Sin una maleta o algún recuerdo, además del pañuelito bordado que estrujaba entre sus manos nerviosamente, Suemy subió al enorme y lujoso coche que la esperaba frente a la propiedad de sus padres. Una antigua casa de dos plantas ubicada en las afueras de Clovelly, cerca de Devon. El coche era tirado por cuatro caballos, dos cocheros iban al frente y uno más en el pescante trasero. Tan distinto del viejo carromato que sus padres, hermanos, o ella misma, utilizaban para ir al pueblo.
Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, a pesar que todos repetían hasta el cansancio, lo afortunada que era al hacer un matrimonio tan ventajoso, con una dote que no llegaba a las mil libras. Su madre la despedía moviendo su mano de un lado a otro, más feliz de saberla una mujer rica, que triste por la separación. Residiría a más de cincuenta millas y nadie con excepción suya, lloraba por su partida.
Los cocheros emprendieron el viaje, obligando a los caballos a ir a toda marcha desde un inicio. Suemy se mantuvo asomada a la ventanilla mientras la alejaban de su hogar y más tarde, del pueblo que la viera crecer. Serían varias las horas de viaje, y según la distancia que debían recorrer, llegarían para el anochecer del día siguiente. Suspiró sin dejar de estrujar el pañuelito entre sus manos, aun no procesaba los acontecimientos de los últimos días. Tras un cotidiano paseo por el pueblo, su padre recibió una peculiar visita, donde de buenas a primeras, un importante caballero pedía su mano en matrimonio a través de una carta. Cuando Suemy escuchó aquello a través de la rendija de la puerta, rio entre dientes, estaba segura que su padre se negaría. Pero no fue así, la fortuna y propiedades del caballero en cuestión lo convencieron de enviar una respuesta positiva. Fue así como terminó casada con un hombre al que ni siquiera conocía. Ambos firmaron al acta matrimonial en horas distintas y dieron el sí por separado. Según escuchó, su esposo había dado una generosa donación a la iglesia, persuadiendo de este modo al párroco para que los casara de aquel modo tan inusual. Se estremeció al pensar en él, su apariencia debía ser terrible para armar todo ese teatro. Sacudió la cabeza para alejar la imagen que se había hecho en su mente. Lo imaginaba regordete y sudoroso como Mr. Butler, el carnicero del pueblo. Hizo una mueca de asco al pensar en su noche de bodas y se echó en el suelo del coche, llorando desconsolada contra el asiento.
Se detuvieron en una posada a la mitad del camino, apenas para comer y descansar algunas horas. Retomaron el viaje mucho antes del amanecer, aprovechando que había luna llena y avanzaron apenas deteniéndose un par de veces durante el resto del camino. Suemy tragó saliva cuando algunas horas después, el sol se ocultaba nuevamente tras el horizonte y se desviaban hacia un paraje solitario y tenebroso. Los árboles alrededor del camino estaban completamente desnudos, con sus enormes ramajes al descubierto. Era natural al final del otoño y la entrada del invierno; pero aun así, aquello se veía aterrador. La luna que alumbrara la noche anterior se hallaba oculta entre densas y oscuras nubes. Se hundió en su asiento llorando con el mismo desconsuelo que antes, su pesadilla estaba a punto de volverse realidad. Los cocheros azuzaron aún más a los agotados caballos y no aminoraron el paso hasta llegar a la enorme mansión, que se alzaba solemne en medio de aquel bosque aterrador. Suemy no quería ni asomarse por la ventanilla, mucho menos bajar del coche, solo deseaba regresar a su casa y dormir en su cama.
La puerta del coche se abrió a los pocos minutos.
─¡Hemos llegado! ─anunció lo obvio uno de los cocheros, haciéndole una reverencia.
Suemy limpió sus lágrimas con su única posesión, el pañuelo bordado por su madre y poniendo un pie en el suelo, levantó la mirada, sorprendiéndose con lo enorme de la edificación. Estaba ante una verdadera mansión, su esposo debía ser sumamente importante. Ni siquiera alcanzaba a abarcar toda la residencia desde aquel ángulo visual. Pero lejos de verse como una casa de cuentos de hadas, se veía lúgubre y sombría.
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La Segunda Esposa
Romance"¿Acaso el destino preservaba mi razón sólo para arrastrarme irresistiblemente a un final más horrible e impensable de lo que haya podido soñar nadie?" Lovecraft. Nota de Autor: Pueden encontrar la historia en mi cuenta personal @UKnowLis