Más allá de las puertas de la eternidad

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¿Qué sucedería si de repente una de las mayores interrogantes de la historia de la humanidad pareciera desaparecer por completo del oscuro reino de la especulación y llegaba al puerto de la de la solución definitiva: qué es lo que hay más allá del umbral de la muerte?

¿Cómo podrá darse respuesta a tan tamaña pregunta que ha devanado la materia gris de las más brillantes cabezas que han podido surgir en toda la historia de la civilización? Por lo general la respuesta más sencilla es la correcta, la única forma posible de conocer lo que hay cuando se atraviesa el umbral, el paso insondable e ineludible de la muerte una vez cesan las funciones vitales del cuerpo, es que alguien regrese del silencio y nos diga qué sucede después, pero al mismo tiempo debería ser alguien que llevara muerto un espacio considerable de tiempo, pues unos pocos minutos no bastarían para colmar la incredulidad sobre la vida después de la muerte, a la cual muchos científicos se muestran incrédulos debido a los estados de alucinación consecuentes con la falta de oxígeno en el cerebro por esos instantes. En un caso hipotético como el mencionado, dicho hecho sería, por supuesto, noticia digna de sorpresa, ni para mucho menos, ya que tamaño evento representaría uno de los eventos más importantes de la historia (sino el más importante), pues al fin podríamos saber qué sucedería con nosotros cuando cerraremos nuestros ojos eternamente.

Cada religión y cada creencia será sabedora (o al menos creen ser los guardianes de todo el conocimiento) de quién será el más indicado para ser el portador de tan gran mensaje: algún mesías, evangelizador, profeta de tiempos pasados, un magnífico rey o guía espiritual, un asceta, un gurú, un chamán, un monje o un mismísimo semidiós; todos pudieron haber sido adecuados y suficiente autoridad para la tarea de sacarnos de las lóbregas tinieblas del desconocimiento, pero no, no fue ninguno de los anteriores, ninguno fue el que transmitiría lo que siempre deseamos saber, pues debido a su gran posición, desde un principio serían víctimas de la incredulidad, del recelo, e incluso de la violencia, como ha sucedido con muchas de estas figuras a lo largo de la historia; después de todo ¿Cuántas personas hoy en día reclaman ser nada más y nada menos que Jesucristo, el mismo profeta que vivió y transmitió su mensaje en la Judea del siglo I? Y si bien algunos se han rodeado de unos leales seguidores, no llegará a unos pocos miles, nada suficiente para hacer temblar las bases del sistema ni de lo que cada cultura cree saber. No, para tener nuestro pleno convencimiento haría falta mucho más que un solo profeta, se necesitarían cientos de personas que volvieran después de haber muerto hace mucho tiempo, con pruebas suficientes de su fallecimiento, esto ya que personas comunes serían mejores portando el mensaje.

Y ¿Qué mensaje traerían estas personas?

Pues bien, ante maravilloso planteamiento no podríamos más que especular, o tal vez no, pues un día, en lo que parecía ser un día normal en una ajetreada sociedad algo repentino ocurrió. Un hombre llamado Francis Laupet apareció un día en lo que había sido su hogar en Marsella. Su familia aún residía allí, y todos al verlo quedaron estupefactos pues era como ver una aparición, una reminiscencia del pasado que se manifestaba en el presente tan súbitamente que era como si una fotografía sepia saltara desde la imagen inmortalizada directo a la realidad. El francés en cuestión era un hombre que había muerto de causas naturales a los 88 años en su ciudad natal ¡hacía unos 3 años! Sus familiares tardaron en reconocerlo, pues 3 años sin ver a alguien que se suponía muerto seguramente producirá cierta extrañeza producto del vacío que dicha persona produjo en la memoria, pero al final el reconocimiento del ser querido hace mucho tiempo desaparecido dio lugar a una explosión de júbilo que no dio pie a comparación alguna. No obstante cuando apareció en su antiguo hogar aún le costaba siquiera hablar.

Después de que se hubo disipado el estallido de dicha y se hubieron secado las lágrimas, el siguiente paso fue bombardear al señor Laupet con cientos de preguntas, las respuestas de Francis eran concisas pese a que aún parecía estar en un estado catatónico. Refería Francis que no recordaba mucho de cómo había regresado al mundo, solo que simplemente un día apareció en medio de una acera. No recordaba quién era, no sabía dónde estaba, ni siquiera podía articular bien sus pensamientos, no había tenido un cuerpo físico desde que podía recordar. Poco a poco fue volviendo a sí y pudo recordar su nombre, levantó sus manos y reconoció cada dedo, se miró los pies y vino a su mente el impulso de poner uno delante del otro, y pudo caminar de nuevo, nació una vez más, pero ahora con un cuerpo adulto. Se esforzó por recordar y visualizó su hogar así que se dirigió hasta allí.

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