Parte única

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Hashirama se acercó lentamente a Madara, con un único brillo en sus tristes ojos marrones, con la mirada calmada.

El Uchiha estaba inmóvil, pero seguía con vida. Su respiración se notaba difilcultosa y pausada. Sus ojos, siempre acompañados de prominentes bolsas, se desplazaron por todo el paisaje, hasta encontrarse con la persona que más quería en su miserable vida.

En todo el tiempo que llevaba escondido en sus bambalinas hechas de sombras, había estado pensando en la pesadez de tener una vida tan destinada, tan obligada a que pasase.

Hashirama se arrodilló cerca de las costillas de Madara.

—... Sabes que no tengo salvación, ¿verdad?— murmuró suavemente.

El Senju sonrió leve, mirándolo con una sonrisa sin pizca de felicidad, llena de tristeza y dolor. Ya no se sentía vivo, todo era una maldición tan horrible, que dabas ganas de acabar este mundo. Su expresión ya no estaba tan calmada, estaba tensada, como si quisiese reprimir las lágrimas. No podía ocultar sus sentimientos, suprimir su llanto era tan díficil. Era la misma sensación que atrapar un diluvio en una taza de papel. Madara, dándose cuenta de esto, dijo:

—No llores, Hashirama.

Su primera lágrima hizo aparición recorriendo su mejilla izquierda. Con Madara, era imposible cubrir sus sentimientos.

El anterior Hokage observó los ojos de su compañero, siempre pacíficos, tan apacibles.

Madara, con la mano desnuda, la fue levantando poco a poco con elegancia, como el aleteo de una mariposa, temblorosa, para acariciar una cara morena que lo había tenido enamorado desde hacía años. Una sonrisa se dibujó en sus labios pálidos y secos, una que jamás había visto Hashirama.

Aquel gesto le hirió tanto como una estaca en el corazón, pues sintió como su pecho se oprimió.

—Hashirama.— su voz, gastada y rasposa, sonaba peor que antes.

—¿Sí?— inevitablemente tembló.

—Hay algo que nunca te dije... Creo que es hora.

—¿Qué es?— se frotó los ojos, para mirarlo atentamente.

—Que te amo. Desde que nos conocimos. Eres perfecto, te amaré aunque este muerto.

Madara medio cerró los ojos, a punto de nunca más despertar. Sintió como su vista se nublaba, haciendo borrosa su visión, por lo que trató de enfocar de nuevo la cara que tanto amaba.

Incapaz de formular una palabra, hashirama se lanzó al pecho de Madara, y se aferró a su armadura color rojo metalizado.

—¡Yo siento! Madara, ¡te amo! No te vayas... Por favor... — empezó a temblar más fuerte, y un frío abrumador se hizo presente, recorriendo las venas del más alto. Juntó sus manos, rogando por que su amado se quedase a su lado por toda la eternidad. Notó la mirada triste de su hermano menor, incapaz de acercarse. 

Madara sonrió por última vez, y susurró:

—Así que... Seríamos...— sus labios se movieron pero la voz no salió.

—¡Sí! ¡Te amo Madara!— la desesperación envolvía a Hashirama. La mano que reposaba sobre se cara resbaló cayendo por su húmeda mejilla, cayó al suelo, sin vida. Era un enredo sin solución, la reciente confesión y tanto dolor junto le nublaban la mente y la vista.

Y aunque Madara había muerto, jamás lo olvidaría.

Recordaría para siempre los momentos con el Uchiha. 

Como se conocieron en aquel lago.

Como llegaron a ponerse de acuerdo.

Como se sintieron tan cercanos sin saber su apellido. 

Como lucharon hasta casi matarse.

Y aquí venía la verdadera pregunta:

¿Cómo olvidar a Madara Uchiha?

Pues resulta que para Hashirama, una cuestión tan sencilla, pero tan difícil a la vez no tenía respuesta.

Estaba pensando en cómo Madara había muerto así, siendo parte de una maldita historia que Zetsu Negro había provocado.

No escuchaba nada, los ruidos sordos parecían que estuviesen lejísimos, y miraba el cuerpo de su amado sin ver nada, con una mirada vacía. Hasta que se dio cuenta que su hermano estaba un poco más cerca, y que se estaba desvaneciendo, listo para irse al Mundo Puro.

—Hermano. Lo siento.— Tobirama le dedicó una pequeña sonrisa, poniéndole una mano en el hombro. Ese inusual y cariñoso gesto de su hermano menor, le había transmitido calma y calidez, sacándolo un poco de el ambiente lúgubre y deprimente. Miró a Madara, inerte, sin vida, y florecieron lágrimas en el de los ojos marrones y tez morena.

—Vamos.— vio los ojos carmesí de Tobirama tan serenos que decidió calmarse. El de menor estatura desapareció, dejando una luz resplandeciente, y luego Hashirama, a punto de irse, le besó la frente a Madara, dejándole una bonita flor roja hecha con su Mokuton justo al lado de su cara, engulliéndose las lágrimas. Desapareciendo para siempre de aquel mundo injusto y cruel, que para ambos era un basura. Aunque lo habían intentado cambiar, no se dieron cuenta, pues eran pequeños y sus sueños no tenían ningún límite. Ahora comprendían, con una edad considerable, que era muy tarde para cambiarlo. Hashirama lleno de tristeza, dejó a su amado allí, desvaneciéndose, cayéndose a pedazos, y transimietiendo una luz similar a la de su hermano. Le dedicó su último "te amo" y se fue para siempre.

A saber si en otra vida se verían de nuevo. A saber si en otra vida, sin un destino que acortase su final feliz, se podrían amar.

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𝐿𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑢𝑛𝑐𝑎 𝑡𝑒 𝑑𝑖𝑗𝑒 [❀] ᴴᵃˢʰⁱᴹᵃᵈᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora