La princesa Huérfana

212 24 5
                                    

Aidou lo sabía. Lo sabía y le dolía, le dolía cada vez que veía a su pequeña jugando con sus muñecas, sumergida en una soledad forzosa. Le dolía cuando entre pesadillas clamaba por Yuki. Le dolía cuando Juri se hacía pequeña cuando estaba en público. Pero por sobre todo, le dolía cuando el brillo en los ojos de su hija se desvanecía al estar frente a su madre.

Por todo aquello, había dejado de frecuentar los círculos de la alta sociedad de vampiros. Se limitaba a recibir las visitas de su primo y de sus apreciados amigos de la clase nocturna. Los susurros a medio pasillo y la fría mirada de la reina sangre pura para con su retoña habían terminado su efímera relación hace ya tiempo.

Lo suyo con Yuki nunca había sido amor, lo tenía claro. Se habían dado apoyo mutuo en un momento de soledad. Habían forjado una amistad cómplice que les permitió sobrellevar el dolor de saberse rechazados por las personas que realmente amaban. Todo había terminado por mezclarse en una relación a la que ahora Aidou no le encontraba sentido alguno.

Kaien se lo había advertido, Shiki se lo había advertido. Pero estaba demasiado ensimismado como para escuchar. El rencor que sentía cada vez que era testigo de las miradas entre su primo y Ruka su ser entero dolía y Yuki... Yuki había sido su sedante. Algunas personas recurrían al alcohol, otras a las drogas. En su especie era común perderse en el placer de drenar humanos. Él no, él se había refugiado en aquella chica dulce de largos cabellos y ojos caoba que le recordaba el cálido sentimiento de hogar que algún día Kaname y Kain se habían encargado de darle.

Y ahora se preguntaba constantemente: si hubiese sabido como resultarían las cosas ¿habría desistido de aquellas madrugadas llenas de risas con la princesa? ¿habría aceptado la oferta de Integra para mudarse a Inglaterra? ¿hubiese recorrido el camino hacia la habitación de la sangre pura?

Aidou se sentía como la mierda, porque sabía perfectamente la respuesta: a pesar de ver la infelicidad en el rostro de su pequeña hija, lo haría todo de nuevo. Porque aquella niña de risos dorados y ojos azules era su única razón para existir. No podía perderla. Haría todo un millón de veces, solo por tenerla junto a él. Era un egoísta, era un padre egoísta. Quizás aquello le hacía un mal padre... pero nada de eso realmente le importaba.

Lo que importaba era Juri, lo que importaba es que ella jamás supiese como la llamaban fuera de casa. Lo que importaba es que dentro de aquellas cuatro paredes su hija solo conociera su infinito amor por ella, que aquel lugar se convirtiese en su refugio. Aidou solo deseaba ver su sonrisa, escucharla jugar, pintarle las uñas (un pasatiempo que fingía detestar cada vez que Shiki preguntaba), ayudarla con sus deberes y quizás, si no era demasiado pedir, ayudarle a desquiciar a Kaito sin morir en el intento.

En realidad, si le daba una vuelta era algo cómico. Hace tan solo algunos años Hanabusa Aidou era la sensación de la clase nocturna. Las chicas de los dormitorios del sol peleaban (literalmente) por su lugar en las puertas de su dormitorio. Todos los días se reunían ahí, como luciérnagas ante un farol para llamarle "Idol" y rogar por su atención. En aquellos tiempos era conocido por ser la mano derecha de Kaname -junto con Kain claro-, en aquellos tiempos su mayor problema era cierto cabronazo de ojos violetas y cabellos plateados. En aquellos tiempos, los cazadores significaban dolor de cabeza.

Y a pesar de que actualmente la asociación de cazadores seguía significando para él un amargo sabor de boca. Era precisamente un cazador la única otra persona a parte de su hija, capaz de arrancarle una sonrisa. Convivir con él era tedioso, frustrante y a menudo le provocaba ganas de iniciar la nueva era glacial. Pero Kaito Takamiya, había llegado a su hogar para convertirse en una fuente de energía imprescindible.

En el inicio había sido la mayor tortura que el noble podría haber imaginado. El castaño llevaba una reputación en la espalda, heredero de una larga línea de cazadores, entrenado por el mismísimo Yagari Toga y, como detalle final se había hecho famoso por poner en descanso a su propio hermano... Lo único que le jugaba a favor por aquellos días era el cariño que le profesaban Zero y Kaname. Solo por aquel crucial factor Aidou lo había admitido en su hogar.

Cuentos de MadrugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora