¡déjame vivir!

Este es el fin...

Hoy ha vuelto a ocurrir, los gritos, llantos y golpes se apoderan de mi casa, donde reinaba la paz ¡¡ya no lo soporto más!!

Me siento en mi lecho de suaves mantas negras, los gritos se acercan y ya no me protege nadie, estoy sola, no tengo hogar al que huir, la puerta del pasillo colisiona, el monstruo se acerca, encojo las piernas a mi pecho donde las aprisiono hundiendo la cara entre ellas.

Si su deseo es matarme que me mate, ya le e dado todo, solo me queda mi existir, sus pasos asen que vibré el suelo, las figuras de cristal caen en un millón de pedazos, igual que mi alma podrida, por el odio y la pena.

Miro a mí alrededor y solo veo penumbra, pero de manera majestuosa diviso una bolsa de pastillas rojas: una te relaja, dos te duerme, tres... no vuelves a levantarte...

Con sigilo me aproximo a la mesa y las cojos, que dulce final, la muerte a mano de una dulce dosis, que tan inofensiva se halla ahora en la palma de mi mano, con suavidad saco las tres pastillas y me vuelvo al que ahora es mi lecho mortuorio.

Una te relaja, pienso en todo lo que he vivido y lo que nunca he hecho por miedo a meter la pata y que me acaben odiando por mi imperfección.

Dos te duerme, los palpados me pesan y me hacen desear soñar con un mundo de paz, donde las bestias mueran y los inocentes ganan la batalla.

Tres no despiertas, la inofensiva pastilla juega en mi boca, traviesa deseando caer por mi garganta, pero lo único que lamento es morir sin saber que es el amor, tocar con las puntas de los dedos ese cielo al alcance de todos menos de mi.

Escucho la puerta romperse y me trago la pastilla.

El monstruo a entrado, mi cuarto da cabida a todos ellos, estupefactos contemplan como mi cuerpo se queda sin vida volcando ya su ultimo aliento, acompañado con el cierre de la puerta, ya se marchan dejándome atrás.