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En primer año, mi vida en el castillo fue bastante aburrida, por no decir exasperante y solitaria. A pesar de todos los esfuerzos mentales que hice por confundir al sombrero seleccionador y no ser como mi padre, quedé en Slytherin, pues mi sangre fue más fuerte que mis deseos.
No me llevaba bien con mis compañeros de casa, y para colmo, el resto del colegio me discriminaba por ser una serpiente. Así que preferí pasar las tardes solo que mal acompañado, siendo estereotipado como el sujeto callado que no se metía con nadie, pero a la vez, lo suficientemente misterioso para que nadie se atreviera a fastidiarme.
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Mejor para mí.
Nunca me gustó aparentar simpatía con gente extraña.
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Durante el verano pensé que mi existencia sería miserable por los seis años que me restaban en el castillo, pero tuvo que llegar el primero de septiembre para percatarme cuánto me había equivocado. En el andén nueve tres cuartos, una muchacha de cabellos dorados, largos y desordenados, llamó profundamente mi atención, hipnotizándome con sus orbes saltones color cielo, sus aretes de rábano y su varita colocada de forma casual tras la oreja, como si fuese un lápiz o un cigarro.
Aún recuerdo a la perfección cuando en la cena de bienvenida llamaron a los nuevos alumnos para la habitual ceremonia de selección de casas. Mi corazón inexplicablemente se aceleró, ansioso de ver cuál sería el destino de aquella rubia que se movía alegremente de izquierda a derecha, con las manos afirmadas en su espalda, mientras esperaba en la fila para ser llamada.
–¡Luna Lovegood!
Gritó la profesora McGonagall, y el ser de mi curiosidad ya tenía nombre y apellido. Luna subió los peldaños dando pequeños brinquitos, y con una sonrisa dulce se sentó agitando las piernas impaciente, hasta que por fin la anciana colocó el dichoso sombrero sobre su cabeza. Cuando el artefacto gritó "Ravenclaw" supe que mis esperanzas de tenerla como amiga se fueron directo al tacho de basura.
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Decepción, eso sentí.
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Decidí olvidarme de ella, de la promesa de una fiel compañera de aventuras, con quien podría conversar de las más absurdas trivialidades, hasta de nuestros profundos sueños, deseos y frustraciones. Alguien con quien intercambiar pensamientos e impresiones y a quien guardarle asiento al desayuno. Sin embargo, no pude quitármela de la cabeza. Por más que traté, fui vencido, a pesar de que ese año Draco Malfoy decidió unilateralmente que yo era su amigo y que, de alguna manera, nos convertimos en eso, con todo el respeto y popularidad que ello acarreaba en esas insípidas serpientes.
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Pero sin conocerla mucho, me faltaba ella.
Siempre me faltó.
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"¿Por qué?" Me cuestionaba constantemente, pero no lograba dar con la respuesta... hasta que la vi con Potter en quinto año.
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Celos, eso sentí.
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Y como si hubiera recibido una piedra reveladora en el cráneo, comprendí que me había enamorado de Luna sin haber cruzado más de dos palabras. Absurdo, idiota, irreal. Lo sé, pero sucedió. Y desde entonces, lo único que quise fue verme reflejado en sus ojos, volviéndome su observador desde las sombras, deleitándome con su particular forma de caminar y su honestidad al decir las cosas. Con sus accesorios estrafalarios y su fuerte sentido de lealtad que se notaba aún a distancia. Me enfurecían aquellos imbéciles que solían molestarla sólo por ser diferente, especial, y en más de una ocasión, no me aguanté de hechizarlos desde mi escondite, fenómeno que ella tomó como la ayuda de alguna criaturita mágica que sólo existía en su cabeza, y que a mí me parecía de lo más conveniente.
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Reflejo
FanfictionPorque siempre te amé desde las sombras y nunca te tuve. Porque con solo reflejarme en tus ojos diez años más tarde, volví a enamorarme de ti. Portada por @Romir21 - @EditorialDramione.