Salvar

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    Keita dejó de jugar al instante de escuchar un relámpago fuera de su casa. Se aferró al pantalón rojo de su madre y escondió el rostro entre la tela, Kagome acarició levemente su cabeza buscando consolarlo, pero siguió mirando fijamente a su esposo que lentamente se preparaba para salir.
   

—¿En serio tienes que irte? Está lloviendo mucho —el interior de la casa se iluminó a causa de otro relámpago, como si quisiera enfatizar su punto—, demasiado —acotó.
   

—Sí, Miroku fue completamente solo la última vez. Así que esta vez me toca cubrirlo. —Bajó la mirada hacia su cachorro y acarició su melena azabache—. Cuida a tu madre —ordenó y salió afuera.

   
    Kagome se asomó a la entrada, aún con su hijo prendado de sus ropas, y miró a Inuyasha siendo empapado por la lluvia.

   
—Te vas a enfermar —advirtió.

—No lo haré. No soy como los humanos, soy muy fuerte —Kagome rodó los ojos ante lo último. Ser fuerte no era lo mismo que ser invencible.

—Sí, sí, lo que digas. Cuídate… Te estaremos esperando.

—Volveré en cinco días.
   

    Y con esto último, Inuyasha se puso el sombrero de paja que su mujer insistía en hacer que llevara y corrió alejándose de su hogar.
   

—Nos veremos en cinco días —repitió, como si eso fuese a hacer la espera más amena.
   

    A pesar de los años, Kagome seguía sin acostumbrarse del todo a ser una mujer que de vez en cuando se quedaba sola por períodos de tiempo más o menos largos. Se sentía triste, pero no sola. No, la soledad era algo que se había ido de su vida desde que Keita nació. Él siempre estaba ahí con ella, siguiéndola igual que una sombra.
 

—Bueno… Es tarde. Creo que lo mejor será irnos a dormir, ¿no? —El niño se aferró fuertemente a su hakama al escuchar otro sonido estridente. Realmente odiaba las tormentas— Keita… No pasa nada. Mamá está aquí… Siempre estará aquí.
 

—¿Siempre?
   

—Siempre.

    Acunó su infantil rostro entre sus manos y lo miró fijamente a los ojos para asegurarle que no mentía. Lo cargó y caminó hasta la habitación matrimonial donde estaba el futón listo para dormir.
 

—Hoy dormirás conmigo.
   

—Pero dijiste que soy grande para dormir con papá y mamá.
 

—Lo eres —afirmó—, pero hoy es una ocasión especial, ¿sí?

—Está bien…
 

    Kagome colocó a Keita en el futón, se recostó a su lado y apagó la lámpara de aceite que se encontraba a un lado mientras abrazaba a su pequeño hijo.
 

—Buenas noches, Kei.
   

—Buenas noches, mami.
   

   ──────•❥❥❥•──────
 

    Por la mañana ya no llovía, apenas quedaban el lodo y la humedad propios de una tormenta, pero nada más. Kagome aprovechó ese clima soleado para lavar la poca ropa sucia que tenían, en ese momento se encontraba tendiendo las yukatas y vendajes mientras vigilaba a Keita que jugaba a hacer muñecos de lodo para luego destrozarlos con sus manos al igual que su padre cuando vencía a demonios de bajo nivel.
 

—Keita —llamó.
 

—¿Mmm?
 

—¿Me alcanzas el cesto que está dentro?
 

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