Prologo

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Nací en Buenos Aires en el año 1978 y ya desde el momento en que llegué a este mundo, algo quedó claro.

Era yo un hombre diferente, pues en el instante en que la enfermera me puso en la incubadora, mí pequeña manito se aferró a su dedo índice y sonreí por primera vez, derritiendo el corazón de aquella jovencita pasante de enfermería y es que permítanme hablarle de mí sonrisa; es ésta, la más encantadora que podrán ver y con mis dientes perlados - Bueno, aún sin dientes era encantadora - mí ancha boca de labios delgados, mí barbilla ligeramente partida e incluso el defecto en mis mejillas que me confieren dos hoyuelos perfectos cada vez que sonrío, aunque sea levemente. Tengo además un mentón cuadrado, una nariz delgada y respingada, pero son mis ojos, los cuales son extremadamente raros en las personas, lo que más atrae a las mujeres, pues estos son de color violeta claro y no tienen una idea de cuánto resaltan con mis cabellos negros y prolijamente cortos.

Soy además un varón de metro ochenta y ocho con un cuerpo muy bien entrenado, aunque siempre tuve una contextura delgada, así que aunque tengo cada músculo marcado, no parezco esos mastodontes de gimnasio y los trajes ceñidos al cuerpo, me quedan pintados y créanme que soy consciente tanto como que las mujeres están babeando al imaginarme, como que los hombres ya están odiándome.

Pero...

¿Qué puedo decirles sobre eso?

Yo no tengo la culpa de ser el mejor de ellos.

Bueno, mejor es algo que quizás sea debatible, puesto que tengo un enorme defecto, soy hirientemente apático e insensible, pero en este mundo superficial y de sentimientos y pasiones efímeras

¿Qué importancia tiene ser así?

Después de todo, las personas nos enamoramos de a ratitos, es un cliché aquello del amor para toda la vida. Lo que importa es el sexo.

Verán, descubrí a muy temprana edad, que el sexo era una especie de llave de liberación, alguien que experimenta un muy buen sexo, cambia de la noche para la mañana y a mí, que como dije, la apatía y carencia de sentimientos me ha provocado una sensación de vacío en el alma, luego de una buena noche de sexo en la que cambio la vida de alguien, puedo sentirme vivo y en cierto punto, feliz.

Pero divagué más de la cuenta, se suponía que les hablaría sobre cómo crecí y este magnetismo que genero en las mujeres.

Quedó claro que el primer corazón en derretir, fue el de aquella pasante de enfermería y que el segundo, fue el de mí madre, que al cogerme en brazos y mirarme recién nacido, con la piel rosada y en esos primeros momentos, los ojos completamente azules, se enamoró y fue un amor, que cuan mito de Edipo, acabaría causándole problemas más adelante, pues mí padre, un albañil de pocos sesos y menos sentido común, tuvo tantos celos de mí, que acabó por irse con alguna mujerzuela de su misma calaña, para no volver de nuevo. Así pues, mí madre y yo vivimos en una modesta casa del conurbano porteño, mientras mí madre trabajaba como empleada doméstica, yo me esforzaba en la escuela, para algún día ser alguien de provecho, como mí recordada y querida madre me decía y fue justamente en la escuela, dónde derretí el tercer corazón, el de mí maestra y posteriormente el de las niñas del instituto, Como les dije, emano algún tipo de magnetismo hacía las mujeres.

Mí madre trabajaba todo el día, por lo que yo pasaba gran parte del mismo, sólo o no.

Cuando era chico, solía quedarme con la vecina de al lado, doña Berta era una madre soltera y su hija Emilia (Emy, tal y como se pronuncia en inglés) tenía mí misma edad y éramos como hermanos, nos llevábamos muy bien, excepto cuando jugábamos Ice Climber en su consola de ocho bits. Al igual que dos cachorros se desconocen con un hueso de promedio, nos ocurría cuando alguno dejaba atrás al otro.

A los dieciséis años, en el Otoño de 1994, cuando volvía del trabajo en casa de la señora Patricia, un conductor imprudente atropelló a mí madre y yo, que no tenía a nadie más, acabé siendo adoptado por la señora Patricia Jauregui y mí vida dio un giro de 180 grados.

Ella era una renombrada jueza federal a la cuál la vida le privó de tener hijos y por añadidura, de que sus matrimonios funcionen.

¿Pueden imaginar a una mujer de cincuenta años, completamente sola, al cuidado del muchacho más encantador y completamente dependiente de ella, a solas?

Pues si, fue así que descubrí aquello que les decía sobre lo reparador del sexo y que aprendí mucho, sobre el mismo y es en este punto, en el cual empieza nuestra historia.

En el invierno de 1994, cuando llevaba casi cuatro meses, en mí nuevo hogar.

Bendito tú eresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora