Capítulo 1 "Secreto"

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Capítulo 1 "Secreto"

Como les dije, llevaba cuatro meses viviendo con la jueza Patricia Jauregui, una mujer de cincuenta años, cabello lacio y rubio, ojos café y un rostro severo, de esos que difícilmente puedes imaginar como luciría su aspecto de joven y es que hay personas que sencillamente parecen haber nacido viejas.

Ok, sé que deben estar odiandome ahora mismo, pero sepan que en 1994, la edad no se llevaba tan bien como hoy en día y una persona de medio siglo de vida, pues parecía eso, una persona de medio siglo de vida, pero otra vez estoy divagando.

Este es un relato de sexo y a eso vinieron, así pues, prosigamos.

Mí vida había dado un giro de 180 grados, pues pasé de vivir en una modesta casa rentada en un barrio cuya calle era de tierra y tomar el autobús para ir a mí escuela pública a vivir en un pen house de Puerto Madero y ser llevado con un chófer a uno de los mejores institutos del país.

No imaginan lo rápido que me acostumbré a todo eso, aunque extrañaba ver a Emy y su madre.

En cuanto a mí relación con Patricia, era distante, nos veíamos poco, en las mañanas ambos estábamos en nuestras responsabilidades, ella en el juzgado, yo en el instituto, por las tardes yo estaba en el club de Básquet y ella solía pasar sus tardes en el Jockey club con sus amigas. Solo nos veíamos en las noches, durante la cena que preparaba su nueva sirvienta.

La nueva criada de la casa, debía vestir el uniforme de servicio típicos de las telenovelas mexicanas, negro con cuello y bordes blancos, era una señora de unos cuarenta y tantos, rellenita, cabello corto, rojizo por el tinte y no sabría decirles si eran rulos o qué rayos, parecía esponjoso.

Diablos, qué hondo calo en mí el desagrado por ese cabello, que aún hoy, le recuerdo al detalle. En fin, solía verla mucho e imaginar a mí madre haciendo aquellas rutinas y a veces, cuando la sirvienta volteaba en el apuro alguna cosa y Patricia le hablaba de mala forma, pensaba que por lo mismo habría pasado mí madre. Sin embargo, no sentía odio hacia Patricia, en cierto punto, o en todos, tenía razón al enojarse si una persona que debía poner un vaso sobre una mesa, lo volteaba, por ejemplo.

En fin, espero se acostumbren a este asunto de mis divagues, les advierto que pasará seguido.

Volvamos a las cenas con Patricia, ese momento íntimo en que ambos estábamos sentados a la mesa, ella en la punta y yo a su izquierda y en silencio, apenas nos veíamos, después de todo ella estaba acostumbrada a vivir sola y solo me había adoptado por alguna especie de culpa, quién sabe y yo también estaba acostumbrado a estar solo, así que la cena, nuestro momento obligado de convivencia al final de cada día, era solo aquel trámite por el que pasas esperando que se termine desde antes de iniciar.

Un sábado tuve que pedirle a Patricia, permiso para ir a una fiesta, después de todo no solo vivía en su casa, sino que era menor y ella me lo concedió, incluso me había dado dinero, para que comprara algo de ropa y unos tenis, sin embargo, me pidió que estuviera ahí antes de las tres de la mañana.

Recuerdo haber sonreído aunque por dentro la insulté, pues era ese el horario en que mejor solían ponerse las fiestas y Valentina estaría allí, que era la chica más popular del instituto, hija de un senador o alguna otra clase de delincuente político, no la recuerdo muy bien. El punto es que esa era mí condición para ir y desde luego, que la acepté.

Por lo general, solía usar jeans celestes, tenis All Star, playeras lisas y alguna camisa siempre abierta y arremangada, pero claro, era yo un muchacho de clase media baja y ahora, eso había cambiado.

Compré un pantalón de vestir negro, unos zapatos de punta cuadrada y sin cordones, una camisa de seda color rojo y un saco que hacia juego con el pantalón. Corté un poco mis cabellos largos y acabé la gira por el centro comercial, comprando un reloj de pulsera y un cinturón.

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⏰ Última actualización: Oct 11, 2020 ⏰

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