Prólogo

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La última vez que me reuní con mi ex esposa e hijos fue en el funeral de mi suegra, había poca gente, los rostros pálidos y llenos de rencor al verme eran insoportables. Supe, desde mucho antes de llegar, que yo no era bienvenido allí pero aquella difunta mujer me había encomendado una tarea tan importante que requirió todo mi esfuerzo y dedicación. De hecho creo que la verdadera razón por la que aquellas expresiones derrochaban ira y desprecio fue porque indirectamente atribuía mi actitud distante e indiferente hacia mi suegra.

En más de una ocasión los parientes de mi ex esposa me preguntaban qué diablos estaba haciendo con mi vida y por qué me tomaba la molestia de ocuparme en los delirios de una pobre anciana; aquella mujer estaba más que lúcida cuando me relató su historia. Yo les respondía que era gracias a ella que yo estaba así, cosa que de seguro le cayó mal a más de uno, no los culpo, obviamente se oía como si le estuviese echando la culpa de todos mis males.

Creo que transcurrieron diez años desde que Elisa Harwood me había contado la historia sobre el infortunio de Benjamin Hopton y su contacto con la denominada "grieta" del espacio tiempo. Cuatro años en los que dediqué tiempo a aclarar las interrogantes sobre qué le había pasado al pobre niño y porqué aquella persona que emergió de la grieta se parecía tanto a mi como relataba Elisa. Sin embargo, ignoraba el hecho de que debía ubicar a dicha persona para así lograr aclarar mis dudas, aunque habían pasado cerca de sesenta años, no podía rendirme, no sin antes saber si aquel ser continuaba con vida o hubiera muerto por cualquier causa.

Por esa razón contraté un detective privado, Matthew Smith, se mantuvo investigando con las pobres descripciones que le pude dar acerca de aquella persona misteriosa; le ha tomado cerca de seis años. La razón de su lentitud podía deberse a que yo no era su único cliente o que mi petición fue más difícil de lo que de por si aparentaba; también podría deberse a que decidió retrasarse a propósito con tal de quitarme más dinero del que le prometí.

También había sobornado a algunos profesores de la universidad en la que trabajaba con tal de que emplearan sus conocimientos en mis dudas o que me condujeran a sus influencias más expertas. Consulté con muchas mentes, pocos tenían respuestas aplicables a lo que yo estaba enfocado. Aunque fue una Maestra experta en geofísica la que más destacó, sus conocimientos no aclararon mis dudas pero se refirió a cierto fenómeno como "grietas en la nada". Afirmaba que dentro de la NASA corría un rumor sobre radares detectando anomalías desde la troposfera a la exosfera y cuando enviaban equipos aéreos a investigar algunos desaparecían y otros regresaban parcialmente enloquecidos alegando que, antes de la desaparición de sus compañeros, vieron una especie de pequeña fisura en medio del cielo, como si se tratase de algún cristal quebrado.

Lo contaba con ligeras sonrisas y expresiones que evocaban al escepticismo, para mí aquello era una anécdota real, algo que solidificaba el relato de Elisa Harwood y le otorgaba cierto grado de veracidad. Aquello no era solo un cuento de una anciana.

Mientras el tiempo transcurría yo dejaba de ir a la universidad, dejé tanto trabajo pendiente que ya presentía que me despedirían. Me la pasaba solo en mi departamento de tercera, carcomiéndome la cabeza, arrancándome los cabellos que me quedaban con tal de idear alguna manera de progresar en la investigación. Repasaba mis escritos, los argumentos de profesores y científicos, los libros sobre física teórica para ver si me llevarían a alguna parte. 

Hasta que recordé que quizás, tan solo quizás, las leyes humanas no tendrían respuesta ante tal pregunta. Claro, las soluciones humanas estaban hechas para problemas humanos, problemas de esta tierra, de este tiempo.

La grieta no era algo que solo vivieron Elisa y Benjamin, los pilotos de la NASA también lo presenciaron y es muy probable que intentaran ocultarlo como un simple rumor aunque tampoco me explico con qué coartada explicaron la desaparición de los pilotos. Obviamente no podría meterme en esos asuntos, aunque a la vez debía haber más casos similares rondando en alguna parte.

Me dolía la cabeza de tanto pensarlo, mi azúcar estaba baja, comía una vez al día debido al poco dinero que invertía en mí mismo. Mis alacenas estaban vacías, los preciosos platos que yacían ahí, todos empeñados, solo una olla y sartén en donde, de vez en cuando comía directamente. Condimentos caducados que, en ocasiones, vaciaba en mi boca para calmar algún antojo pasajero. Un refrigerador desconectado repleto de botellas de agua las cuales llenaba de lluvia o alguna manguera conectada por algún descuidado. Mi cama también la había empeñado por unos treinta dólares así que dormía en una sábana sucia tirada en el suelo. Todas mis noches eran heladas y temblorosas donde por momentos deseaba estar en una cama caliente con mi mujer, o en la mesa cenando alegremente con mis hijos, anhelando jamás haber escuchado el maldito relato de aquella mujer.

No fue hasta que Matt me llamó cuando recobré la esperanza, fue hasta mi departamento, apenas abrí la puerta con tal de que no viese mi estilo de vida, no por vergüenza sino porque de ser asi se hubiera hecho la idea de que no tendría el dinero para pagarle y se negase a seguir cooperando conmigo o a exigirme el dinero usando métodos intimidantes.

- ¿Arthur Kane? – me preguntó.

- Si... - le contesté – ¿Matthew Smith no?

- Tiempo sin vernos, encontré al tipo que me encargaste – dijo mostrándome un sobre de papel – Está en Topeka, Kansas. Son solo unas horas yo puedo llevarte, después de todo tengo que verme con otro cliente allá, en el camino podremos hablar de mis honorarios – decía mientras caminaba hacia las escaleras como si asumiese que lo acompañaría.

- Gracias Matt pero... ¿Me das un momento? Tengo que hacer algo de equipaje además de cambiarme.

- Lo siento – dijo dándose un golpe en la cabeza – tengo tanta prisa y he dormido tan poco que olvido tan simples detalles, te esperaré abajo.

Una vez solo comencé a armar una maleta con la poca ropa que me quedaba y algo de dinero ahorrado rogando que la paga de Matt no superase los seiscientos dólares. Pero lo que más me incomodaba era la extraña sensación de abandonar mi casa, Denver, mi hogar, donde estaba mi familia; además del extraño presentimiento de que aquel viaje quizás no tuviese retorno. Debía arriesgarme a encontrarme con ese hombre surgido de la grieta con tal de obtener mis respuestas y darme el merecido descanso que merecía... Por Dios ¿En que estaba pensando?

El viaje de MyronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora