Ahí empezó todo, al final del pasillo.
Un día cualquiera de una semana más de mi aburrido diario. Yo caminaba como siempre, el pantalón de mi uniforme paticorto, porque el de mi talla ya se lo habían adjudicado a una empleada más joven y guapa que yo, dejaba entrever mis calcetines, uno blanco y rosa, y otro rosa y verde. Podría resumir mi vida en un par de calcetines, lo que incluso resultaría hasta poético en otra persona, sin embargo en mi, seguiría siendo vulgar.
Porque mis calcetines nunca aparecen emparejados, y cuando lo hacen siempre es con la pareja equivocada. ¿Que quiere decir esto?, pues que mi calcetín blanco y rosa , era de la misma marca pero de los colores equivocados aquella mañana, y no había sido una decisión meditada, ni una idea romántica del amor entre diferentes colores. Simplemente, fui incapaz de encontrar la pareja correcta. Que por cierto, es en resumen, mi vida hasta hoy.
Así me acercaba yo al final del pasillo, los brazos en alto recogiendo en un moño enmarañado mi pelo tintado de rosa, o decolorado en rosa más bien, dejando ver sin vergüenza alguna mis ya comentados calcetines. Iba musitando seguro algo nada inapropiado para el momento, cuando levanté la vista y lo vi, allí, inmóvil, al final del pasillo.
Fue hasta poético: alto, delgado, moreno, pelo corto y rizado, llevaba puesto un polo color azul oscuro, y unos vaqueros cortos que dejaban hasta las zapatillas blancas dos piernas perfectamente esculpidas y depiladas, cruzado un pie sobre otro; apoyaba un brazo en el mostrador lo que permitía ver dos maravillosos brazos rematados por dos grandes manos.
Él se giró al escucharme gritar: "ten cuidado con ese, que es un cabrón!". Si, esas fueron mis primeras palabras al levantar la vista, como siempre tan oportuna, tan discreta, y tan malhablada. Por supuesto no me refería a él, si no al ex marido de mi compañera de trabajo, con la que se supone que yo estaba hablando en la distancia, pero claro, él cómo podía saberlo.
Así que se giró, me miró y sonrió con dos filas de dientes inmaculadamente blancos y una sonrisa perfecta de semidios, primero bajó la vista y, miró hacia mis pies para después levantar la mirada hacia mi moño sin forma, y mi cara perpleja. Mis labios se abrieron, incluso en contra de mi voluntad, y balbucearon: -No me refería a ti. y terminaron por hacer un triste gesto de asentimiento y vergüenza conjunto.
Y él volvió a sonreir y dijo: -lo se, no pasa nada.
Os juro que nunca antes había sentido la presión en el pecho. Nunca antes había sentido ningún pudor de mis comentarios por muy imbéciles que fueran, nunca antes había sentido ningún decoro por vestir ridículamente mis pies. Sin embargo aquella mañana, el corazón me golpeó tan fuerte que rompió en añicos mi dignidad y mi autoestima. Me sonrojé como un adolescente y los cimientos en los que venía pisando tan fuerte se movieron hasta hacerme perder el equilibrio de mi vida; porque mi casa, también tiene un pasillo, dónde al final, me esperaba cada día mi marido. Aún sabiendo, que es mi calcetín verde y rosa desemparejado.
Cerré los ojos y me dejé llevar por aquella imagen triste.
Pero sin saber por qué, empecé a esperar con anhelo volverlo a ver al final del pasillo.
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Al final del pasillo
HumorHace mucho tiempo alguien me dijo que cuando cumples cuarenta, ya sólo te quedaba esperar las cosas malas. Pues bien, ha llegado ese día, apago mis velas y tengo muchas ganas de vivir aún, tengo muchos sueños por cumplir, incluso ganas de enamorarme...