Tom Sorvolo Ryddle era un joven que siempre había abrigado la firme convicción de que un día de estos iba a casarse; y hasta los treinta y cuatro años de edad no había hecho nada para justificarla.
Quería y admiraba a un gran número de mujeres y hombres, en conjunto y desapasionadamente, sin dedicar a una o uno en particular ninguna consideración matrimonial, lo mismo que uno puede admirar a los Alpes sin por ello querer ser dueño de un pico en concreto.
Su falta de iniciativa a este respecto despertaba cierto grado de impaciencia entre las mujeres románticas del circulo hogareño.
Su madre, sus hermanas, una tía que vivia con ellos y dos o tres comadres íntimas contemplaban su morosa acercamiento al estado conyugal con una desaprobación que harto distaba de ser muda.
Sus coqueteos más inocentes era vigilado con la intensa avidez con que un grupo de foxterrieres escrutaría los más altos leves movimientos de un ser humano que diera razonables indicios de poder sacarlos a pasear.
Ningún mortal de corazón decente reiste durante mucho tiempo las súplicas de varios pares de ojos perrunos anhelantes de un país; Tom Sorvolo Ryddle no era tan terco o indiferente a las influencias caseras como para hacer caso omiso del deseo expreso de su familia de que se enamorara de alguna chica o chico agradable y casadera/o; y cuando su tio abandonó esta vida y le legó una no muy modesta herencia, de veras pareció que lo correcto sería acometer la empresa de descubrir a alguien con quien compartirla.
Llevaba adelante este proceso de descubrimineto más por la fuerza del peso y las sugerencias de la opinión publica que por iniciativa propia.
La clara mayoria de sus parientes y las ya mencionadas comadres habian escogido a Dumbledore como la joven más idolea de su grupo social para que el le propusiera matrimonio; y Tom se fue acostumbrando a la idea de que Ariana y el pasarían juntos por las etapas obligatorias de las felicitaciones, los regalos, los hoteles noruegos o mediterráneos y la ulterior vida domésticas.
Empero, había necesidad de preguntarle a la dama su opinión al respecto.
Hasta la fecha la familia había manejado y dirigido el galanteo con habilidad y discreción, pero la propuesta en si tendrán que ser un esfuerzo individual.
Riddle cruzaba por Hyde Park con residencia de los Dumbledore en un estado de ánimo de moderada complaciente.
Ya que había que hacerlo, le alegraba saber que iba a salir de ello esa misma tarde.
Proponer matrimonio, incluso a una muchacha tan agradable como Ariana era un asunto más bien molestó; pero no se podía pasar una luna de miel en Monarca y después toda una vida de felicidad conyugal sin cumplir con este requisito.
Se preguntaba como sería en realidad Menorca en cuanto sitio de vista; se la imaginaba como una isla en perpetuo medio luto, con gallinas de Menorca blancas y negro correteando por todas partes.
Quizás no tendría nada de eso vista de cerca.
Personas que habían estado en Rusia le habían contado que no recordaban haber visto allí patos de Moscú, así que lo mejor no había gallinas de Menorca en esa isla.
Sus reflexiones mediterráneas fueron interrumpidas por la campana de un reloj al dar la media hora.
Las cuatro y media.
Fruncio el entrecejo en señal de disgustó.
Llegaria a la mansión de los Dumbledore a la hora precisa del té.
Ariana estaria sentada frente a una mesa baja y tendida con una variedad de teteras de plata, jarritas de crema y delicadas taciatas de porcelana, detrás de las cuales surgiria el agradable campanilleo de su voz en una serie de preguntas intrascendentes sobre el te fuerte o claro; cuándo, si acaso, azúcar, leche o crema; asi sucesivamente.