Capítulo 1

29 2 3
                                    

Un rayo de sol se cuela por las rejillas de la persiana y hace que mis ojos se abran y despierten de sus sueños, mi cama está muy calentita, demasiado como para dejarla. Me tapo la cara con la manta y cierro mis ojos. No quiero levantarme, hoy no, hoy soy parte de este embolico de sabanas y mantas puestas minuciosamente unas encima de las otras.

Pero ya es tarde. El sol ya se ha despertado y yo tengo también que hacerlo.

Me intento deshacer de mi querido bulto de mantas de terciopelo y me siento para ponerme las zapatillas. Consigo ponérmelas aunque cada vez parece mas difícil hacerlo.

Mis intentos de ponerme en pie fracasan uno tras otro, y al final, acabo tumbada de nuevo. El ruido de la cafetera hace que me vuelva a sentar y intente levantarme. Me mantengo en pie y soy capaz de abrir la puerta y bajar las escaleras hasta la cocina.

- Buenos días, flor. - dice mi abuela.

No me llamo flor, mi nombre es Mia, pero mi abuela se encapricha por llamarme así.

- Abu, te dije que me encargo del desayuno.

Abu es como yo la llamo, de pequeña no supe pronunciar bien su nombre así que se quedo de esta forma para hacerlo fácil.

- No importa. ¿Café?

- Si - asiento - como todos los días, café.

Vivo con mi abuela desde siempre, o desde que puedo recordar. No conocí a mi padre por que se marchó cuando ni siquiera tenía uso de razón y mamá murió. Es un principio trágico, pero no lo parece tanto después. Mamá se pasaba la vida fuera de viajes de negocios y mi tía me cuidaba, de vez en cuando viene a visitarnos pero no se queda mucho tiempo. Por eso no hecho de menos a mamá, porque nunca estaba en casa. Cuando supe de su muerte en un accidente de tráfico Abu me cuidó como si fuera mamá, será porque en cierto modo, es mi mamá.

Vivimos en una zona residencial alejada de la cuidad, en una casita muy normal, bueno, es exactamente igual que las que la rodean. Es bastante grande, con dos plantas, un jardín...

Cojo la cafetera y preparo el café, este líquido ennegrecido que tanto odiaba de pequeña se ha convertido en mi mas preciado amigo por las mañanas. ¿Qué haría yo sin él? No mucho, la verdad, posiblemente nada.

Vierto este delicioso brebaje en las tacitas favoritas de la abuela, las que pone los días de la semana. Y la casa se llena del dulce aroma del café recién hecho. Dos cucharadas de azúcar después y unas tostadas con mermelada hacen que valga la pena levantarse tan pronto un sabado.

Llevo el desayuno a Abu y me quedo con ella hasta que el programa de cocina de las mañanas termina. Subo a mi habitación y me visto, no tengo mucho que ponerme y todo en este momento se está lavando. Opto por unas mallas negras y una camiseta de tirantes azul y mis adorables zapatillas de conejillos. Me hago un moño desenfadado y me lavo la cara y los dientes.

Cuando estoy lista estudio un poco, lo suficiente para acordarme de todo y cierro el libro y guardo los apuntes.

Me siento mirando la ventana, me gusta estar en el piso de arriba, al mirar por la ventana las personas parecen hormiguillas, bueno, quizás un poco mas grandes. Espero a que algún coche de mudanzas llegue, pero nada. Todo el mes esperando a los vecinos, pero nada. Nos avisaron hace tiempo, nos dijeron que la dueña, Meri, había vendido la casa y que en algún momento llegarían los nuevos individuos. La verdad, es que aunque Abu se haya esforzado en enseñarme a ayudar y a ser amable con los vecinos sigo sin poder, no puedo ser maja con la mujer solitaria de los tres gatos que vive al lado, ni con señor López y su absurda manía de la decoración navideña en pleno verano. Me recuerdo una y mil veces que esto es una zona residencial, tranquila y familiar, aunque a veces me gustaría vivir en otro sitio. Por eso me hace ilusión saber quien va a venir y poder invadir su privacidad. La ventana de el cuarto de invitados, o como yo le llamo el cuarto de pensar, da justo en un dormitorio de la casa de Meri, que ahora será de otras personas. Me he aburrido de observar a la vecina de al lado dar de comer a los gatos y ver programas de teletienda. A lo mejor estos nuevos vecinos tienen algo mas entretenido para ver.

Hago mi cama y recojo un poco mi habitación, ordeno mi ropa y la dejo plegada en el armario. Me siento en el escritorio y pienso en qué voy a hacer hoy.

- Flor, baja un momento. -  me grita Abu.

Nunca me cansaré de escuchar esa frase, esa dulce y melancólica voz que lleva llamándome mas de seis años.

Bajo las escaleras y busco a mi abuela, por la manera en la que lo ha dicho no creo que sea muy grave, no como la última vez que derramó el café en el sofá y tuve que sacar toda el forro para poderlo lavar.

La encuentro en el sofá y por un momento me da un mini infarto.

«¡El café no, otra vez no!»

Doy un suspiro hondo alivio al ver que se ha terminado en café y no hay ninguna mancha.

- Abu, ¿qué pasa?

- ¡Ay! El mando no funciona, creo que se ha vuelto a romper, flor.

- Abu, - digo lentamente - ¿has mirado de ponerle las pilas otra vez?

Cojo el mando y le pongo las pilas, no sé porque tiene la manía de quitárselas. Vuelvo a subir y me tiro en la cama. Cierro los ojos lentamente y de repente, un ruido hace que me levante de golpe. No viene de abajo, por lo que me quedo más tranquila, pero, entonces, ¿de dónde viene? Corro hacía la ventana, y veo un coche una furgoneta. ¡Los vecinos!

Abro de par en par la ventana para observar todos y cada uno de sus movimientos. Primero baja una mujer joven con una falda roja y un abrigo de piel, mas tarde sale el conductor que lleva un uniforme azul y gris, demasiado protocolario para mi gusto, luego sale una niña pequeña de no mas de seis años y un chaval moreno al que parece que se le haya caído el mundo encima.

El señor del traje baja todas las maletas y las deja en la entrada mientras la mujer del vestido busca algo en el bolso. Cuando acaba de dejar las maletas la mujer saca un billete y el hombre se va. Supongo que sería el chofer. Entran en casa y yo los sigo vigilando por las ventanas hasta que dejo de verlos.

- ¡Abu! - grito mientras bajo las escaleras.

- ¿Si? - dice ella apagando la televisión.

- ¡Han llegado los vecinos! - digo eufórica, quizás demasiado.

Tú, yo y el caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora