Advertencia: muerte de un personaje
Disclaimer: Hetalia no me pertenece, sino sabría dibujar
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La primera vez que nos vimos fue, para bien o para mal, en la planta de oncología de aquel triste e incoloro hospital. Yo tenía dieciocho años por aquel entonces, y él, veinticuatro. Las circunstancias en las que nos conocimos no eran las mejores.
Él pertenecía al equipo médico encargado de tratar el cáncer de pulmón de mi padre. Se llamaba Ivan, pero ese nombre sólo era el que rezaba en la placa que llevaba prendida a la bata. Para los pacientes él era el doctor Braginsky,y en algún momento de mi vida, para mí, Vanya.
—A su marido le quedan tres meses de vida.
Aún recuerdo ese día, la manera en que mi madre y mi hermano rompieron a llorar, la forma en la que mis lágrimas salieron de mis ojos a borbotones. Recuerdo que lo odié. Él era el más joven, simpático y con más tacto de todos los doctores, por lo que siempre lo enviaban a él a dar las malas noticias. Que el doctor Braginsky se acercase a hablar con tu familia era un horrible augurio. Sin embargo, no fui capaz de odiarlo durante mucho tiempo. Ese chico tenía algo que te hacía sonreír, y en ese momento, las sonrisas hacían falta.
Tras el durísimo golpe que fue enterarnos del poco tiempo de vida que le quedaba a nuestro padre, Ivan se acercó a Matthew y a mí e intentó animarnos. Cuando nos veía intentando no quedarnos dormidos en esas largas noches en vela en las que mi padre empeoraba y alguno de nosotros debía quedarse con él porque mi madre tuvo que conseguirse dos trabajos para pagar el carísimo tratamiento que no había servido para nada, él se acercaba con una taza de café bien cargado que parecía alquitrán y sabía como tal, y nos dedicaba una sonrisa tan cálida que sería capaz de derretir el hielo.
En esos larguísimos y a la vez tan breves tres meses pude conocerlo mejor. Ivan solía pararse a hablar conmigo cada vez que me veía. Yo sentía ganas de gritarle que por qué no dejaba de entretenerse e iba a intentar salvar la vida de mi padre. De hecho, lo hice en los peores momentos. Ahora me arrepiento profundamente de ello, porque con el paso del tiempo comprendí el peso que llevaba cargando a los hombros y el corazón. Pero bueno, supongo que puedo excusarme en que era joven y estaba demasiado ofuscado en mi propio dolor como para pensar en lo horroroso que debía de ser trabajar como oncólogo. A pesar de mis malas maneras, él era comprensivo y jamás se desanimó por eso, así que a las pocas semanas ya sabía un pequeño trozo de su vida y él de la mía.
Me enteré de su sueño fallido de convertirse en cocinero, de la decepción de sus padres al enterarse de que era homosexual y de su intento de recuperar su respeto convirtiéndose en un brillante médico. Me enteré de cada puñalada al corazón que suponía perder a un paciente y de cómo había llorado al saber que no podía hacer nada por salvar a mi padre. Me enteré de todo excepto de que me quería.
Por otra parte, me fui abriendo a él poquito a poco. Le hablé sobre mis estudios y descubrimos que ambos compartíamos la misma pasión por la cocina. Le hablé de mi sueño de abrir un pequeño restaurante que se conviertera en el más famoso de la ciudad. Le hablé también de mis miedos.
El día que mi padre murió, era gris y tormentoso. Era como si hasta el clima se lo estuviese esperando, porque los días anteriores había hecho un sol espléndido. No fue ninguna sorpresa. Los últimos días ni siquiera podía respirar por sí mismo y se las pasaba sedado para no enloquecer de dolor. El saber que se iba a librar de esa horrible agonía aligeró un poco la nuestra, pero no lo suficiente.
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Cuando el corazón pesa más que la pluma.
FanfictionLa primera vez que nos vimos fue, para bien o para mal, en la planta de oncología de aquel triste e incoloro hospital. RusAme.