Ahí se encontraba él, trabajando, cansado de la misma rutina de todos los días. Despertar, desayunar a veces, trabajar, terminar y volver tan cansado a su departamento que olvida cenar. No se encontraba en sus mejores momentos debido a su mala alimentación, había bajado demasiado peso y eso le generaba aún más cansancio, por lo que últimamente se le dificulta su trabajo. Incluyendo que tenía problemas con su familia, su madre solamente lo buscaba para tener dinero y comprar vestimentas, y su padre estaba en sus últimos momentos. Demasiado estrés.
Él es Suho, un tipo común y corriente de 20 años, con un trabajo en una oficina un poco reconocida, pero eso no la hacía diferente a las otras; después de todo sigue siendo lo mismo de todos los días.
¿Su puesto? Recepcionista. ¿Le gusta su trabajo? Claro que sí, pero ya se estaba cansando, pensaba en renunciar y tomarse un tiempo para sí. Le cansaba el hecho de fingir una sonrisa para todos los empleados y personas que llegaban, tenía ojeras y debía usar maquillaje, a veces parecía más una cara de ayuda que de bienvenido tenga un buen día, no como yo.
Entonces lo vio llegar, entrando al edificio con un traje negro, perfectamente hecho a la medida, su jefe, el ser más perfecto que jamás conoció. Estaba tan atontado que no se dio cuenta de que ya estaba frente a él, mirándolo con confusión y diversión, tenía una sonrisa tan hermosa que le alegraba el día a cualquiera que la vea; incluso a él.
Su jefe empezó a golpetear un ritmo con sus dedos contra el escritorio y extendió su otra mano, levantó una ceja mirándolo; aún con su sonrisa. Suho reaccionó y se sonrojo a más no poder, lo cual sorprende, ya que era el único color que adoptaba aparte de su pálida y descuidada piel en un buen tiempo.
Con manos temblorosas y rojo hasta las orejas, buscó entre sus papeles uno en especial, cuando lo encontró se lo entregó a su jefe. No se atrevió a mirarlo, le causaba aún más vergüenza, no quería quedar peor ante su... ¿crush? Creo que si se podría llamar así, después de todo le llamaba la atención hace meses, pero no pasaban a más de miradas y sonrisas; que sólo son dadas debido a que el menor era al primero que se encontraba.
Su jefe, Lay, 27 años. Con un rostro tan perfecto e inigualable que engatusaba a cualquiera, una cualidad que le ayudó a llegar al puesto en el que estaba, eso no quita el hecho de que si trabaja como se debe.
Al mayor le causaba ternura el comportamiento del contrario, últimamente había notado más pálido y descuidado a su empleado, se estaba empezando a preocupar. A veces usaba de excusa los papeles para, al menos, cruzar miradas con el menor. Se atrevió a inclinarse un poco para poder inspeccionar mejor su rostro, apoyando sus brazos en el escritorio, mirándolo con una calmante sonrisa.
Suho lo miró entre confundido y temeroso, lo que causaba que se ponga aún más rojo si es que era posible, esa sonrisa no era para nada calmante; hacía que su corazón vaya aún más rápido, pensó que iba a morir joven y no quería eso.
El maquillaje corrido, debido al nerviosismo, dejó ver unas claras y profundas ojeras, su jefe frunció el ceño y el menor pensó que sintió asco de él, después de todo era comprensible. Con su mano tapó un poco su rostro y apartó la mirada, si sentía tanto asco, debía al menos tratar de que no sea visible la razón.
Dejando un pequeño golpe en el escritorio, Lay se enderezó y emprendió su camino hacia la oficina, el menor lo vio desaparecer y pudo soltar el aire que, inconscientemente, estaba reteniendo.
¿Qué acababa de pasar? Suho no dejaba de pensar en esa situación durante toda la mañana, estuvo tan distraído, que cuando se sirvió café, lo tiró al suelo; teniendo que limpiar y volver a preparar café. Divagando en su mente, se dio cuenta que no tenía esas actitudes con nadie más, ni con otros empleados o superiores, mucho menos con su familia. Pensativo y a paso lento, llegó hasta su escritorio y vio su reloj, una hora más y podría irse, algo bueno. Terminando su taza de café, vio como del ascensor salía su jefe, rápidamente se enderezó y puso otra de las tantas sonrisas que lo cansan. Lay se acercó hasta él y le dedicó una sonrisa, pero esta era real, poniendo nuevamente nervioso a Suho.
Va a venir alguien... importante, me gustaría que apenas llegue, me avises, no lo mandes solo. –dijo su jefe antes de darle un guiño y dar la media vuelta.
Pero-
Así estaba el cerebro del menor. ¿Cómo se atreve a hacerle eso? Apenas vio que las puertas del ascensor se cerraron, puso una mano en su pecho y tomo un gran sorbo de café, terminándolo así. ¿Qué estaba pasando? Acaso... no, no podía ser... ¿o sí?
Luego de tener esas experiencias, juró que nadie más iba a hacer lo mismo, pero ahí estaba. Peleando con su corazón, tratando de calmarlo, dando respiraciones profundas. Temía que alguien más pudiera escuchar sus latidos, aparte de él mismo. Esto era serio, demasiado y no podía estar pasando, no con él.
Ay.
Creo que nuestro protagonista se está enamorando.