Me cambio los zapatos y me pongo mis convers, me miro al espejo para ver si todo está pasable y me subo un pelín las mayas y arreglo el moño. Salgo corriendo y bajo las escaleras histérica, abro la puerta de la calle y corro hacía casa de Meri, bueno, antes era su casa.
Pico el picaporte de la puerta dos veces, me fijo el la ventana abierta en el lado derecho e intento ver si siguen ahí, Abu me ha hecho esperar hasta después de comer para darles la bienvenida porque me ha dicho que se tenían que instalar y no podía ir yo a agobiarlos, que de seguro tenían mucho que hacer.
Pico otra vez la puerta y empiezo a pensar que se hayan ido. Miro otra vez por la ventana y en ese momento la mujer del vestido rojo abre la puerta. Ahora lleva un vestido azul y verde y unas zapatillas de andar por casa.
- ¡Hola! - digo emocionada.
- Uhm... ¿hola?
- ¡Hola! - repito, esta vez en un tono mas normal - soy Mia, la vecina de al lado - señalo mi casa con el dedo.
- Hola... Mia. Nos acabamos de mudar y...
- Ya - digo indiferente - nos avisaron hace tiempo.
- Pues... encantada - dice y me da la mano.
- Igualmente - digo cogiéndosela.
Normalmente no me suelen dar la mano pero la acepto.
- Creo que debería...
- Cualquier cosa, - la interrumpo y luego me doy cuenta que la he dejado a medias - ¡venga a vernos!
- Muchas gracias pero no será necesario, no creo que...
- Oh, por cierto, - vuelvo a interrumpir - no llame de seis a siete, dan la telenovela preferida de mi abuela. Si quiere puede pasarse a las...
Me cierra la puerta de golpe y me quedo mirando la fachada como una idiota.
¿Me ha cerrado la puerta en mis narices? ¡Yo tan solo quería ayudar!
Me vuelvo a casa indignada con la nueva familia desagradecida que ha llegado hace un par de horas. Si yo hubiera sido esa mujer, posiblemente hubiera aceptado mi ayuda encantada.
Abro la puerta y subo las escaleras, paso de contarle a Abu el desastre de presentación que acabo de hacer. Me asomo a la ventana y observo como la mujer... «¡No me ha dicho su nombre!» Desagradecida... así se va a quedar. Observo como la mujer desagradecida coloca unas cortinas demasiado exuberantes y llamativas de flores. Genial. Ahora ya no podré reírme de ellos tampoco.
Me tumbo en mi cama a leer un libro, pero no me logro concentrar. Lo único que hago es pensar en Meri, y lo amiga que era de Abu y los recuerdos de su casa, sobre todo del jardín porque a Abu le encantan demasiado las flores ya que de joven fue florista y nuestro jardín es un paraíso floral. Mari siempre me dejaba jugar en su jardín, cuando era pequeña me pasaba las tardes columpiándome y jugando con la arena. Luego se marchó a Seattle y ahora ha dejado su casita en manos de una mujer desagradecida, que espero que por su bien, cuide bien los lírios y las margaritas que Abu le regaló a Meri.
Me pongo música y desconecto de este mundo. Siempre lo he hecho de este modo desde que desubrí los auriculares. Me tumbo en la cama y desaparezco un rato.
***
El ruido de las sartenes hace que vuelva a la realidad y deje mi mundo paralelo en el que estaba inmersa. Bajo las escaleras para ayudar a Abu a hacer la cena, ella casi nunca hace nada, yo no la dejo, no desde el lío que montó cuando se le cayó la harina al suelo y tuve que barrerlo todo yo. Me pasé todo el fin de semana barriendo en sitios impensables donde no imaginaba que la harina llegaría. Ese fué el caso principal por el cual prohibí su entrada en la cocina sin mi permiso, pero mi mano con la cocina no es comparable a la suya así que le levanté el castigo al poco tiempo. Hubo una vez que resbalé con el agua de un baso que se le cayó y olvidó fregar, me caí de bruces con tres potes de melaza que se rompieron y hicieron del bonito suelo de la cocina una pista de trozos de cristal y baldosas recubiertas de pegajosa melaza.
Frío unas patatas y hago unos sándwich de queso. Preparo la mesa y lo dejo todo listo para que cuando Abu deje que preparar el pastel empecemos a cenar.
- ¿Qué tal con los vecinos nuevos? - me pregunta.
«Oh, no.»
Justo la única pregunta que deseaba que no hiciese.
- Són un poco...
- ¿Les has dicho que si necesitan algo pueden pasarse cuando quieran? - su voz de vez en cuando se quiebra pero sigue siendo igual de bonita.
- Si, Abu. - respondo.
- Vale, muy bien. - cojo el pastel y lo llevo a la mesa - Y... ¿qué tal?
- Bueno... no los he conocido a todos aun pero...
- Oh, se me olvidaba, - me interrumpe - ¡el glaseado!
Me encanta cuando hace esto, cambiar de tema sin mas, dejo salir un suspiro mientras ella vuelve a la cocina a por su glaseado. Puede que en eso me parezca, en el don de cambiar de tema. A veces me desconcierta pero, llega incluso a ser divertido.
- ¿Qué decías flor?
- Nada, Abu, la tarta te ha quedado muy bonita.
Al acabar recojo la cocina y pongo el lavaplatos, estoy acostumbrada a hacerlo casi todo yo, pero no me importa. Dejo a mi abuela viendo la televisión mientras yo me quedo en la escalera sentada observándola. Cuando se duerma subiré a la habitación. Y no pasa mucho tiempo hasta que sus ojos se cierran y se duermen. Subo arriba me pongo el pijama y miro una última vez por la ventana. El señor López a encendido sus luces navideñas aunque falten siete meses para navidad. La calle sigue igual, tranquila y sin movimiento, me fijo en los nuevos inquilinos pero las cortinan tapan las habitaciones de abajo, y la de arriba tiene la luz apagada. Me tumbo en la cama y vuelvo a mi estado de hivernación con mis mantas de terciopelo embolviéndome suavemente. Y luego me duermo.
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Tú, yo y el café
Teen FictionMi vida era de lo mas normal, y eso me gustaba. Es lo que todas las chicas sueñan con tener, o al menos es lo que yo siempre he querido. ¿Qué mas podía desear? Para mi toda estaba bien, yo nunca tenía problemas ni nada parecido. Se le puede llamar u...