Capítulo I

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Por Aurora Ventura

Bruno Calleja levantó la vista del libro y la dejó vagar al frente para dar tiempo a que su cerebro procesase lo que acababa de leer. Pero su cerebro registró algo que no podía procesar. Algo que estaba viendo más allá de la ventana, pero que su subconsciente le decía que no podía estarlo viendo. Porque en el espacio en que sólo se debería ver el cielo aparecía la cara de una persona. La ventana daba a una terraza, por lo que no tendría nada de particular que allí hubiera alguien, pero es que la cara se veía al otro lado, detrás del muro de la terraza.

Después de pestañear varias veces se levantó, puso la tapa al rotulador que tenía en la mano y cogió de encima de la mesa sus gafas, porque lo que él tenía era miopía y algo de astigmatismo y no las necesitaba para leer. Salió por la puerta de la biblioteca y mientras se las ponía se dirigió a la parte de-lantera de la terraza.

Seguía estando allí, mirándole como si quisiera decirle algo. Bruno se acercó y se asomó. Detrás del muro había una chica que apoyaba los pies en una estrecha cornisa que había en la parte de fuera y se agarraba al borde. Al fondo, el suelo del patio, a una altura de un cuarto piso.

–¿Qué haces ahí? –le dijo, estupefacto.

–Te lo explico luego, si no te importa ¿quieres? Ahora ayúdame, porque me voy a caer.

Bruno se inclinó sobre la tapia, le puso las manos en los sobacos y la le-vantó en vilo a una altura suficiente para que llegara con las rodillas a la par-te superior del muro. Después retrocedió para permitirle que pusiera allí un pie y saltara dentro de la terraza. Ella se soltó en seguida, pero en lugar de dar explicaciones se puso a darse saliva en las rodillas que se había raspado con el borde de cemento.

–Bueno –dijo Bruno–. ¿Me vas a contar qué estabas haciendo?

La muchacha levantó la cabeza y le miró. Tenía una cara casi de niña, porque debía ser muy joven. –¿A dónde querías ir?

–Al jardín de la finca –contestó ella. Pero me he confundido.

–Sí, está claro. No es lo más normal entrar en un jardín escalando las pa-redes.

–Es que –aclaró ella– siempre entro por la otra cornisa, la de más abajo. Pero como he venido por la torre, me he equivocado y he subido un piso de más.

Bruno se asomó y vio, un piso más abajo, otra cornisa que rodeaba el muro, algo más ancha que la de arriba y que terminaba junto a la tapia co-lindante con la finca de al lado. Arrimada a ella se veía un tejado que debía ser un cobertizo o un aparcamiento.

–A ver, a ver –dijo– ¿Quieres decir que para entrar a ese jardín recorres esa cornisa de abajo?

–Sí, salgo por la ventanita de la torre pero, como te digo, hoy me he confundido de piso.

–¿Y por qué utilizas ese camino tan difícil para entrar ahí?

–¿Y por dónde quieres que entre? ¿Por la puerta principal por el morro?

–Bueno, desde nuestro patio es más fácil. Hay una verja fácil de saltar.

–¡Ah, ya! ¿Y cómo hago para entrar en la residencia? ¿Crees que me de-jaría el conserje?

–Claro, tendrías que explicar a dónde ibas. Pero quizá entrando por la puerta de la cocina.

–Por ahí menos.

–Y además ¿para qué quieres entrar en la finca?

Ella contestó bruscamente:

–Eso es asunto mío.

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⏰ Última actualización: Jan 12, 2015 ⏰

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