El mundo está lleno de gente malagradecida, egoístas, insensibles al dolor y al hambre ajeno. Gente que son infieles, aún hasta con sus más allegados. En qué vemos a diario tanta gente malsana, orgullosa, restregándose en la cara a los demás todo lo que tienen, lo bien que comen y lo que pueden hacer. Hay tantos aperitivos para estos individuos, que no terminaríamos la lista.
¿Pero que decir de aquellos, que haciendo galas quijotescas, sobrepasan las normas en el socorro al prójimo? Eso, sin que nadie se sienta ofendido, lo llamo altruismo y generosidad sin límites, que ralla en la filantropía.
Uno de estos filántropos, benefactores y protectores de la sociedad, es el protagonista de este cuento. Cuento verídico, ocurrido en el pueblito que me vío nacer y del que guardo tan gratos y vivos recuerdos.
En una de las callesas céntricas del pueblo, existía una fonda, adjunta a un bodegón de comestibles, llamado “Ayúdenme a vivir”. El dueño era un español nombrado Ifigenio Iglesias, al que todos llamaban Figi. No se sabe si este apodo era por acortarle el nombre, o por lo bueno y servicial.
La mitad de su dinero, iba a parar a los bolsillos o a la barriga de sus parroquianos, que acudían a él conocedores de su benevolencia y mano suelta. Amén, de la buena obra que hacía todos los meses en la iglesia con donativos.
-¿Qué mal le acongoja hoy, doña Conrada?- le preguntó un día a una vieja clienta que llegó con su jarrito de todos los días, para comprar una peseta de potaje- la veo triste y alicaída ¿Qué le pasa?
-¡ Qué me ha de pasar, don Figi!- respondió la pobre mujer con la vista en el piso- Si fuera usted tan bueno y amable, digo, si no le causa problema, de fiarme hoy el potaje, le estaré eternamente agradecida.
-¿ No tiene la peseta hoy, doña Conrada?
- Ni un centavo, don Figi. Y figúrese, con estos...
- No, no me explique más. Deme acá su jarrito para echarle el guiso.¡ Faltaría más! Me paga cuando Jesucristo baje a la tierra.
- Un millón de gracias don Figi. Es usted tan bueno que Dios se lo tendrá en cuenta.
- Bueno, por el momento me consuela el pensar que usted y los suyos van a comer. ! Ah! Tome este pan y ¡ Santas pascuas!
- Mil gracias, don Figi.
- ¡ Valla con Dios!
-¿ Y tú, Pitirre, que tienes ? - le preguntó a un negrito de unos ocho años, como lo viera acurrucado junto al mostrador- ¿ Qué tú haces que no estás en el colegio ?
- No quiero ir al colegio, porque tengo hambre.- le contestó el niño con acento lastimero
- ¡ No jodas ! - Figi dió un puñetazo en el mostrador - estando yo aquí, no es motivo para tener esa cara de hambre. ! Vive dios ! Entra pa' ca'.
Así era este hijo de la Madre Patria con todos. No hacía distinción de razas, ni edades, ni sexo. A todos les tendía la mano, sin tener en cuenta si luego les pagaban o no lo que consumían.
Una noche se armó una algarabía de todos los diablos en el vecindario. Una mujer gritaba como loca pidiendo auxilio. La mayoría de los vecinos salieron a oír los gritos. Figi fué uno de ellos.
-¿ Qué pasa Acania, por qué esos gritos ? - le preguntó don Figi alarmado.
- ¡ Por el amor de Dios ! - gritaba afligida la mujer cada vez más desesperada - ¡ Que alguien me ayude ! Mi hija Petunia está pariendo. Casi tiene la cabeza del bebé afuera. ¡ Hay Dios mío !
- Cálmate, mujer - le decían los vecinos.
- ¿ Cómo me voy a calmar ? ¡ Auxilio, que alguien me ayude !
Sin saber cómo ni cuándo, don Figi dió la vuelta al establecimiento y sacó la camioneta que usaba para cargar la mercancía.
- ¿ Pero, y esto ? - preguntó sorprendida Acania - don Figi, usted.
- Vamos, vamos, - le contestó el bueno de Figi- no se hable tanto y vamos a llevar a su hija al hospital.
- Venga, venga, don Figi - exclamaba Acania casi llorando de la emoción- usted es un santo, ¡ Dios mío! No tengo como pagarle.
- Mire, no tiene que pagarme nada, - le contestó don Figi, quien con ayuda de varios vecinos montaron a la parturienta en el carro- lo importante es que no le pase nada a Petunia ni al bebé ¡ Vive dios!
- ¡ Ay se me sale el niño, mamá!
- Cállate Petunia, que don Figi se desconcentra.
Así en un santiamén llegaron al hospital. Eran las 11:30 de la noche. En la parte trasera de la camioneta iban Rodorico, el marido de Petunia, Plutarco, el marido de Acania, Lindoro, el hermano de Petunia y Anastasia, una vecina que se brindó para ayudar en lo q fuera menester. No fue hasta pasadas las 5 de la mañana, cuando Petunia dió a luz a una hermosa niña de 9 libras. Se más está decir, que el bueno de don Figi no se movió del hospital por pena y de más está decir también, que los gastos corrieron por su cuenta. Tanto el paritorio, como el café, el chocolate y biscochos, ¡ Ah! Y los cigarros que consumieron durante la angustiosa espera, todo, todo corrió por su cuenta. Lo hizo gustoso, como una obra suprema al contribuir a traer un niño al mundo. La familia de Acania se deshacía en agradecimiento hacia el buen hombre, le besaban las manos, lo abrazaban llorando. Encomiaban tanto a don Figi, que este se sentía incómodo.
- Basta, por favor - les dijo a la ahora feliz familia- yo no he hecho nada del otro mundo. Cualquiera hubiera hecho lo mismo. ¡ Par diez !
- ¡ Usted es tan bueno, don Figi! - exclamó Acania al borde del paroxismo- ¿ Cómo le vamos a pagar este favor tan grande ? ¡ Ah, ya sé ! Espéreme aquí.
Acania salió corriendo y no paró hasta el cuarto donde estaba su hija, con la pequeña arropada a su lado. Habló con ella unos minutos y volvió corriendo al salón donde estaba el grupo.
- ¡ Jesús, María y José! - vitorió batiendo palmas la feliz abuela- ¿ Sabe qué, don Figi?
- ¿ Qué, mujer, que pasa ahora? - le preguntó intrigado el español.
- ¿ Pués que ha de ser? Nada más y nada menos, que mi hija le va a poner su nombre a la niña en agradecimiento.
- ¡ Santísimo Sacramento! - exclamó el buen hombre frotándose las manos - no era menester, Acania.
- Pués ya está todo arreglado. La niña se llamará Ifigenia.
-¡ Válgame Dios!
Frente a la fonda y bodegón “ Ayúdame a vivir ”, había un pequeño y concurrido parque, donde se sentaban a descansar y tomar el fresco debajo de los árboles, viejos en su mayoría, algunas madres y abuelas con sus pequeños a jugar un rato y algún que otro transeúnte, que se sentaba antes de continuar camimando.
Hacía lo menos una semana o más, que don Figi había reparado en un sujeto que se sentaba en un banco frente al establecimiento sobre las 12 del mediodía.
Permanecía más o menos una hora, al cabo de la cuál, se levantaba y se iba andando sin mirar a nadie. Cogeaba un poco. El hombre no hablaba con nadie, permanecía con la vista fija en la copa de los árboles, fumando, lo que presuponía que no conocía a ninguno de los que estaban allí. Don Figi, que conocía a todos sus parroquianos no lo había visto nunca. Esto le llamó la atención.
Hay que aclarar, que Ifigenio Iglesias, conocido por todos como don Figi, era un solterón, sesentón, alto y fornido, con un gran mostacho y unas cejas anchas que protegían unos ojos azules, grandes y vivos. En su juventud tuvo una novia, una linda y hermosa muchacha con la que hizo planes de casamiento. El noviazgo duró un año y ya próximo mal día de la boda, Írida, que así se llamada la novia, tuvo unas fiebres misteriosas, unos espasmos y una viradera de ojos y sucumbió como Chacumbeles.
El joven Ifigenio quedó tan abatido y triste, que se pasó casi dos años llorando. La madre, que entonces vivía, hizo todo cuánto pudo para sacarlo de ese estado tan deplorable en que se encontraba. Lo llevó para España donde permaneció un año. Como ya el padre de Ifigenio, don Servilio estaba viejo y enfermo, madre e hijo regresaron para hacerse cargo de los negocios. Ocho meses después, falleció don Servilio Iglesias y su hijo tomó el mando de todo como único varón que era. Su hermana Fredesvinda se quedó en España y por allá de casó.
Contaba Ifigenio 25 años, ya curado de la pérdida de la novia, cuándo conoció a Leonila Santolla, una hermosa criolla como las de Wilson y se enamoró de ella. Al amor correspondido siguió el noviazgo y planes de boda. Todo ello en apenas ocho meses. ¡ Y quién te dice ! La linda y hermosa Lionila se la dejó en la uña, huyendo con un exnovio y nunca más se supo de ella. La madre lo volvió na consolar, asegurándole que esa eran cosas de la vida y que seguramente no había llegado aún el momento de que se encontrara con laujer de su vida. Ifigenio por su parte colgó los guantes y juró que más ninguna mujer lo haría sufrir. Tuvo mujeres ocasionales, se divirtió y gozó la juventud que le quedaba sin hacer compromisos con nadie. No tuvo hijos, no los quiso nunca. Su vida transcurrió durante muchos años al cuidado de su madre y en atender los negocios, hasta que su madre falleció. Contaba para entonces, sus 45 años. Solo y triste, vendió lo que tenía y es entonces que vino a vivir a mi pequeño pueblito, 15 años atrás.
A falta de hijos, tenía don Figi cinco ahijados, debidamente bautizados, a los cuales mantenía.
Otra carga que el bondadoso hombre se echó a las espaldas, era la preocupación y el sustento de dos mujeres con sus respectivas proles, desde 4 o 5 años atrás. Una era Adela, mujer enteca y carniprieta, madre de 5 varones que parecían lombrices, pués eran largos, flacos y carniprietos como ella, de seis, siete, ocho, nueve y diez años.
Adela llegó un día a la fonda con un jarro para comprar sopa con qué alimentar a sus hijos y se desmayó de pura hambre delante del español. Una vez recobrado el conocimiento, la pobre mujer le contó la historia de su vida y tanto ella como el buen don Figi terminaron llorando. Los niños habían nacido uno detrás del otro con un intervalo de nueve a diez meses. No parecía, sino que, naciendo uno, le quedaba el otro en el vientre dispuesto a nacer a los nueve meses. El tercero y el cuarto nacieron en el mismo año, uno en febrero y el otro en diciembre. El marido la dejó y se fue con su mejor amiga y por supuesto, no los mantenía. Ella trabajaba en el hospital limpiando los pisos y lo que ganaba apenas le alcanzaba para darles de comer malamente. Don Figi los mantenía, comprándole ropa y zapatos y la comida se la daba sñde su negocio.
La otra mujer era Clotilde, bajita, cochambrosa y culibajita, que tiempo atrás don Figi la contrató como moza de limpieza, con la que tuvo un desliz amoroso. Pero era tan ordinaria y desvergonzada y tan deslenguada, que don Figi se cansó de sus desvaríos y dió por terminada la colocación. ¡ Allá fue todo! La lasciva mujer lo amenazó con contar a los cuatro vientos su relación con él, aluciendo que la dejaba en la calle, sin poder ganar unos pesos para poder mantener a sus tres hijos. Además de eso lo amenazó también diciéndole que lo acusaría de haber abusado de ella. ¡ Ella, tan casta y tan buena! El pobre hombre, acostumbrado a la tranquilidad y dado a la soledad y la paz hogareña, le calló la boca prometiéndole que la mantendría a ella y sus hijos, pero que lo dejara en paz. La mujercita, que era de armas tomar, vió los ojos abiertos y se fue a regar sus dimes y diretes a otra parte, sabiendo que tenía el sustento se sus hijos garantizado. Pero como entre cielo y tierra no hay nada oculto eternamente, se supo de tales amoríos y no faltaba quien asegurará quenel más pequeño de los hijos de Clotilde, un varoncitos de tres años era hijo de don Figi.
- Pués si, Cheo - le dijo un día María a su marido, sentados de pasada en el parque frente a la fonda cuando pasó Clotilde arrastrando las chancletas, llegó a la fonda, recogió un paquetico y siguió andando con su prole como una gallina sacada- te digo yo, como aseguran muchos, que el vegigo más chiquito es hijo de don Figi. ¡ Si señor!
- ¿ Qué cuentos son esos, María? - la increpó el marido.
- No son cuentos, Cheo. Si el niño tiene hasta los ojos azules como son Figi.
- ¿ No me digas? - Cheo no creía en cuentos ni le gustaba el chisme - ¿ Y a tí eso te importa a caso?
- Importarme, como importarme no, pero una vez tantas cosas en esta vida.
- Mira María, lo que te voy a decir, - le dijo Cheo poniéndose de pie, lanzando el cigarro que tan tranquilamente pensó fumarse - si ese niño es hijo de don Figi o no, a mi me tiene sin cuidado. Nadie se lo dice por pena y todos comentan a sus espaldas.
- ¿ Entonces tú sabías eso, Cheo?
- ¿ Acaso soy ciego o bobo ?
- Pero Cheo...
- María, eso todo el mundo lo comenta, pero nadie tiene timbales para irle con el cuento. Lo comentan a sus espaldas, como otras cosas más que se dicen de él.
-¿ Cómo cuáles, Cheo?
- ¿ Qué te importa eso a tí, María?
- Pero Cheo...
- Nada, lo único que me importa es saber si los hijos que tengo contigo son míos o no.
- ¡ Cheo!
Por mucho que se desvivía el buen hombre ayudando al prójimo, no todos le agradecían los favores que le brindaban. Algunos adquirían fiado víveres y comida, que don Figi anotaba en una libreta. Pués bien, había quien hacía la vista gorda y nunca pagaba lo que debía. Un día don Figi llamó a Orquideo con toda la amabilidad que le fue posible, recordándole la deuda de casi un año que tenía en el establecimiento, sabiendo que el muy ladino trabajaba y tenía con que pagar lo que le debía. Lejos de contestarle con respeto y prometerle saldar la cuenta, le salió con un exabrupto descomunal.
- Valla usted a cobrarle al diablo- le gritó Orquideo de mal talante.
- Es que es usted el que me debe muchos pesos y no el diablo. ¡ Qué le parece! - le contestó don Figi, que si bien era un hombre apacible, no por eso se iba a dejar sopapear por nadie.
- Yo no le debo nada,- contestó en forma soez- lo comido y cagado es cosa del pasado. Con qué...
- ¿ Con qué, qué?
- Nada, a mí ni me va ni me viene. Todos ustedes son iguales. ¡ Gallegos inmundos!
- ¿ Cómo has dicho, desdichado? - diciendo esto, don Figi salió de detrás del mostrador y se encaró con el insultante- repite eso y no te va a quedar una muela en la boca. ¡ Repítelo cabrón !
- Cabrón será usted y toda su generación. Todos ustedes son unos apestosos con peste en las patas...
No pudo Orquideo terminar la frase. Don Figi le dió un sopapo tan fuerte, que el otro calló al piso cuán largo era. Los que estaban sentados en el parque, así como otros que pasaban, rodearon a los contrincantes. En el piso Orquideo, don Figi le dió dos o tres piñazos más y con la habilidad de un felino, se quitó los zapatos y las medias y le restregó los pies en la cara.
-¿ Tengo yo peste a patas, imbécil?- le decía con rabia mientas repetía la acción- anda,dime si tengo yo más peste a patas, que la que tiene tu madre en el culo, cabrón.
La concurrencia como siempre, unos a favor del vencedor y otros del vencido trataron de intervenir. Don Figi estaba fuera de sí. Cómo vió que algunos trataron de socorrer al caído, levantó los zapatos y los amenazó.
- ¡ Alto ahí! - les gritó frenético- el que dé un paso más, le juro por mi santa madre y por Santiago de Compostela, que le abro la cabeza de un zapatazo. ¿ No vieron ustedes a este zopenco, que a demás de deberme una pila de pesos me ha insultado de lo lindo?
- Pero mire, don Figi...
- ¿ Pués qué?- les gritó con rabia- ¿ Así me pagan ustedes, partía de zarrapastrosos, lo que yo les he brindado siempre?
- Sin sacar trapos sucios, ¡ Eh!
- No, no son trapos sucios, sino peso sobre peso, que muchos me deben como este descarado. ¡ No te muevas ! - le dijo a Orquídeo, que seguía en el piso, con un pie del español encima de él- les juro que nunca pensé una cosa igual en la vida.
Desde ese día, don Figi no fue el mismo. Pensaba que había estado arando en el mar durante mucho tiempo y que lejos de agradecerle todo lo que hacía por sus parroquianos, ya que no le gustaba ver a nadie con ambre y a todos les tendía la mano desinteresadamente, en cualquier momento, una puñalada trapera le podía venir del que menos esperaba.
Casi no atendía a los clientes. Dejó a sus dos empleados casi todo el trabajo. De vez en cuando se recostaba al mostrador viendo el ir y venir de la gente. Lo saludaban como siempre, pero en su fuero interno, sentía la hipocresía de muchos.
Un mediodía, con un sol ardiente y un calor de todos los diablos, salió a la acera y vió sentado en el parque, sólo, al sujeto que tanto le había llamado la atención. Cómo le picaba la curiosidad por saber quién era, cruzó la calle y se sentó junto al individuo. Este lo miró receloso, pero don Figi lo saludó con naturalidad y pronto entablaron conversación.
- ¿ Usted no es de por aquí, no?- - le preguntó don Figi para entrar en confianza.
- No, soy de por allá- le contestó el otro con cierta indiferencia.
- ¡ Hombre!
- Bueno, es decir, que no soy de por aquí...
- ¿ Entonces no es del pueblo?
- No,no, sólo estoy haciendo unos trabajos de albañilería, pero soy de bastante lejos.
- Perdone que le pregunte,- le dijo don Figi viendo al hombre un poco cohibido- pero como yo conozco a todo el mundo, me llamó la atención verlo sentado siempre sólo al mediodía aquí en el parque.
- Si, tiene usted razón. El problema es, que esta es la hora del almuerzo y como no hay nada que hacer, me siento a descansar un rato antes de volver a trabajar hasta las 5 de la tarde, cuando terminamos, ¿ Sabes?
- ¿ Y se va a esa hora para su pueblo, o mejor dicho, su casa?
- ¡ No, que va! - contestó el hombre ya más animado- yo vivo como a diez leguas de aquí. Vine con un hermano mío a reparar la casa de una vieja ricachona cerca de aquí...
- ¿ La de la vieja Petrona?
- La misma ¿ Usted la conoce?
- ¡ Faltaría más! ¿A quien no conozco yo en este endiablado pueblo?
- Pues le decía, - continúo el hombre encendiendo un cigarro y ofreciéndole otro a don Figi- que trabajo hasta las cinco. Luego voy a caminar por ahí a estirar las piernas, me siento un rato aquí en el parque. Cómo dónde pueda, hasta las 11 o las 12 de la noche en que nos acomodamos mi hermano y yo en la casa de unos parientes de su mujer, donde pernoctamos.¡ Ah, déjeme presentarme! - le dijo extendiéndole la mano- me llamo Chucho, Chucho Chamizo.
- Ifigenio Iglesias, para servirle,- don Figi le devolvió el saludo- todos me dicen don Figi.
- Si,si, ya lo he oído.
- ¡ Ajá!
- Nada, pués esa es mi historia, lejos de casa, de mis hijos, tratando de ganar unos pesos para mantener a la familia
- ¿ Tiene muchos hijos?
- ocho, tengo ocho hijos.
- ¡ Caracoles!
- ¿ Y usted no tiene hijos ?
- No, no tengo hijos, ni familia. Estoy más sólo que un mojón en alta mar.
- ¡ Qué pena! ¿ Cómo se las arregla así, tan sólo ?
- Voy tirando, hasta que Dios disponga.
- Es triste estar sólo, no le parece
- Si, así pasa. Pero mire, le voy a proponer algo, digo, si no le parece una frescura mía.
- ¿ Qué puede ser eso?
- Bueno, pués, usted a visto que la fonda siempre está llena de gente, ¿ Sí?
- Sí, sí, al igual que la bodega, ¿ Y?
- Pués verá. Yo por la noche siempre como sólo, la comida me sobra. Si a usted le parece bien, lo invito a que venga por las noches a comer conmigo y así nos hacemos compañía. Por lo menos mientas esté trabajando aquí en el pueblo no tiene que preocuparse por el plato de comida. ¿ Qué me dice?
- Pero es que...
- No, no, ya se lo que le preocupa. Si lo estoy invitando a comer conmigo, es sin pagar nada, es un gusto mío. ¿ De acuerdo ?
- ¡ Siendo así! Es una generosidad de su parte. Bien dice el refrán que más vale una amistad que un imperio. Desde hoy cuente con la mía.
- Lo propio- dijo don Figi y se estracharon las manos.
Desde ese día, ambos hombres comenzaron una amistad sincera, sin tapujos. Se contaron la vida y milagro mutuamente. Comían juntos, y una vez más que otra daban un paseo por el aburrido pueblo, donde no había más que dos lugares donde distraerse un poco: el citado parque y un cine donde repetían las películas, algunas hasta una semana. Otras veces se juntaban con dos o tres conocidos y se pasaban horas jugando dominó.
Cómo ya se sabe, don Figi no tenía hijos, pero un sin fin de chiquillos al que él les daba de comer o alguna golosina, o los empleaba de mandaderos le decían tío, abuelo y padrino sus ahijados.
Pasaron los meses y la amistad entre Chucho Chamizo y Figi seguía fortaleciéndose. Un día Chucho le dijo a su amigo que el trabajo estaba por concluir. Habían tenido que hacer la casa casi nueva, de lo deteriorada que estaba, pero como los dueños eran ricos no les importaba lo que tuvieran que pagar, por lo tanto se acercaba el día en que Chucho se tendría que marchar. Chucho era un hombre de baja estatura, aunque nervudo, de modales finos y educados. Su sonrisa franca contagiaba a cualquiera. Desde que dejó de pasar ambre comiendo en la fonda, tenía mejor semblante. Era cortez con las mujeres y paciente con los niños, acostumbrado a tratar con ellos por su numerosa prole. Su amistad y confianza llegó al punto, que don Figi le guardaba el dinero a Chucho en la caja fuerte, para que cuando este se marchara llevar una buena cantidad para su casa. Don Figi se afligió con la noticia de la partida de Chucho.
Llegó el mes de octubre, con su acostumbrado mal tiempo. A pesar de que casi todos los días lloviznaba o llovía a cántaros, Chucho iba por el mediodía a la fonda. Si el día estaba claro, se sentaban un rato en el parque después de tomar el café. Si estaba lluvioso y con vientos fuertes, se sentaba con don Figi en la casa de este, donde tomaban café y departían un rato, hasta que Chucho volvía al trabajo. Y así, hasta que a la hora de la comida, volvían a estar juntos.
Don Figi le tenía ya un aprecio a Chucho, como si le conociera de toda la vida. Chucho por su parte, correspondía a esa amistad de igual modo. Cuándo tenía tiempo libre, ayudaba a su amigo en lo que fuera necesario, ya cargando mercancía, limpiándole el local, o lo que fuera menester. Había nacido entre ellos una sincera amistad.
Un mediodía don Figi se sintió contrariado al no ver llegar a su amigo como de costumbre. El día estaba nublado y frío, aunque no llovía. Él se sentía igual que el día, un tanto triste e inquieto, sin saber el motivo. Siempre se dice que el tiempo influye en el estado de ánimo de las personas. Pués bien, don Figi estaba con el ánimo en el piso y su amigo sin aparecer.
A la una y media más o menos, llegó un muchachito que don Figi quería mucho. Este le decía abuelo a don Figi y a su vez el viejo lo nombraba ardilla, por la rapidez con que hacía cualquier mandado, corriendo cómo lo que era, una ardilla, llamándolo a grito pelado.
- ¿ Qué te pasa, ardilla, por qué esos gritos y esa carrera?
- ¡ Ay, abuelo!- le dijo el niño con la respiración entre cortada y los ojos desorbitados- venga... Por Dios.... Abuelo....
- ¿ Qué te pasa, muchacho? Habla de una vez.
- ¡ Ay abuelo! No puedo.... Yo ...
- Toma agua y cálmate. Así, ahora dime que te trae tan alterado y llorando de esa manera.
En eso llegó una turba de chiquillos, que venían corriendo detrás de Ardilla, pero como este corría más rápido, llegó primero.
-¡ Abuelo! ¡ Tío! ¡ Padrino!
Todos gritaban al mismo tiempo, llorando, sorviendose los locos y limpiándose los ojos llenos de lágrimas.
-¡ Un momento! - gritó don Figi ante aquella escandalera, donde todos estaban alterados, llorando visiblemente asustados - o se callan todos, o se van con su alboroto a otra parte. Dime tú, Moñoño, que eres el más grande, qué les pasa - digo dirigiéndose a un morito de unos diez años, que parecía en más sereno.
- ¡ Ay tío!- dijo el niño limpiándose los mocos con el dorso de la mano- el amigo suyo, el Chucho...
- ¿ Qué le pasa a Chucho, anda di, carajo?
- Qué lo enrrollo el tlen...
- ¿ Qué lo qué?- gritó don Figi asustado.
- Que lo arrolló, pedazo de burro- le dijo Ardilla a Moñoño- no sabes ni hablar
- Bueno, bueno, - don Figi estaba poniéndose nervioso- uno a la vez. ¿ Qué pasó?
- Mire padrino,- intervino el Chicho- el problema es que estábamos jugando cerca de la línea y vimos cuando venía el tren y su amigo de usted traía la carnera amarrada con una soga. Y el animalito se enredó y su amigo tratando de sacarla no le dió tiempo y... ¡ Pum! El tren le pasó por arriba.
- ¿ A la carnera?
- No abuelo, a Chucho.
- ¿ Cómo?
- Así mismo, abuelo, a Chucho.
- ¿ Y dónde está?
- Allá tirado. El tren le cortó una pata.
-¿ A la carnera?
- No tío, a Chucho.
- ¡ Me van a volver loco! Vamos para allá.
- Vamos, vamos
Don Figi a pesar de sus años, era ágil, por lo que corría casi a la par de los chiquillos. Tres o cuatro cuadras corrieron sin parar, hasta que divisaron el triste espectáculo. Chucho estaba tendido de espalda sobre la gravilla y su pierna derecha sobre los raíles, yacía visiblemente aplastada. Parecía un muerto. Junto a él, la carnera estaba estrangulada con la soga conque la sujetaba el pobre hombre cuándo la sacaba a pastar.
- ¡ Chucho! - le gritó don Figi, acercándose a todo correr - háblame hombre ¿ Cómo es posible que sucediera esto.
Chucho no respondía. Seguía tirado boca arriba con los ojos cerrados, de donde salían unas gruesas lágrimas. Las lágrimas eran por la carnera. La había comprado con el propósito de llevarle comida a su prole.
- Hay que llevarlo para el hospital. Cállense todos que me vuelven loco- le gritó a la turba de chiquillos, apelotonados alrededor del caído- Chucho, mi hermano. ¡ Por Dios, se me mueren aquí mismo! Le cortó la pierna de cuajo. ¡ Santo Dios!
Uniendo la acción a la palabra, don Figi, qué todavía estaba fuerte y bien comido, levantó a Chucho como si fuera un muñeco de trapo y salió casi corriendo con el en brazos, seguido por la tropa de chiquillos, que no paraba de llorar y gritar. Por lo menos, unas diez o doce cuadras separaba el lugar del accidente del hospital. Don Figi corría con su carga, presa del más despiadado sufrimiento. Pensaba que Chucho se le podía morir en los brazos desangrado.
Al pobre Chucho no le dió tiempo ni de abrir la boca, cuándo se sintió levantado en vilo y ahora en brazos de su amigo, que lo llevaba en andas casi corriendo. Al reaccionar y darse cuenta de la situación, quiso llamar la atención de don Figi. Con la voz entre cortada por la emoción y el vaivén del zarandeo por la carrera, un hilo de voz fue lo que salió de su garganta.
- Don Figi, mi hermano...
-¡ Cállate hombre!- le dijo el español sin aminorar la marcha -aguanta un poco, que pronto llegaremos al hospital.
- Pero es que...
- No hables hombre, que te puedes fatigar.
- Pero mira, yo ...
- ¡ Serás ostinado!
- Don Figi es qué...
- ¡ Cállate hombre! ¿ No te das cuenta que te puedes desangrar?
- Párate hombre...
- ¡ Demonio de hombre!
Chucho Chamizo al ver que no había forma de que don Figi se detuviera, antes bien apretaba el paso, casi corriendo, aflojó los músculos y se dejó llevar como un niño en brazos de la madre.
- ¡ Veremos qué pasa al llegar al hospital! - pensó Chucho cerrando los ojos.
- ¡ Pronto, pronto! - gritó don Figi al entrar al hospital con Chucho en brazos. Sudaba a mares, con la cara roja cómo un tomate- ¡ Traigo un herido, una camilla, pronto!
-¿ Qué pasa, señor? - un enfermero salió al encuentro de la comitiva - ¿ Está herido? Aquí, aquí, acuéstelo aquí.
El enfermero le señaló una camilla y don Figi con sumo cuidado lo depositó sobre ella. Ya se habían aglomerado varios médicos, enfermeros y asistentes del hospital al sentir la algarabía.
- ¿ Qué le pasó al señor?- un médico viejo, alto y flaco con el pelo completamente blanco, se acercó para reconocer al herido.
- Mire doctor,- empezó don Figi, fatigado por la carrera y temeroso por la vida de su amigo- acá mi amigo, ¡ Qué digo mi amigo! mi hermano, fue arrollado por un tren y le cortó una pierna.
-¡ Bendito sea Dios!- exclamó el galeno consternado- abran paso. Fulgencia, -llamó a una enfermera- que preparen el salón de operaciones enseguida.
- Si, doctor.
- Salgan todos, por favor. Esperen en el saloncito hasta que sea operado. Ya les avisaremos.
Don Figi, seguido de la chiquillería y varios curiosos que se habían acercado para ver al herido, entraron en el pequeño salón de espera. Un bombo de tela verde separaba el salón ndel cuartico de reconocimiento, donde el médico llevó a Chucho para darle los primeros auxilios. Todos estaban nerviosos, atentos a cualquier sonido, a lo q pudiera decir el médico. Nadie hablaba, se miraban unos a otros. Un cuchicheo se oyó detrás del biombo y un silencio absoluto nse hizo de momento.
Pero de pronto, una sonora carcajada resonó detrás de la mampara. Luego otra, y otra y otra. Don Figi estaba intrigado, sobresaltado, al oír aquel carnaval de risas y más risas, cómo cuando se está presenciando un espectáculo humorístico en un teatro lleno de gente. A medida que se asomaban al cuartico los empleados del hospital, aumentaba la risa. No pudiendo resistir más la intriga, don Figi se asomó al cuartico ¿ Qué era lo que veían sus ojos? El médico alto y viejo, parado junto a la camilla, estaba doblado de la risa. Sentado como si tal cosa, Chucho hacía coro de las carcajadas. Tenía el pantalón remangado, por dónde asomaba una pierna de palo, toda astillada. La risa seguía aumentando, hasta estremecer el edificio. Don Figi tuvo que apollarse en el marco de la puerta para no caer. La cabeza le daba vueltas, le zumbaban los oídos. Todas las caras se le antojaban como una mueca siniestra. Hasta el propio Chucho, que reía a más no poder, lo miró y se encogió de hombros. Los niños por el contrario, permanecían serios al lado de su protector. Habían dejado de llorar. No entendían nada.
Embotado el cerebro, con la vista en el piso y los brazos caídos, don Figi dió media vuelta y como un autómata, se dirigió a la salida del hospital.
- Espere, don Figi...
Era la voz de Chucho que lo llamaba. Pero él no quería oír nada, quería uir de allí. Las carcajadas seguían resonando, martillándole el cerebro. Y salió de allí amuscado, triste y burlado. Los chiquillos salieron junto con él, pero a una señal que les hizo con la mano, la tropa se dispersó.
Nada, que en este mundo tiene que haber de todo para que se siga llamando mundo. El papelazo que hizo don Figi, a sido tema de conversación, de especulación y hasta de reflexión por la mayoría del populacho. Unos lo defendían, diciendo que era un hombre inmensamente generoso, que ayudaba a todos desinteresadamente. Alegaban que no se merecía tamaña burla. Que el tal Chucho, que decía ser tan buen amigo del español, le podría haber dicho que tenía una pierna de palo.
Otros por el contrario, como Orquideo, que juró vengarse por la afrenta recibida, cuándo don Figi le restregó las gallegas patas por la cara una y otra vez, se alegraban, pués decían que don Figi era tan espléndido y dadivoso, porque estaba buscando, que por su generosidad u buenas acciones, lo nombraran alcalde del pueblo. Y por si acaso, asegurarse un lugarcito en el cielo, cuando Dios se lo llevara.
¿ Qué era tan bueno y generoso? ¡ Qué va hombre! Todo lo que el daba o regalaba era lo q le sobraba. Tan era la forma de calificar a don Figi, escaneo salido de las viborezcas bocas de algunos malagradecidos, en los que la envidia era más fuerte que ningún otro sentimiento.
¡ Del árbol caído todos quieren hacer carbón! Reza un viejo proverbio, pués no falta, quien haciendo gala de sabiondo, con la pedantería retratada en el rostro, difamara de don Figi, alegando que todo lo que tenía era robado, que era un hombre perseguido por la justicia y un montón de barbaridades y sandeces más que no tienen pies ni cabeza. Ésto, claro está, era para justificar la deuda que tenían algunos con don Figi. El que más y el que menos le debía unos pesitos, todo anotado en una libreta.
Cómo dice otro refrán muy popular, que tan malo es no llegar como pasarse. Para unos, don Figi se pasó de rosca, para otros no llegó ( no llegó a entrar en los corazones de los desagradecidos). Sea cómo fuere, el hombre que fue tan liberal, que mató ntanta hambre en el pueblo y socorrido a tantos desvalidos, no pasó de ser un imbécil, preocupado por el bien ajeno y finalmente burlado vilmente por un atajo de solapados y socarrones, qué abundan en la sociedad, que son a la postre los que socavan la vida del prójimo.
Cuándo llegó don Figi a la fonda, llamó a sus empleados, les pagó los días trabajados y les dijo que se tomaran un descanso, que él haría otro tanto. Todo esto con una seriedad y una solemnidad no característica en él. Cerró a cal y canto la fonda y la bodega y desapareció cómo Matías Pérez. Nadie más supo de don Figi. Pero yo sí lo sé.
¿ Se los cuento?
¡ Bueno, ya que insisten!
Cuando los empleados se marcharon( todavía no se había regado la noticia del chasco en el pueblo) don Figi cerró ermeticamente todo y se encerró en su casa, pensando y repasando en el historial de su vida. Lloró, pataleteó en el piso, rompió y destrozó varias cosas, como tazas, vajillas y floreros con fuerza incontenible, para desahogar la rabia y la impotencia que sentía y le corroían el alma. Después de tres o cuatro horas en este ajetreo, más calmado, se lavó la cara y comió algo. Abrió la caja fuerte y revisó sus documentos y su dinero( tenía dinero guardado de varias personas, que como Chucho, se lo dieran a guardar, en la confianza de estar seguro el capitalito). Una sonrisa malévola cruzó por su rostro. Terminado que hubo a la caja fuerte, botando los papeles y recibos vencidos o que ya no le servían para nada, se quitó la ropa y se acostó a dormir como un bendito.
Diez días estuvo cerrado el negocio de don Figi. El onceno día, a las nueve de la mañana abrió sus puertas otra vez. ¡ Otro chasco! El dueño era otro. No don Figi. ¿ Qué cómo fué? Nadie sabe como ni cuándo se realizó la transición de dueños. Lo que si estaba claro como el agua que este, un criollo de malas pulgas llamado Pascual, tenía cara de pocos amigos y todo el que viniera a comprar algo, era dinero en mano, sino media vuelta.
Ifigenio Iglesias supo al final, que por mucho que hiciera, como hizo por ayudar a la gente, nunca obtendría el amor y el respeto que pensó le debían aquellos que tanta hambre les matara. Ayudó a mucha gente en muchos aspectos. Ahora se daba cuenta de que lo trataban con hipocresía y se aprovechaban de su bondad.
Vendió el negocio así como dos o tres casas de su propiedad y un tallercito de reparar bicicletas, todo tan sigilosamente y con tanta cautela, que nadie se dió cuenta, hasta que pasado diez días, el negocio abrió con otro dueño. Se llevó el dinero, que no era poco, de aquellos que se lo dieron a guardar en la caja fuerte. ¡ Esa fue su venganza! Pensó bien pensado, que si ahora que aún estaba fuerte y sano lo trataban así, ¿ Con quién podía contar cuando fuera un viejo decrépito y cagalitroso?
Se fue para España con su hermana Fredesvinda y se casó con una viuda cuarentona amiga de ésta. Tuvo al fin un hijo con la nueva esposa, la única que tuvo, para que fuera su heredero, en la seguridad de que el hijo si sabría agradecer los bienes recibidos.
Vivió Ifigenio Iglesias ( el don Figi lo dejó aquí) muchos y felices años con su familia. Murió con 108 años.
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Tremendo chasco
Short StoryDon Figi, hombre caritativo y de un gran corazón. Ayudaba a quien lo necesitaba sin esperar nada a cambio. Así pasó gran parte de su vida, ayudando al prójimo, con su propio patrimonio. La ayuda más grande que ofreció, creyendo haber hecho la proez...