Mala Suerte

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La Zona 37 estaba relativamente desolada, no había pequeñas metrópolis de Ciudad Batería ni viviendas destartaladas de exiliados. Así que mientras estuvieran ahí, debían hacerlo funcionar con lo que podían; no era como si Hinata no estaba acostumbrado a eso, la mayor parte de su vida había estado solo, antes de unirse a los killjoys la vida dura del desierto era todo lo que conocía; podía pasar hambre un día o vivir de insectos por un mes.

—Tengo mucha hambre —lloriqueó Lev desde el asiento trasero.

Inferno dejó salir risillas al ver a Kageyama poner sus ojos en blanco. En defensa de Rugido, Kageyama sobrevivía sin comer, así que él no podía burlarse o cansarse del chico despistado.

—Comimos en la mañana —razonó el chico de cabello naranja.

—¡¿Y?! ¡El sol está a punto de esconderse, eso quiere decir que no comeremos hasta mañana!

Hinata se quedó preguntando que era lo que una cosa tendría que ver con la otra, pero no siguió la conversación, porque Lev jamás dejaría de seguir hasta ser el último en hablar.

—¡Ahí! —gritó con todas sus fuerzas tan súbitamente que lo sintió como un balde de agua; Lev tomó los hombros de Kageyama, haciendo que el androide frenara en seco el vehículo.

—¡¿Qué?! —Regresó Hinata con la misma intensidad— ¡¿Qué pasa, Lev?!

Kenma lo miraba, sus ojos abiertos el doble.

—¡Un zorro del desierto se acaba de esconder en ese arbusto!

Se Escuchó el golpe sordo del puño de Sombra en el brazo de Haiba.

—¡Ow! —se lamentó—. Oh, vamos chicos, esta noche si cenaremos, ¡ayúdenme a cazarlo!

Kenma lo miró con emergencia, como si Hinata lo estuviera al menos considerando.

No solo lo consideró, sino también aceptó en ayudar a Lev.

No era enteramente su culpa, los zorros del desierto eran deliciosos.

La mirada de Kageyama se asemejaba a la de Kenma, urgiéndole que debían regresar a la carretera, estaban demasiado cerca de la Zona 43 como para perder en tiempo en tonterías.

—Roboyama, quiero un zorro del desierto —decidió.

Estaba preparado para el insulto que vendría del apuesto chico de ojos azules; sin embargo, su repuesta fue un suspiro cansado y las llaves girando hacia «apagado». Al parecer el androide lo mimaría esta tarde. Otra risilla escapó de sus labios y rodeó el cuello de Tobio, estampando un sonoro beso en sus labios.

—Bleh... —musitó Lev con asco—, consíganse una habitación —salió del auto disponiéndose a atrapar al elusivo zorro.

Kenma golpeó su rostro en la ventana tres veces.

Los fuertes y azafranados rayos del sol habían menguado a una brisa fría y lila, anunciando la llegada de la fría e inclemente noche. Sabía que si llegaba a oscurecer perderían de vista su presa y seria virtualmente imposible cazarla, contaban con poco tiempo.

El más alto de los tres fue el primero en saltar como gato montes en los secos arbustos en la arena; alguien debía decirle a Lev que esa era una pésima manera de cazar, su presa huiría despavorida, ¿qué le pasaba? No obstante, los tres chicos solo se quedaron mirando a Haiba llenarse los pantalones de arena.

—¿Has cazado tu alguna vez, Roboyama? —preguntó sacando la daga de su funda atada en su bota, era pequeña pero mortífera, Hinata siempre la mantenía como su arma secreta.

Memorias del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora