Bestia Enjaulada

1.9K 222 99
                                    



El amor no existía.

El amor no existía y menos en Ciudad Batería donde todos los días lucían igual. Nada cambiaba, los mismos anuncios, los mismos rascacielos, la misma lúgubre sombra del cielo y las nubes. Los días se juntaban y parecían uno solo con la duración de una eternidad. Cada cambio era tan controlado que Shirabu se despertaba un día con una valla publicitaria frente a su apartamento en el piso sesenta del edificio K, y se preguntaba si siempre había estado ahí, simplemente él no le había prestado atención.

Y luego no volvía a pensar en eso.

Cada día era igual, tomaba su medicina para la felicidad, desayunaba en una cafetería a tres cuadras de su laboratorio, marcaba su entrada con las huellas en toda su mano, recibía mensajes provenientes del caballero blanco cuando el líder necesitaba comunicarle algo, alguna observación o un cambio en la programación de sus armas y se disponía a trabajar todo el día.

Simple, fácil, predecible.

Todo lo que Better Living representaba.

Así que así comenzó ese día también, el gran líder lo había citado en su edificio a primera hora de la mañana. Era un cambio, sí; pero un cambio con precedentes. No era la primera vez que debía ir y discutir asuntos clasificados con el gran líder, su predecesor le enseñó bien antes de retirarse; además, antes de obtener su puesto, sus proyectos habían comenzado a ser notado por el gran líder. Había incluso recibido el máximo halago que podría imaginar, cuando el queridísimo líder dijo aquellas palabras:

«Me recuerdas a mí de joven».

Shirabu no pudo dormir ese día.

Una semana después, su jefe se había retirado sin aviso y el puesto de ingeniero mecánico más alto de la ciudad fue suyo.

Subió ese día al edificio del gran líder, para reunirse y hablar de los proyectos más innovadores, de las actualizaciones de los androides exterminadores y los nuevos modelos en los que Shirabu había estado trabajando.

El primer oficial lo recibió en la puerta.

—Oikawa te espera abajo.

Asintió y siguió a Iwaizumi al sótano, bajó al primer piso del subterráneo y luego al segundo. Dedujo que se trataría de una reunión rápida, el tiempo del gran líder era precioso después de todo y seguramente Shirabu solo recibiría unos cuantos minutos con él. Ahí abajo tenían la temperatura medida con meticulosidad, ajustó el cuello de su uniforme y metió sus manos en las bolsas de su bata de laboratorio. Oikawa lo recibió con un leve movimiento de su mano mientras discutía con otro científico, ahí abajo había más sujetos de investigación, animales y humanos, pero Shirabu no preguntaba, no veía la necesidad de inmiscuirse en problemas que francamente no le importaban.

El gran líder leyó su informe con rapidez, hizo algunas observaciones que el castaño anotó con diligencia. La reunión no duró más de quince minutos, pero él no veía porqué alargarla, después de todo, el tiempo del gran líder era sagrado.

Se despidió inclinando su cabeza con respeto, hasta que Oikawa lo despachó y se marchó de su presencia.

Fue cuando sus pasos lo guiaban hacia el elevador —escoltado por Iwaizumi— que sus ojos deambularon; si le preguntaban el por qué, él no lo sabía. ¿Quizás habría sido lo que el joven Oikawa hubiera hecho? Descartó el pensamiento blasfemo, él no podía compararse con el gran líder. Después de todo, solo era humano. Sus ojos deambularon sobre las jaulas que se mostraban frente a él.

Memorias del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora