Día 4: Mafia.

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Una última calada fue suficiente para que el cigarro se terminara, a lo que el ruso arrojó la colilla al suelo, dándole un pisotón después, apagando aquella menguante chispa.

Arregló su cabello, se acomodó la corbata y le dio una fría mirada a su acompañante.

—–¿Ya llegó?

Preguntó mientras respiraba el frío aire de la noche, demasiado estresado como para detenerse a observar el hermoso cielo estrellado.

—–Así es señor, está esperándolo en la mesa.

El soviético asintió satisfecho, palpó su cinturón, y al sentir su arma sobresalir ocasionando un bulto en su ropa, se tranquilizó.

—–Entonces será mejor que no nos demoremos.

Los ojos de Rusia se veían muertos, sin brillo, demasiado aburridos, como si hubiese visto suficientes cosas traumáticas para más de una vida... y es que así había sido, pero sabía que era el precio a pagar por la vida que llevaba; siendo la persona que era definitivamente no había tiempo para buscar algo que reviviera aquellas pupilas tan cansadas.

Dio unos pocos pasos hasta las puertas que separaban el balcón del comedor. Se paró un segundo ahí, cerró los ojos, soltó un suspiro, y adoptando ese rostro inexpresivo que lo caracterizaba, se adentró a aquel salón.

Inmediatamente la gran mayoría de las miradas se dirigieron a él, a lo que Rusia las ignoró completamente, caminando entre la gente hasta llegar a la mesa que era ocupada por la única persona que no lo veía, esa mujer.

—–Señorita México...

Murmuró, saboreando el nombre entre sus labios, admirando el momento en que la chica desviaba sus ojos hasta toparse con los suyos.

Violeta y dorado chocaron, tomándose cada uno el tiempo de analizar y enjuiciar al contrario.

—–Señor Rusia...

A modo de cortesía, la fémina se fue levantando elegantemente de su asiento, dándole una vista completa al euroasiático del cuerpo entero de la latina.

Aquella piel morena parecía brillar como joya ante las luces del lugar. Su cabello largo y azabache se encontraba amarrado en un molote desarreglado, dejando algunos rebeldes mechones caer por el delicado rostro de la muchacha.
Su vestido era blanco, largo, sin mangas y con un escote en forma de V, por el cual se veían esos generosos pechos que poseía la mexicana.
A pesar de que el vestido era holgado, se adaptaba perfectamente a las curvas de la chica, y en cualquier movimiento que hacía se acentuaba el cuerpo de la hispana.

Rusia veía la anatomía contraria con atención, buscando algún tipo de arma visible, pero sin perder la oportunidad de admirar.

Levantó la vista y en ese momento todo se detuvo, vio los labios pintados de un rojo intenso, su nariz pequeña y respingada, sus pómulos marcados, sus blancos dientes, pero sobre todo, se quedó atrapado con la mirada que le devolvía la mujer.

Sus ojos... Rusia pensaba que, al igual que él, tendría la mirada muerta, pero no era así, al contrario, pudo ver tantas emociones que se sintió intimidado momentáneamente.

Supo demasiado bien disimular su sorpresa, ya estaba acostumbrado a mantener una máscara, al fin y al cabo.

Ahora todo parecía ir en cámara lenta, sólo podía ver esos ojos tan fúricos y preguntarse cómo le había hecho para mantener la vida en ellos.

La mujer elevó su brazo y le extendió la mano, buscando que el ruso se la estrechara.

Inmediatamente Rusia tomó la suave mano de la contraria, subiendo y bajando levemente las manos unidas.

RusMex Week.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora