequeño Horacio, tímido y solitario se encontraba ojeando minuciosamente un pequeño papel color azul, sentado inmóvil en una esquina oscura y helada.

—¿Qué haces ahí tan solo? — pregunta un pequeño Gustabo.

Horacio levanta su rostro suavemente —Me siento cómodo aquí.

Gustabo avanza y se sienta a su lado —Te entiendo, yo tampoco me sentiría a gusto en este lugar.

Horacio le sonríe —¿Qué haces aquí? Jamás te había visto.

—Mis padres ansían un hermanito, con mi hermana Danielle no basta. — responde, con un ápice de burla.

Niños transitan corriendo frente a ellos, gritando y riéndose a carcajadas.

—¿Por qué no estás jugando con ellos? — pregunta Gustabo.

—No lo sé, no me gusta este lugar. — responde Horacio con entonación triste.

—Deberías irte con nosotros. — replica Gustabo, con un tono de voz enérgico.

—No lo creo — brama con tristeza — Muchas familias han venido y nunca me llevan con ellos.

—Esta vez es la excepción — suelta Gustabo, levantándose de golpe y extendiendo su mano — Vamos.

—¿A dónde vamos? — dice Horacio, sujetando su mano para elevarse.

—A conocer a tu nueva familia. — responde.

Sus padres adoptaron fielmente a Horacio, de otra forma quedaría solo y abandonado en el reformatorio y sintieron un vació de dejarlo en ese lugar. 

La familia de Gustabo alojó cómodamente a Horacio en su hogar. Se acopló muy bien a su entorno, llevándose de buena manera con todos.

Horacio ya no se sentía solo, tenía una familia que con el pasar del tiempo lo querría y sería de buena ayuda para todos.

Gustabo apreciaba todo el tiempo con él, su amistad era plena y divertida. Eran inseparables y su luz iluminaba cada paso que daban sin apagarse.

Al tiempo de la llegada de Horacio, los padres de Gustabo comenzaron a tener incomodidades entre ellos.

Noche tras noche, gritos y discusiones, malas palabras y forcejeos se percibían masivamente.

Gustabo siempre estuvo ahí. Cada noche sin falta acompañaba a Horacio en cada momento malo de sus padres.

—¿Todo bien? — dice Gustabo, abriendo la puerta de la habitación lentamente.

Horacio se inclina de la cama, reposando su espalda contra la pared, una suave pijama de mariposas calentando su cuerpo — Tengo miedo Gustabo.

Gustabo entra rápidamente a la habitación, cerrando la puerta tras sí. Camina junto a la cama y se sienta frente a él.

—No tengas miedo, estoy aquí amiguito.

—¿Es por mi culpa? — suelta Horacio, lágrimas brotando de sus ojos.

Gustabo se levanta para acomodarse junto a él bajo las sábanas.

—No es por tu culpa, todo está bien, confía en mí — responde Gustabo, inclinando su cuerpo para acostarse — dormiré contigo esta noche.

Horacio imita sus pasos — Gracias, hermanito.

Desde ese día, ambos unieron sus fuerzas y su valor para enfrentarse a cualquier obstáculo que se les presentara.

Ambos sería un equipo.

Serían Gustabo y Horacio. 

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⏰ Última actualización: Aug 30, 2020 ⏰

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