Diez y diez, diez y cuarto, diez y diecisiete. ¿Cuánto tiempo necesitaban los lelos de sus compañeros para terminar un condenado examen de inglés? ¡Era su maldita lengua madre! A él sus padres le habían dado un año para dominarlo y lo había logrado en menos que eso. Todo teniendo 13 años y sin olvidar su idioma nativo. Alberich se preguntaba por qué todo el mundo tenía en tan alta estima el sistema educativo británico, si sus estudiantes eran tan poca cosa. Sin embargo, tenía que admitir que le agradaba el elitismo que las escuelas privadas ofrecían, tan diferente a Noruega, donde casi todas las escuelas eran públicas y donde se metían discursos acerca de la igualdad y la solidaridad por doquier. Él era superior a sus compañeros y de una clase más alta. ¿Qué había de malo en admitirlo? Peor era engañar a los incapaces con esa falacia de que todos somos iguales.
Sin disimular su aburrimiento, se puso a jugar con los mechones rubios, casi blancos, de su cabello pensando en cuánto los detestaba. Rubio, como el de sus padres y el 80% de los nórdicos, un color vulgar, aburrido y sin chiste. Pero claro, ¿qué más podía esperar heredar de unas personas tan vulgares, aburridas y sin chiste como eran sus padres? Y ese peinado ridículo que estaba obligado a hacerse para asistir a clases... a veces entendía a los brutos que se dedicaban a fastidiarlo. Él también tenía ganas de golpearse cuando se veía al espejo.
Finalmente, el examen terminó cuando sonó el timbre del receso de la mañana. A pesar de sentirse ansioso por moverse un poco, fue el último en salir. Ya había aprendido que no debía dejar su puesto hasta que Syd y Bud abandonaran el aula si no quería encontrar su mochila revuelta, sus cuadernos garabateados o su estuche lleno de chicles masticados. Carajo, tenían 16 años, ¿cómo podían seguir considerando que eso era gracioso? Cuando por fin salió vio a Siegfried pasar apresurado, y lo siguió con la mirada hasta que se perdió al final del pasillo. Él también era noruego y también era rubio.
Él se veía bien con ese color.
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A diferencia de Alberich, sus padres detestaban Inglaterra y no perdían la oportunidad de señalarlo. Diariamente los oía quejarse de las calles plagadas de basura y la gente grosera. Según ellos, el cheque con un montón de ceros que su padre empezó a recibir a cambio de transferirse apenas compensaba el haber tenido que abandonar la hermosa Tromsø para irse a vivir a esa asquerosa urbe.
Sí, claro, por eso se lo pensaron tanto antes de aceptar la oferta.
Bajo esa premisa, el matrimonio Megrez tenía una tradición que comenzó en su cumpleaños número quince: todos los viernes hacían sus maletas y se largaban a una casa que tenían en Cotswolds para pasar el fin de semana y "desconectarse del ajetreo del trabajo y la ciudad". El chico sólo los acompañó dos veces y le bastó para decidir que jamás volvería a perder un fin de semana en ese pueblucho aburrido y lleno de viejos. Les dijo que realizar ese viaje semanalmente lo agotaba y ellos no se molestaron en intentar disuadirlo ni en fingir que deseaban que los acompañe, cosa que agradeció mucho. Sin saberlo, le estaban dando el mejor regalo de su vida, lo que probablemente todos los adolescentes deseaban. Tenía la casa para él solo durante dos días y sabía cómo aprovecharla. En cuanto vio el auto alejarse corrió al estereo para poner su música a todo volumen.
We're talking into corners
Finding ways to fill the vacuum
And though our mouths are dry
We talk in hope to hit on something new
Tied to the railway tracks
It's one way to revive but no way to relaxBored teenagers. Eso era él. Un adolescente que se aburría en la útopica Noruega y también en UK, pero sólo los días de semana. Los viernes llegaba su descanso y su liberación. De viernes a domingo, en un popular sitio de webcams, aparecía un precioso, delgado y pálido jovencito con piercings en las orejas, uñas pintadas de negro y cabello rosa que le cubría la mitad de la cara, dejando ver únicamente uno de sus bellos ojos verdes. De todos modos, dudaba que quienes lo estaban esperando se fijaran mucho en él. A ellos les gustaba ese ojo cuando se volvía blanco.
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Anarchy in UK
FanfictionLa familia de Alberich dejó una de las ciudades más hermosas y prósperas de Noruega para establecerse en Londres. En su afán de darle la mejor y más completa educación, sus padres le dejaron tres cosas bien claras: los que sacan notas menores a 100...