Capítulo único

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Situado en Descendientes. // Mevie fluff. One-Shot.



El próximo Rey de Auradon llegaría en unos minutos para recoger a Mal para su cita, y aún había un caos en la habitación de las recién llegadas.

—No-te-muevas —Le pidió Evie, con una voz calmada y entre pausas.

La hija de Maléfica odiaba el maquillaje tanto como los vestidos o los zapatos altos. Daba comezón y era incómodo, así que no entendía por qué la gente gastaba dinero en él.

—Solo dibuja esa tonta línea en mi párpado y estaré lista.

Evie tomó aire y se acercó poco a poco al ojo izquierdo de Mal. Tantos años de experiencia con el maquillaje dieron frutos, pues sostenía el delineador con la precisión con la que un cirujano usa un bisturí. En cuanto la punta del delineador tocó la piel de Mal, ella abrió el ojo por reflejo, causando que la punta se encajara en su córnea.

—¡AH!

—Renuncio —decidió la chica de cabello azul, colocándole la tapa al delineador y sacudiendo su cabeza. Ver esa escena en primer plano le causaría pesadillas en la noche.

—¡E, tienes que arreglarme! Ben tiene que verme bonita. ¡Si no lo hace no se enamorará de mí, todo el plan fracasará y mi madre me odiará! —Mal alzó la voz con un ojo cerrado y su mejor amiga le dio una de sus nuevas toallitas desmaquillantes para que se deshiciera del desastre en su párpado.

Evie sabía cuán preocupada estaba Mal por no decepcionar a su madre, pero estaba llevando todo a los extremos. ¿Que Ben le dedicara una canción frente a toda la escuela no le parecía suficiente prueba de que el pobre chico estaba a sus pies?

—M, en primer lugar, Ben está hechizado, ¿no te parece suficiente? En segunda, no necesitas nada de esto, créeme.

Mal rio en silencio, sacando aire por la nariz.

Hey, lo digo en serio.

Esta vez, la hija de Maléfica sonrió a medias. No estaba acostumbrada a recibir cumplidos que no fueran sarcásticos.

—¿Gracias? —Respondió a modo de pregunta y alzando una ceja. Esa palabra estuvo prohibida los primeros dieciséis años de su vida y no sabía si la había empleado bien.

Evie sonrió. Estaba segura que, aunque no lo mostrara, la había hecho sentir mucho mejor.

—Uh, ¿sabes? —continuó Mal, con un poco de vergüenza—. Pienso lo mismo de ti. A veces no sé por qué te pones tantas cosas en la cara.

No lo decía en mala forma. Evie podía usar todo el maquillaje que quisiera, simplemente Mal no entendía por qué era tan necesario para ella.

—Desde niña mi mamá me acostumbró, supongo que es eso —reflexionó, haciendo memoria y perdiéndose en sus recuerdos. Era verdad, había aprendido a usar rubor antes que a escribir.

—¿Cuándo fue la última vez que te vi sin maquillaje?

La descendiente de Grimhilde no pudo generar una respuesta concreta. Generalmente era la primera en levantarse y cuando Mal abría los ojos, Evie parecía estar lista para una alfombra roja.

—¿Me dejas intentar algo?

Evie no dejaba que nadie le tocara la cara, ni el cabello azul, ni la ropa. En serio, estaba prohibido para cualquier persona.

Con Mal era diferente. Incluso no le importó que usara la misma toallita desmaquillante que ya había usado antes. Cerró los ojos y dejó que con mucha delicadeza, Mal le sacara todo el color artificial que tenía en su cara.

 En cuanto terminó, Evie abrió sus ojos lentamente, revelando una cara limpia y unos ojos avellana con pestañas finas. Parpadeó un par de veces, esperando alguna palabra de su mejor amiga.

—Sí, tenía razón. Igual de linda.

Evie sonrió, y la coloración en sus mejillas se convirtió en su nuevo rubor.


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Un nuevo rubor | DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora