A los 17 años, supuse que mi existencia en este mundo era totalmente indiferente. Usualmente, todos solemos ver que la mayoría de las personas de este mundo gozan de la compañía de terceros en sus vidas. Las personas son felices riendo junto a sus seres queridos, algo que es totalmente normal a la vista de los demás. Esas personas son unidas por vínculos, una especie de hilos invisibles a la vista de los demás.
Hasta hace unos años, podría considerar que formaba parte de esa masa de la sociedad que teme exponerse a la más absoluta soledad, pero por unas razones u otras, mi corazón se marchitó y no encuentra la manera de recuperar esos sentimientos. Pero, realmente, la vida es mejor así, o probablemente a los ojos de otras personas podría llegar a ser una especie de utopía con la que sueñan toda su vida.
En un momento dado de mi existencia, el flujo de mis sentimientos dejó de seguir su camino, quedando atrapado a causa de una presa. Es curioso saber que dentro de ti no existe emoción alguna, que el silencio se ha apoderado de una habitación que antes estaba en medio de una jauría de gritos. A pesar de que estas palabras pueden ser sabias a la vista de alguna persona, si me preguntasen si realmente puedo definir algún cuarto del sentido de la existencia, no sabría nada.
Los sentimientos de una persona son tan frágiles como el cuerpo de un bebé recién nacido. Una vez que los rompes o te desprendes de ellos, dejan una serie de secuelas que hacen presencia en un futuro.
Podría resumir que nada me ata a este mundo ni a las personas. Puedo ser perfectamente una especie de fantasma que viaja sin rumbo por las calles sin propósito de vida, sin ningún tipo de ilusión, sin ningún tipo de idealización, con total indiferencia a su propia razón de existencia.
Ahora mismo tengo 28 años, hace años que no estoy triste, pero tampoco estoy feliz. Trabajo a jornada completa en un trabajo que ni me gusta ni me disgusta. Soy lo que la sociedad asocia a un ciudadano normal. Un ciudadano adulto y con un sueldo medio. Soy el tipo de hijo del que una madre no se sentiría orgullosa, pues claro, nunca le he mostrado mi verdadera cara, por lo que tomar a la ligera la acción de aceptar a las personas es totalmente errónea. Podría decirse que, a los ojos de las otras personas, soy alguien soso y amargado, y es normal, pues en mis ojos no pueden encontrarse ningún signo de vida, así como si se tratasen de un par de planetas solitarios, ineptos para la existencia de la vida humana. Pero más que eso, me considero alguien que ha sucumbido bajo la lección de la realidad, podría decirse que soy un súbdito de este concepto.
Soy totalmente consciente de que yo he sido el que ha forjado el camino a la soledad que hoy en día predomina en mi vida, pero es algo que no me sienta mal, algo a lo que nunca he tenido miedo, algo a lo que he estado siempre expuesto desde el momento en el que abrí realmente los ojos en este mundo.
A los 2 años, era el niño que disfrutaba haciendo travesuras agarrado de la inocencia, de la total ignorancia que es imposible evitar, pues obviamente no se puede pensar por uno mismo con esa edad.
A los 5 años, huía de una chica que me perseguía por el recreo porque tenía miedo. Supongo que ella comenzó a experimentar desde una edad prematura lo que llamamos amor.
A los 8 años, tenía solamente 5 amigos, así que ya sabía que la comodidad no iba a venir acompañada del nombre del resto de las personas, y que el amor iba a ser un concepto totalmente utópico en un futuro.
A los 13 años, me gustó por primera vez una persona y conseguí mi primera novia. Era ese momento de la vida en el que empezabas a encajar en la normalidad del momento, dejando tu esencia del ser en un momento dado.
Entre los 14 y los 15, comencé a abrir los ojos, aprendiendo de primera mano lo que significa el dolor, lo que se significa sentirse solo, lo que significa estar triste por no saber ser feliz. También sentí qué significaba que te rompieran el corazón, y también supe qué se sintió estar ciego con los ojos abiertos. Fue el momento de mi vida en el que más errores cometí.
Tras los 15 ya los 16, me enamoré por primera vez, es algo totalmente verídico. Era un sentimiento genuino. Pretendí ser la persona que nunca quise ser por miedo a perder a los demás, cuando yo era el que hacía que los demás desapareciesen. Llegué a saber qué significaba ser alguien tóxico, pero también llegué a sentir cuan crueles podría llegar a ser las personas. Tras un tiempo de turbulencias, puedo decir que ese fue el momento el que perdí mi propósito de existencia, en el que alejé todo tipo de emociones y sentimientos, fue justo el momento en el que aquel flujo anterior nombrado, se detuvo, en el que mi corazón se marchitó y en el que el silencio se apoderó de mi interior.
A los 17, hallé una pista a la respuesta que tanto ansiaba. Ya no me iba a unir ningún tipo de vínculo al resto de personas, así como que nunca iba a sentir ningún tipo de aceptación por los demás. Los sueños que alguna vez tuve nunca iban a volver, y la ilusión de tener una vida feliz iba a ser algo irreal, algo que nunca iba a existir. Dejé de estar ciego para adquirir una verdadera dosis de realidad. Supe que nunca iba a encajar realmente en este mundo, que nunca había formado parte de este, y que nunca iba a formarla. Supe que de poco iba a servirme volver a mirar a los ojos a las personas, pues nunca más iba a saber qué significaban. Supe que realmente era un ser humano totalmente ignorante, que nunca iba ni a rozar la sabiduría. Supe que nunca iba a ser alguien importante para este mundo.
A los 22 años, seguía celebrando los cumpleaños solo, aunque realmente comencé a olvidar que ese día cumplía años. Dejaba la vida pasar, sin ni siquiera seguirle la vista ni prestarle atención por un momento. Comencé a saber que había muerto por dentro, pero no hacía nada por evitarlo.
A los 26 años, una persona consiguió romper la barrera que cerraba mi corazón, cambiando por completo los esquemas que ataban mi vida. Pude sentir que volvía a revivir en este insípido y superficial mundo.
A los 27 años, tuve una pequeñita hija. Conseguí dejar salir un par de lágrimas después de tantos años. Mi vida comenzaba a ser feliz, algo que consideré utópico tiempo antes. El gris y el negro ha sido sustituido por colores vivos. La vida me había regalado algo de lo que no estaba totalmente seguro de que merecía.
Hace 1 mes, cumplí 28 años. Supongo que estaba llegando, diciéndolo de manera vulgar, al clímax de mi vida. Pero hoy, mi corazón ha dejado de latir. Algo que supuse que tarde o temprano iba a ocurrir.
Lo siento a mi madre por haberle mostrado toda mi vida una forma de ser que no era realmente la mía. Lo siento al amor de mi vida por haberme ido tan pronto y por dejarte con nuestra pequeña sin mi ayuda. Sé que cuidarás bien de ella, porque al fin y al cabo fuiste la persona que me devolvió la ilusión de vivir. Fuiste el mundo que tanto estuve rechazando y que nunca alcancé. Lo siento a mi hija, que ya ves, has tenido esa mala suerte de ser mi hija, pues no creo que tu vida hubiera sido totalmente feliz a mi lado, y seguramente merecerías mucho más. Cuida de mamá por mí, bésala por mí, haz que no se sienta nunca sola, es lo único que te voy a pedir como padre. Vive como mejor veas, toma decisiones y no te preocupes si te equivocas, siempre hay piedras en el camino.
Vaya, al final lo que la gente dice suele ser verdad. Qué sensación tan cálida sientes cuando ves toda tu vida pasar ... antes de morir.
ESTÁS LEYENDO
Autobiografía de muerte
RandomEn este microrrelato, se cuentan los momentos, las experiencias, los sentimientos, los pensamientos y las emociones de una persona antes de morir.