Único - Morbo

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Sólo una simple caricia bastaba: un roce de intenciones ocultas en una insospechable inocencia. Era un sentimiento estremecedor, desquiciante, una provocación disimulada y diabólica, que veía su delta en los movimientos brutales del sexo puramente morboso.
Era deliciosamente pecaminoso.
El calor era intimidante, una temperatura corporal de un ambiente crudamente árido, un sentimiento húmedo y acalorado que lo abrazaba en su parte baja: una dulce caricia aterciopelada.

El placentero roce violento de sus pieles iniciaba una guerra sangrienta contra la moral, pero ninguno de los dos podría ganarle a su enorme morbo. El morbo de saber a quién penetraba era aquel con quien compartía una misma sangre, la taquicardia que se formaba por los movimientos desenfrenados y el caos sentimental; una batalla de distintos sentimientos que en su mezcla terminaban transformados en un veneno ardiente que quemaba en las entrañas; el morbo único y placentero.

Aioria saltaba, movimientos brutales (aunque perfectamente controlados) y repetitivos, acarició rápida y continuamente con su húmedo y cálido interior el pene erguido de Aioros, otorgándole un placer que lo volvía inconscientemente adicto. Y con sus movimientos se otorgó placer a sí mismo golpeándose el fondo de sus entrañas en un punto que sólo la longitud de Aioros podía alcanzar.
La mente de Aioria se quebraba, a lo largo de la continuidad de la sesión sexual. Eternamente concentrada en el goce hallado, en el disfrute de los temblores violentos y eléctricos, incapaz de discernir entre la adicción y la necesidad de ese contento en su vida.

Sus piernas eran fuertes, perfectamente musculadas, cargadas con muslos gruesos y ligeramente peludos; y decoradas con unos glúteos voluptuosos, firmes y redondos. Partes con las que Aioros le encantaba desperdiciar su tiempo acariciando, apretando y pellizcando y, de ves en cuando, golpear débilmente.
Era un alborozo acalorado para ambos cumplir los fetichismos (incluso los que se mantenían ocultos) ajenos, otorgarse placer mutuamente en el masoquismo mental que era compartir aquel lecho agitado, verse absorbidos por la lujuria salvaje del sexo pecaminoso e incestuoso.

Aioros acarició con recelo la amada y suave piel bronceada y acalorada de Aioria sintiendo el estremecimiento etéreo de su cuerpo ante el atrevimiento de las caricias, las cuales devolvió con el mismo recelo por los relieves de sus hombros y brazos.
Ambos estaban cerca, muy cerca de culminar su primer acto de la noche con una liberación masiva habitual.
Aioros mojó el interior de Aioria, con fuertes y continuas descargas de semen que le proporcionaron al castaño oscuro un gustoso sentimiento de plenitud. Mientras Aioria liberó su semen con descargas igual de fuertes y continuas, dejando manchas blancas y pegajosas en sus igualmente trabajados torsos.
El castaño oscuro abandonó con cuidado el interior de Aioria, quien gimió al sentirse medianamente vacío, y ambos se recostaron en la cama buscando regular los latidos y la respiración.

— ¿Estás bien? — Preguntó Aioros acercando el cuerpo de Aioria al suyo quien sonrió acurrucándose en su pecho.

— Perfectamente — Respondió.

— Aioria — Llamó.

— ¿Si? — Aioria lo miró.

— Te amo — Admitió.

— Y yo a ti — Respondió Aioria acariciando con una mano su mejilla.

Su morbo era eterno, su placer era clandestino. Y lo pecaminoso de sus encuentros la adicción a la presencia del otro.

Sinful | Aiocest (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora