El eterno verde de su mirada

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12/09/2020

            Sus ojos acariciaban la dorada tapa del majestuoso libro. Aquel que yo podría reconocer hasta con los ojos cerrados y mi nariz cubierta por húmeda tierra. Aunque si eso fuera posible. Qué ironía, como si eso llegara a pasar. Estoy tan concentrado observándola que probablemente no me haya ni percatado que el mundo no había parado como yo pensaba. Estando parado y totalmente fuera de mi eje no me percaté de que una pequeña niña a mi lado había empezado a llorar al verme. La madre me miró despreciativamente y la agarró del brazo como aferrándola más hacia ella. Siempre las mismas situaciones, ya me tienen harto. Ella se estremece y se levanta. Su dulce mirada se transforma y se esfuma en el aire. Con ella, mi alma. Empiezo a caminar lentamente, el barro sobre mis Vans se adhiere rápidamente. Protesto, salgo de la vereda y me encamino hacia adelante. Los pensamientos positivos no son muy inherentes a mi forma de ser pero creo que es necesario mantener un poco de esperanza de que este infinito infierno repetitivo se termine de una vez. Llego a la esquina, me planto el casco y me subo a mi moto Harley, un clásico, una preciosidad. Manejo tranquilo por la autopista hasta llegar al centro de la ciudad de Capital Federal. Entro a Tea connection y me pido una mesa. Un té herboso me suaviza las tripas. Mi más serena tarde ya no duraba mucho, el té hervido parecía de un limón al tragármelo. Odio el limón, tan ácido y frío. Como yo. Odio ser interrumpido en mi más suave tarde otoñal. La camarera, la moza con el delantal amarillo me trajo recuerdos ácidos. Me trae recuerdos que desearía que dejen de suceder una y otra vez. Y ahí está, la veo en el mostrador sirviendo un café a un cliente. Me ve y su mirada pasa más rápido que mi Harley a 200km por hora. No me reconoce, no sabe quién soy. Avanza hacia mi mesa y muevo mi pierna nerviosamente.

- ¿Puedo retirar el té señor?

No respondo. La miro detalladamente. 

Veo que se inclina a agarrar la taza y se la doy. Sus suaves dedos tocan mis porosas manos de tantos mundos haber tocado. Cada vida es un mundo austero. En un instante, tan rápido como un pestañeo, la memoria renace, aparecen en su mente experiencias, experiencias de otra vida. Ajenas a ella. Melancolía es lo mínimo que se observa en sus ojos tan forestales. Las palabras del majestuoso libro son susurros y las imágenes, recuerdos.

De ahí he de huir, rápido. Me levanto y escucho el estallido detrás de mí. Ha caído mi taza de sus manos. Sé que está perturbada y desorientada. Corro. Llego a la esquina y monto mi motocicleta. Probablemente no sepa del todo que ocurre y venga hacia mí por respuestas, pero no, eso no podrá ocurrir. No miro hacia atrás. El semáforo en tonos colorados me detiene. El rojo de la luz me repite lo dañado que está mi corazón. Lo roto que me encuentro. Cada vida es un mundo austero. Tan sencillo y a la vez tan doloroso.

Los siguientes días a mi caída al vacío me escondo, me encierro. Me encuentro en mi departamento completamente solo. Tres días lo valen de la lluvia que cae, mi situación es penosa. Cierto día llovió pero dentro de mi casa y mis mejillas estaban empapadas; mi alma frágil. Atrapada. Una semana más tarde me encuentro encaminado hacia el parque donde el último encuentro sucedería. Emma está sentada en un banco. La brisa le acaricia la cara y sostiene el libro en la mano. Me acerco y justo cuando estoy por tocarle el brazo observo lo que el libro es en realidad. Mi diario, y al final de éste una foto que desconocí.

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⏰ Última actualización: Sep 22, 2020 ⏰

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