Capítulo 2

0 0 0
                                    

Llegó la mañana del lunes e Idara se encontraba rumbo a la universidad en su pequeña motocicleta, ese día estaba de buen humor –además de que se tomó el tiempo de verificar la hora en cada uno de los relojes y teléfonos en su casa– y, aunque habían pasado solo dos días, ya quería ver a Alina y así sorprenderla con un par de rebanadas de pizza que su padre había hecho la noche anterior. Era más que seguro que le alegraría el día.

Pero, después de estacionar su moto y recorrer parte del campus en donde solía transitar, no la encontró. Dió varias vueltas por si se le haya pasado por alto, pero nada. Luego se sentó en una banca que se encontraba cerca de la entrada para esperarla. Pasado los minutos se levantó para ir hacia el salón, su clase estaba por empezar.

Con un poco de esperanza de encontrarla dentro, entró de prisa. Pero toda se esfumó al ver su usual lugar vacío. Se sentó en donde solía hacerlo y esperó un poco más a que llegara o entrase el profesor. 

«¿Le habrá pasado algo?». Desechó ese pensamiento con un movimiento de cabeza. Si bien era raro que faltara a clases, no quería imaginar las peores cosas.

«No ha de tardar en llegar». Se repetía constantemente.

Cuando dió la hora de inicio de clase vió como el profesor ingresaba al salón y detrás de él pasaba Alina, la cual no le dirigió ni la mirada y se sentó muy alejada de dónde ella se encontraba.

Le pareció más que extraño, pero decidió no decirle nada para no generar problemas con el profesor. En la hora libre lo resolvería.

Pero no pasó así. Cada que acababa una clase y se dirigían al salón de la próxima, Alina sólo se disponía a evitarla. Pasó lo mismo en las horas libres, la rubia solo desaparecía como si de magia se tratase y aparecía entrando al salón después de que lo hacía el profesor.

La hora del almuerzo llegó e Idara se encontraba sola en la cafetería. Nuevamente no veía a Alina por ningún lado y su ánimo decayó. Hasta que cuyo joven de castaños cabellos captó su atención al sentarse al frente.

–Si vienes a insistir en que ayude a Olivia con sus trabajos, púdrete, Noah –le soltó la pelirroja sin ganas de hablar con nadie.

–¡Vaya! Alguien aquí no está de humor –le dijo Noah, riendo.

–Repito: Púdrete, Noah –esta vez lo miró al decirlo, su paciencia estaba acabando y no le iba a ocultar su descontento por mucho que le gustase.

–Tranquila, tranquila. No vengo a insistirte con ese tema, en lugar de eso... –la miró, afligido– vengo a disculparme. Sé que fui un idiota...

–Un grandísimo idiota –le interrumpió la pelirroja–. Escucha, Noah. Ya pasó, ¿si? No te guardo resentimiento.

–No me sentía bien estando así contigo, eres muy importante para mí y...

–Cariño, aquí estás –y de repente apareció Olivia interrumpiendo lo que decía.

–Lo que me faltaba, llegó la Barbie en oferta –soltó con fastidio Idara.

–Cálmate que a mí tampoco me agrada verte. Sólo venía a alejar a mi novio de ti, zorra –siseó haciendo énfasis en "mi".

–¡Olivia! –intentó intervenir Noah, pero la pelirroja no lo dejó.

–Escucha, muñeca inflable barata: tu novio fue quien vino a verme. Y si lo hace es porque no le importa en lo más mínimo lo que digas y me prefiere a mí sobre una barra de silicona sin cerebro como tú.

–Tú, hija de...

–¡Basta, Olivia! –le interrumpió Noah–. Tú empezaste esto y si no te gusta, mejor cállate. Idara –posó su mirada en la pelirroja–, perdón, en serio. Te lo recompensaré.

Doble VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora