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Horacio seguía yendo al hospital. Una vez en la que estábamos solos y empezó a coquetear conmigo como de costumbre (yo le seguía el juego, para no hacerlo) me pidió mi número de teléfono y no se lo negé por obvias razones.

Quedamos en escribirnos a menudo y así lo hicimos.

Cuando venía le daba una piruleta al terminar de curarle y juraría que su cara de felicidad al desenvolverla me daba la vida.

Siempre sacaba un hueco para ver lo que me escribía mi paciente favorito cuando el nombrado me mandaba algún que otro mensaje. Aunque él no me viera todas las veces sonreía cuando veía su nombre en la pantalla de mi móvil.

Mis compañeros se empezaron a dar cuenta de las miraditas que le lanzaba cuando el chico no me veía y me apollaban incluso me daban consejos. Eso me hacía muy feliz.

Algo que no me hacía sentir tan bien fue que cada vez veía menos al menor en el hospital aunque nos seguíamos escribiendo.

Una parte de este malestar era que me quería armarme de valor para pedirle una salida a tomar un café después de trabajar. Es decir que quería tener una cita con él.

Me sentí fatal cuando estuvo una semana entera sin venir a verme.

Pero algo que me devolvió la ilusión fue volver a verle con Gustabo, eso sí corriendo y pidiendo auxilio con toda la malla de policía detrás.

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Yo no quería que Horacio parara de ir al hospital.

Hasta la próxima parte.

Prisión {Muertacio}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora