Extrañamente bien.

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Apago el despertador justo antes de que comience a sonar. No he dormido nada, los latidos de mi corazón aumentan la velocidad cada vez que recuerdo qué día es, y mientras más lo pienso, las ganas de tener una razón para no asistir a mi primer día de clases como universitaria van incrementando. Invocar una gran tormenta, enfermarme gravemente, cada cosa que se me va ocurriendo tiene menos sentido que la anterior. 

Antes de que comience a hacerse tarde, decido levantarme. Tomo una ducha, cepillo mis dientes, visto la ropa que había preparado para este momento y me echo el bolso al hombro. Mi cabello está tan enredado que apenas me tomo la molestia de cepillarlo levemente, poco después, me apresuro a salir de la casa. Tardo menos de media hora alistándome, pero eso es demasiado lujo cuando vives a ocho estaciones (con transferencia incluída) de la universidad. 

Aparentemente, todo va bien hasta que entro en la estación, de la cual, milagrosamente salgo viva. 
Acalorada, cansada y todavía con la sensación inquietante de estar rodeada por tantas personas, acelero el paso hasta llegar al lugar en el que tendré que convivir por quién sabe cuántos años.

Consolándome a mí misma de aquella aterradora idea, camino por el lugar, y para ser sincera, es bastante bonito, así que me distraje fácilmente. La próxima vez debería de traer la cámara para fotografiar un arbusto, aparentemente de tomillo, que está tan perfectamente floreado que seguramente lo tienen como decoración, pero seguro que no saben de los beneficios que proporciona. Por aquellos segundos en los que estuve pensando, me distraigo del camino y, como cosa absolutamente habitual en mí, tropiezo gracias a una baldosa ligeramente sobresalida, cayendo de plano al suelo, sin siquiera poder reaccionar lo suficientemente rápido para evitar que mi rostro chocase contra el mismo. La mayoría de estudiantes a mi alrededor siguen su camino, riéndose sin remordimientos, y unos tres se acercan a mí para ayudarme a ponerme de pie, pero antes de que puedan hacerlo, me levanto lo más rápido posible, acelerando el paso una vez más. Me duele la cara, las rodillas y un poco el pecho. Es un excelente comienzo de día.

Después de buscar por todos lados, encuentro aquella cartelera que exponía los nombres de los estudiantes que van en cada sección para los recién llegados. Eso es especialmente para quienes vienen de lejos y no habían tenido tiempo, por cuestiones de mudanza o cosas por el estilo, de asistir al evento de presentación y orientación. Yo falté no porque estuviese ocupada, sino porque el día anterior a ese estaba tan nerviosa de tan solo pensar en pararme frente a los estudiantes de todas las secciones a presentarme, que estuve con fiebre alta tres días consecutivos. Por ahora, solo espero pasar desapercibida. 

Cuando encuentro mi nombre, suelto un suspiro de alivio. «Ray June», está entre los últimos nombres de la sección A3, y hay quienes no lo saben, pero este orden se debe al promedio acumulado en los ocho años de secundaria. Decido ignorarlo y me dirijo un poco perdida al aula de clases. Para mi absoluta desgracia, perdí tiempo buscándome en la lista, así que aquí estoy, llegando cinco minutos tarde. El ritmo de mi corazón se acelera un poco, toda yo me vuelvo una bolita de nerviosismo, comenzando a sudar frío. Pero lo hago. Alzo el puño y toco la puerta exactamente tres veces. Pasan varios segundos antes de que el profesor, un hombre adulto vestido bastante formal, abre la puerta y me observa por un momento, intentando identificarme. 

— Buenos días —Hago mi mejor esfuerzo por que mi voz no suene muy chillona o baja debido a los nervios— Disculpe mi tardanza, no vine al evento de orientación y...

— Señorita Ray, ¿correcto? —Su voz, suave pero seria y fuerte, interrumpe la mía que a comparación, es un murmullo. Asiento a modo de respuesta y él me abre paso al salón— Eres la única que faltaba acá. Que no se repita esto, ¿vale? 

Asiento rápidamente, para entonces tomar una intensa bocanada de aire, e intentando pensar en ello lo menos posible, entro. Haciendo un cálculo rápido, concluyo que lo más probable es que hubiese cerca de cuarenta personas ahí sentadas. La mayoría, con la atención puesta en mí. Tengo el impulso de huir pero el profesor cierra la puerta prácticamente en mi cara.

Gato negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora