PROLOGO.

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Mi abuela sentía una debilidad por Christopher, siempre lo consentía y le regalaba dulces a escondidas de mi madre.

Ella creía que a él le faltaba cariño, pero la verdad es que no. Incluso mis padres querían más a Joel que a mí. Era un niño demasiado consentido para ser el hijo de la niñera.

Mis hermanas estaban encantadas cuando el llego, escondido detrás de la falda de su madre con la nariz roja y los ojos hinchados de tanto llorar, yo sabía que su presencia significaba problemas.

El día en que entro a nuestras vidas fue como un nuevo nacimiento, todos se preocupaban por el: si tenía hambre, la cocinera le preparaba comida lo antes posible; si quería jugar, mis hermanas se turnaban para entretenerlo; todo lo que él deseaba estaba ante sus ojos en menos de cinco segundos, y a mí me dejaron de lado abandonada entre las sonrisas que le dedicaban a él.

Fue la infancia más aburrida que se pudiera imaginar. A pesar de que la padre de Christopher estaba allí para cuidarnos. Su hijo era el protagonista. Era tierno adorable, amable, cariñoso, risueño y un montón de bobadas más que pensaba la gente acerca de él.

Christopher se había robado mi lugar en la familia, y lo peor es que a nadie le importaba.

Por eso lo odiaba.

Era estúpido, me decían mis amigos, ya que a mí nunca me falto nada material. Pero lo que yo anhelaba era amor, sentirme especial para mi familia y no ser alguien invisible. Sin embargo, era difícil destacar: mi hermana mayor, Lauren, estaba estudiando economía para ayudar a papá en el trabajo, y Ally, mi hermana menor era tan dulce como el azúcar y la niña más sociable que haya conocido en mi vida.

En cambio yo era la que sacaba calificaciones promedio, la que no ganaba ningún premio en la feria de ciencias, la que no conseguía nada por sus propios méritos. Simplemente nadie.

Con los años, llegue a creer que esa era una de las razones por las cuales mis padres trataban a Christopher como a su propio hijo.

Cuando el cumplió 16 años le hicieron una fiesta, arrendaron un local e invitaron a los amigos de Christopher y a los de mi familia. Fue espectacular, hubo fuegos artificiales y mis padres le regalaron un auto para cuando cumpliera 18 y sacara la licencia de conducir.

Cuando yo cumplí 16 años, tres meses después del cumpleaños de Christopher, me regañaron por reprobar matemáticas y me inscribieron en una escuela de verano donde sufrí dos meses con chicos que no paraban de calcular nada. Lo único bueno de ese verano fue que conocí a Erick y a Joel, los únicos que también fueron obligados a ir a esa escuela por reprobar.

Pero todo se complicó cuando Joel celebro su cumpleaños número 18 y mis padres decidieron hacer algo más íntimo.

Fue una pequeña reunión entre familia y la de él.

Su madre seguía trabajando para nosotros, Ally tenía catorce años y mi madre la consideraba todavía una niña, la hermana de Christopher Madison, viajo desde Londres hasta New Jersey para esa fecha. El a diferencia de su hermana, me agradaba.

Mi abuela había ordenado hacer un pastel gigante de crema y chocolate, decoraron la casa con flores y mis padres le susurraban cosas a Lauren con aspecto sospechoso.

En la noche, la abuela comenzó a soltar lágrimas de felicidad, Lauren no paraba de sonreír y mis padres se miraron entre sí como a punto de revelar un secreto.

Pero lo que dijeron fue más que un secreto, fue mi condena.

-Y por todo ese cariño que te tenemos, Christopher – dijo mi padre, radiante con su traje negro que fue especialmente hecho para la ocasión – queremos que formes oficialmente parte de esta familia, así que este es nuestro regalo de cumpleaños, la mano de nuestra querida hija.

-QUE!

¿Casate conmigo? ||TERMINADA||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora