La Historia de Tía Una

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Una tarde Felicity, Cecily, Dan, Sara Ray y yo estábamos sentados sobre las rocas musgosas de la colina de forraje del tío Roger, donde habíamos estado sentados la mañana que La niña de los cuentos  nos contó el cuento de «El velo de novia de la princesa orgullosa». Pero en aquel momento era por la tarde y el valle bajo nosotros estaba rebosante con el resplandor del ocaso. Detrás nuestro se alzaban contra la puesta de sol dos abetos altos y bien formados y a través del oscuro mirador de sus ramas una estrella vespertina nos observaba. Estábamos sentados en una pequeña franja de pastizal esmeralda y ante nosotros había una colina inclinada toda blanca de margaritas. Estábamos esperando a Peter y La niña de los cuentos.
Peter había ido a Markdale después de la cena para pasar la tarde con sus reencontrados padres ya que era su cumpleaños. Estaba determinado resueltamente a confesarle a su padre el oscuro secreto de su presbiterianismo, y estábamos ansiosos por conocer el resultado que había tenido. 
La niña de los cuentos se había marchado con la señorita Reade por la mañana, y esperábamos verla pronto cruzando alegremente a través de los campos de Armstrong. Peter venía en aquel momento caminando con desenvoltura a lo largo del sendero que subía por la colina.
—¿Peter no está más alto? —dijo Cecily.
—Peter se está volviendo un chico muy bien parecido —decretó Felicity.
—He notado que está mucho más elegante desde que su padre regresó a casa — dijo Dan, con un sarcasmo matador que se desperdició totalmente en Felicity, quien respondió seriamente que suponía que era porque Peter se sentía mucho más libre de preocupaciones y responsabilidades.
—¿Qué tal, Peter? —gritó Dan, tan pronto como Peter estuvo suficientemente cerca para oírle.
—Todo va bien —gritó jubiloso—. Se lo conté a mi padre tan pronto como llegué a mi casa —añadió cuando llegó hasta nosotros—. Estaba ansioso por acabar con esto. Le dije solemnemente:
«Papá, hay algo que quiero contarte, y no se como vas a tomártelo, pero no se puede remediar». Papá estaba bastante solemne y dijo: «¿De qué se trata Peter? No temas contármelo. Yo he sido perdonado setenta veces siete, así que seguramente también podré perdonar un poco, ¿no?».
«Bueno —dije desesperado—: la verdad es que soy presbiteriano. Me convertí el pasado verano, y he de mantenerme fiel a ello. Lo siento, no puedo ser un metodista como tú, mamá y tía Jane, pero no puedo hacerlo y esto es lo que hay». Entonces esperé asustado. Pero mi padre parecía aliviado y dijo:
«Dios mío, chico, puedes ser un presbiteriano o
cualquier cosa que tú quieras ser, siempre y cuando seas protestante. No me molesta.
Lo más importante es que seas bueno y hagas lo correcto» —concluyó Peter enfáticamente—. Mi padre es un perfecto cristiano.
—Bien, supongo que ahora te sentirás en paz —dijo Felicity—. ¿Qué es lo que llevas en el ojal?
—Es un trébol de cuatro hojas —respondió Peter exultante—. Significa que
tendré buena suerte durante el verano. Lo encontré en Markdale. Este año en Carlisle
no hay demasiados tréboles, de ningún tipo de hojas. La cosecha va a ser un fracaso.
Tu tío Roger dice que se debe a que no hay suficientes viejas solteronas en Carlisle.
En Markdale hay muchas, y ésa es la razón, dice él, por la que ellos tienen siempre unas cosechas de tréboles tan buenas.
—¿Qué recórcholis tienen que ver las viejas solteronas con eso? —preguntó Cecily.
—Yo no creo que tengan nada que ver, pero el señor Roger dice que si lo tienen, y dice que un hombre llamado Darwin lo demostró. El otro día me soltó un galimatías.
Dice que la cosecha de tréboles depende de que haya suficientes abejorros, porque
son los únicos insectos con una lengua lo suficientemente larga para fer… fertilizarlos; supongo que se refiere a las flores. Pero los ratones comen abejorros y los gatos comen ratones y las solteronas tienen gatos. Tu tío Roger dice que a más solteronas, más gatos, y a más gatos, menos ratones de campo, y a menos ratones de
campo, más abejorros, y a más abejorros, mejor es la cosecha de tréboles.
—De esa manera no tendrán que preocuparse por llegar a ser solteronas, chicas
—dijo Dan—. Recuerden que estarán ayudando a la cosecha de tréboles.
—Nunca he oído tantas tonterías como las que cuentan los chicos —dijo Felicity —, y tío Roger no es mejor.
—Ahí viene la niña de los cuentos —gritó Cecily con entusiasmo—. Ahora escucharemos todo acerca de la casa de la Bella Alice.
La niña de los cuentos  fue bombardeada con preguntas entusiastas tan pronto como llegó.
La casa de la señorita Reade era un lugar de ensueño. Estaba cubierta de hiedra y tenía el más delicioso viejo jardín.
—Y —añadió la niña de los cuentos, con el regocijo de un experto que ha encontrado una
gema extraña— la más dulce historia asociada al jardín. Y también vi al héroe de la historia.
—¿Dónde estaba la heroína? —preguntó Cecily.
—Ella está muerta.
—Oh, por supuesto, ella tenía que estar muerta —exclamó Dan con disgusto—.
De vez en cuando me gustaría escuchar una historia donde alguien viviera.
—Te he contado un montón de historias donde la gente estaba viva —replicó la niña de los cuentos —. Si esta heroína no hubiera muerto no habría ninguna historia. Ella era
tía de la señorita Reade y su nombre era Una, y creo que debió ser igual a la señorita Reade. Me contó todo acerca de ella. Cuando nos adentramos en el jardín vi en una
esquina un viejo banco de piedra bajo un arco formado por una pareja de perales y rodeado por césped y violetas, y sentado en él había un anciano encorvado con el
pelo largo y blanco como la nieve y unos bonitos y tristes ojos azules. Parecía bastante solitario y pesaroso y me asombró que La señorita Reade no le hablara. Pero no le reveló que lo había visto y me llevó a otra parte del jardín. Un rato después, se levantó y se fue y entonces la señorita Reade dijo:
»—Vamos al asiento de tía Una y te hablaré de ella y de su pretendiente; aquel hombre que se acaba de ir.
»—¿No es demasiado viejo para ser un pretendiente? —dije.
»La Bella Alice sonrió y dijo que habían pasado cuarenta años desde que había sido el pretendiente de su tía Una. Él había sido un joven alto y atractivo por entonces y su tía Una era una bella muchacha de diecinueve años.
»Nos dirigimos hacia el banco y nos sentamos en él y la señorita Reade me contó todo acerca de ella. Dijo que cuando era niña oyó hablar mucho acerca de su tía Una, así que parecía haber sido una de esas personas que no son olvidadas pronto, cuya personalidad parece persistir en los escenarios de su vida mucho después de que se
hayan ido.
—¿Qué es una personalidad? ¿Es otra forma de decir fantasma? —preguntó Peter.
—No —dijo la niña de los cuentos  bruscamente—. No puedo interrumpir las historias para explicar las palabras.
—Yo creo que lo que pasa es que no sabes lo que es —dijo Felicity.
La niña de los cuentos levantó su sombrero, el cual había arrojado sobre la hierba, y lo colocó desafiantemente sobre sus rizos castaños.
—Me marcho —anunció—. Tengo que ayudar a tía Olivia a glasear una tarta esta noche, y todos ustedes parecen estar más interesados en diccionarios que en historias.
—No es justo —exclamé—. Dan, Félix, Sara Ray, Cecily y yo no hemos dicho ni una palabra. No puedes castigarnos por lo que hagan Peter y Felicity. Queremos
escuchar el resto de la historia. Olvídate de qué es una personalidad, pero continúa, y Peter, joven asno, estate callado.
—Sólo quería saber —murmuró Peter con resentimiento.
—Sé lo que es una personalidad, pero es difícil de explicar —dijo La niña de los cuentos
cediendo—. Es lo que te hace diferente de Felicity o Cecily. La tía de la señorita Reade tenía una personalidad poco común. Y también era muy bonita, con piel blanca y ojos negros como la noche y pelo… «una belleza de luz de luna», lo llamó la
señorita Reade. Solía llevar una especie de diario y la madre de la señorita Reade
solía leerle partes de él. Escribió versos en él y eran encantadores; y también descripciones del viejo jardín, al cual amaba mucho. La señorita Reade dice que todo el jardín, cualquier parcela, arbusto o árbol, le trae a la mente alguna frase o verso de su tía Una, así el lugar parece lleno de ella por completo, y su memoria embruja los caminos como un tenue y dulce perfume.
»Una tenía, como ya he dicho, un pretendiente, y se iban a casar en su vigésimo cumpleaños. Su traje de boda iba a ser un traje de noche de brocado blanco con violetas púrpura. Pero poco antes de la boda se enfermó de fiebres y murió; y fue enterrada en su cumpleaños en lugar de casarse. Fue justo por el tiempo que se abren las rosas. Su pretendiente le ha sido fiel desde aquel momento; nunca se caso, y cada junio, en el día de su cumpleaños, hace una peregrinación hasta el viejo jardín y se sienta en silencio durante mucho tiempo en el banco donde solía cortejarla en atardeceres carmesí y bajo la luz de la luna de mucho tiempo atrás. La señorita Reade dice que siempre le encantó verle sentado allí porque le muestra una profunda y duradera percepción del amor, el cual de esta manera puede sobrevivir al tiempo y la muerte y algunas veces, dice, que también le proporciona un sentimiento misterioso, como si su tía Una estuviera realmente sentada al lado de él, manteniendo la cita, aunque lleva más de cuarenta años en su tumba.
—Debe ser romántico morir joven y que tu pretendiente haga una peregrinación hasta tu jardín cada año —reflexionó Sara Ray.
—Es más agradable seguir con vida y casarse con él —dijo Felicity—. Mi madre dice que todas esas ideas sentimentales son una necedad y yo pienso lo mismo. Me pregunto por qué la Bella Alice no tiene algún pretendiente. Es bastante bonita y tiene aspecto de dama.
—Todos los chicos de Carlisle dicen que es demasiado engreída —dijo Dan.
—En Carlisle nadie es lo suficientemente bueno para ella —chilló la niña de los cuentos —, excepto… ex… cepto…
—¿Excepto quién? —preguntó Félix.
—Olvídalo —dijo misteriosamente la niña de los cuentos.

El camino doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora