Ansiedad tiene 8 letras y, ¡Gael es un perraco!

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La ansiedad se ha visto en toda la historia humana como el sentimiento que te produce nerviosismo, sudoración, taquicardia y cansancio. Dándose por la preocupación y miedo de lo que puede ocurrir en un futuro lejano o cercano, tal vez sintiéndote amenazado por algún problema o sencilla sensación de peligro.

Y Horacio llegó a comprenderla a la perfección.

Un ataque de ansiedad, para Horacio, era posible ser pasado de largo con la acción de ingerir alimentos, en especial los más grasosos, dulces y que se hallaban principalmente en los primeros pisos de la pirámide alimenticia que te dan a aprender en la escuela.

Al principio tres comidas o cuatro pasaban por su garganta, para luego, con los días en curso, aumentaban no sólo en porciones sino también en repetición. Aunado con el hecho de darse cuenta que tenía dinero guardado en el banco desde hace tiempo, no ayudó en nada.

Los meses se transformaron en años, dentro de los cuales su rutina era despertar, darse una ducha de media hora donde el agua tocaba su espalda que día tras día se iba ensanchando a los lados, con el agua haciéndole ese cariño que alguna vez deseó, y salir, salir a comer comida callejera.

Algunos hábitos como hacer yoga todas las mañanas, correr por las noches, hacer una merienda saludable o leer un libro, terminaban siendo tareas complicadas pero, ¿comer? ¿Qué tiene de difícil mover las muelas?

Cada día los platos iban en aumento, porciones que iban ascendiendo junto a su peso que a paso constantemente iban cobrándole factura con la ropa que perdía al ésta quedarle apretada.

En algún punto que no sabría identificar, había perdido el sentido de la vida. Tan feo como sonaba, pero tan cierto para su mente que lo único que podía pensar ahora era en comer lo que sea mientras no sean vegetales o frutas.

Con el tiempo, otro hábito llegó a la luz: recibir insultos.

En Los Santos era normal insultar a las personas donde en la mayor parte de los casos, nunca nada pasaba a mayores, lo cual era un buen indicio, en parte. Habían peleas, no muchas, pero las había y eso hacía entristecer en cierta parte al perdido de Horacio, quien ya no se movía como antes, con esa belleza de un cisne y pasos rápidos como leopardo tras su presa.

Más de una vez entró en discusiones callejeras, insultando a cualquiera que se le acercase, para luego ser tumbado por los mismos hombres que luego se burlaban de él y le daban vueltas en el suelo mientras reían divertidos.

—¡Yo era Policía! ¡Debéis de enseñarme respeto!

Ese era su escudo ante todo. Un cargo alto donde quedó estancado después de ser despedido. Donde en algún momento fue verdad con todo el orgullo que portaba aquella placa, ahora era la destrucción máxima de su pasado que diariamente le recordaba lo mucho que había perdido en la vida, quedándose completamente solo.

Con la vida pasándole por delante, sin siquiera molestarse en contar el tiempo en específico; miraba tras la ventana con todo el desprecio del mundo, insultando mentalmente quién pasase por ahí, dándose cuenta que el error no era él, sino de la ciudad de mierda y todos sus ciudadanos comunes.

Es por ello que una vez tuvo claro su destino, se embarcó en su nuevo viaje de un mejor futuro sin gente que estuviera burlándose de él. Llevándose consigo una maleta llena de ropa que comenzaba a apretarle y sus esperanzas vacías.

Viajó a una ciudad aleatoria con el dinero que le quedaba en sus bolsillos. Había vendido todo lo posible para tener aunque sea una manera para sobrevivir en el mundo exterior sin morir en el intento.

Rentó un cuarto de hotel en la pordiosera ciudad que incluso terminó siendo más sucia que Los Santos, con habitantes más puercos que el mismo Pablito. Terminándole saliendo el tiro por la culata.

Relleno de amor (Volkacio) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora